"Los responsables del gobierno de la Iglesia permiten que los clérigos seculares y regulares vivan del culto que se le tributa a Dios" José María Castillo: "La Iglesia no puede estar al servicio de los que le dan el dinero, para vivir sin trabajar"
"¿Por qué la Iglesia permite y tolera que los sacerdotes cobren dinero por los sacramentos que administran en las parroquias y en tantas iglesias, templos, monasterios y conventos? ¿Creemos o no creemos en el Evangelio?"
"En cada parroquia o en cada comunidad, que pongan un empleado, que se encargue de los trabajos y servicios que la parroquia o la comunidad necesita. Y la presidencia de la comunidad, que la ejerza el que sea elegido por la comunidad, de acuerdo con el obispo. O con el superior provincial, en el caso de los religiosos"
El Papa Francisco se ha reunido, en el Vaticano, con el Moneyval, el Comité de expertos del Consejo de Europa. Y les ha recordado que Jesús expulsó, a latigazos, a los mercaderes del templo. La información que los Evangelios nos dan sobre este asunto es bien conocida. En definitiva, ¿qué nos enseña el Evangelio?
Dios no quiere el culto que se le ofrece cobrando dinero. Es más, Dios detesta eso, lo aborrece, lo rechaza, lo prohíbe. Ahora bien, si esto es así y creemos en esto, ¿por qué la Iglesia permite y tolera que los sacerdotes cobren dinero por los sacramentos que administran en las parroquias y en tantas iglesias, templos, monasterios y conventos? ¿Creemos o no creemos en el Evangelio?
En el fondo, el problema está en que los responsables del gobierno de la Iglesia permiten que los clérigos seculares y regulares vivan del culto que se le tributa a Dios. Con lo que, en la práctica, el “ministerio apostólico” se ha convertido en una “carrera”, de la que viven los que ejercen ese ministerio. Y lo que es más grave: quienes ejercen esa “carrera” son personas que se dedican a hacer lo que prohibió Jesús a los Apóstoles: “No llevéis ni oro, ni plata, ni calderilla” (Mc 6, 7-13; Mt 10, 5-15; Lc 9, 1-6). Y de san Pablo, sabemos su conducta: “Trabajando día y noche, para no seros gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el Evangelio de Dios” (1 Tes 2, 9; cf. Hech 18, 1-4; 1 Tes 4, 10 ss; 2 Tes 3, 6-12; 1, Cor 4, 12; 9, 4-18; 2 Cor 11, 7-12; 12, 13-18; Hech 20, 33-35). Si el Nuevo Testamento insiste tanto en esto, sin duda alguna, es que en esto la Iglesia se juega mucho.
Sin duda alguna, la Iglesia se juega en esto su ser o no ser. La Iglesia no puede estar al servicio de los que le dan el dinero, para vivir sin trabajar. En cada parroquia o en cada comunidad, que pongan un empleado, que se encargue de los trabajos y servicios que la parroquia o la comunidad necesita. Y la presidencia de la comunidad, que la ejerza el que sea elegido por la comunidad, de acuerdo con el obispo. O con el superior provincial, en el caso de los religiosos.
¿Por qué la Iglesia le tiene tanto miedo a este tipo de decisiones? ¿Por qué prefiere ser esclava de lo que tienen dinero y la mantienen, para que ella los mantenga a ellos? Es lo que vemos en la política y en el gobierno de los pueblos. La Iglesia tiene que ser valiente. Tiene que vivir de lo que vive todo el mundo: no de creencias religiosas, sino del trabajo y de la productividad.
Ha llegado la hora del ser o no ser. Y el ser del creyente nace, crece y vive del “seguimiento de Jesús”. Pero seguir a Jesús es abandonarlo todo. Y vivir como Jesús vivió. Y si no estamos dispuestos a eso, vamos a ser honrados, honestos y consecuentes. Dios no se “encarnó”, Dios no se “humanizó”, para que nos sirvamos de Dios, de ese Dios, para organizar fiestas, espectáculos…. ¿Es que vamos a “usar a Dios”, para vivir sin trabajar o para divertirnos más y mejor? Ya está bien, ¡por favor!