¿El Papa Francisco está renovando la Iglesia?
Es un hecho que el nuevo obispo de Roma, el jesuita J. Bergoglio, encarna un modelo de papa muy distinto a sus antecesores. Se trata de un hombre que tiene un comportamiento más sencillo, más espontáneo, más humano, más libre que el de los últimos papas, incluido Juan XXIII. Pero, tan cierto como lo que acabo de decir, también es verdad que son muchos los ciudadanos que piensan que sólo con sencillez, espontaneidad, humanidad y libertad no se arreglan los problemas que tiene la Iglesia en este momento. Además de la forma de ser, de hablar o de comportarse del papa que gobierna, parece evidente que es necesario, incluso apremiante, que el papa gobernante tome las decisiones que más demanda y necesita la gente.
Lo que ocurre es que, en cuanto afrontamos esta cuestión a fondo, nos encontramos con un problema que, a primera vista al menos, tiene muy difícil solución. Porque, tal como están las cosas en la Iglesia en este momento, los católicos estamos tan divididos y, a veces, tan enfrentados que ni todos esperamos y deseamos la misma respuesta del papa a las cuestiones que el obispo de Roma tendría que resolver. Por la sencilla razón de que, en asuntos de religión, las posiciones de unos y otros son tan distintas, tan opuestas y hasta tan incompatibles, que el modelo de Iglesia, que unos vemos como solución, para otros es un problema que no están dispuestos a aceptar. Baste pensar en asuntos como el de la organización transparente y ejemplar de la Curia Vaticana, la ordenación sacerdotal de las mujeres, el celibato de los sacerdotes, el matrimonio de los homosexuales, el Vaticano como Estado, la existencia y los poderes de los cardenales, el nombramiento de los obispos, los poderes y participación de las Conferencias Episcopales en el gobierno de la Iglesia, los conflictos del IOR (el Banco del Vaticano), la organización de la Curia. Y un largo etcétera que no tendría fin. ¿Qué solución le puede dar este papa - o cualquier otro papa - a estos problemas (y a tantos otros similares a éstos), de forma que sea solución para todos?
Lo que hasta ahora hemos visto en lo que, a todas luces, le preocupa al papa no es ni su autoridad, ni su doctrina, ni su imagen pública, ni quiénes ocupan los cargos en la Curia Vaticana, ni pronunciar discursos brillantes, ni el buen nombre de los “hombres de Iglesia”, ni los eternos problemas de la moral sexual que predica el clero (excepto en el grave delito de muchos clérigos en lo que respecta a los abusos sexuales de menores), ni en potenciar los dogmas de la teología o la liturgia de los sacramentos.... El papa Bergoglio ha ido derechamente a lo más grave que ahora mismo está pasando en el mundo: el sufrimiento de los pobres ya es demasiado grande y demasiado insoportable. Por eso la preocupación primera de la Iglesia tiene que ser el hambre, la salud y el dolor de los más desgraciados de la tierra. Esto, sin duda alguna, es lo más grave que, a juicio del actual obispo de Roma, está pasando en el mundo. Y por este problema, quiere el papa Bergoglio, que todos nos preocupemos antes que por ninguna otra cosa.
Ahora bien, esto quiere decir, ante todo, que la preocupación fundamental de este papa no es una preocupación religiosa, sino que es una preocupación humana. Porque el sufrimiento de los pobres no es específicamente un problema religioso, sino que es sencillamente un problema humano. Un problema que afecta a todos los que pasan necesidad, sean o no sean creyentes. Y tengan las creencias que tengan. En este asunto, el papa Francisco no ha hecho sino retomar el Evangelio. Yo invito a cuantos lean y relean este escrito, que tomen los evangelios en sus manos. Y verán enseguida que el tema obsesivo de Jesús fue el sufrimiento de los enfermos, de los pobres, de los despreciados porque eran pecadores o publicanos o mujeres despreciadas (por el motivo que fuese).
¿Le preocupó a Jesús la religión? Jesús habló mucho de Dios, del Padre del Cielo, al que puso como ejemplo, no de poder, sino de bondad. Y esto lo hizo de forma que, por dejar clara y patente su obsesiva preocupación por el sufrimiento de los más desgraciados, por eso Jesús entró en conflicto con la religión, con los observantes religiosos (escribas y fariseos), con los sacerdotes y senadores, con el templo y sus responsables, con las normas religiosas. Hasta que, por llevar su preocupación hasta el extremo, asegurando que Dios estaba de su parte (era su Padre), por eso acabó colgado como un subversivo. Y despreciado como un blasfemo.
¿Qué nos viene a decir todo esto, en el fondo? Que Dietrich Bonhoeffer tenía toda la razón del mundo cuando, el 30 de abril de 1944, escribió desde la cárcel de Tegel, poco antes de ser asesinado por los nazis: “Nos encaminamos hacia una época totalmente arreligiosa. Simplemente, los hombres, tal como de hecho son, ya no pueden seguir siendo religiosos. Incluso aquellos que sinceramente se califican de “religiosos”, no ponen esto en práctica en modo alguno, sin duda con la palabra “religioso” se refieren a algo muy distinto”.
La historia, los hechos que estamos viviendo, le están dando la razón a Bonhoeffer. Porque estamos palpando que, lo mismo el Evangelio que la incesante preocupación del papa Francisco, coinciden con la dura pregunta que se hacía aquel pastor luterano en vísperas de su muerte: “¿No constituyen la justicia y el reino de Dios en la tierra el núcleo de todo?”. El discurso del papa Francisco en Lampedusa, ante los más desamparados de este mundo, traza el camino que este papa ha visto, a la luz del Evangelio, que hay que seguir. ¿Se puede decir más claro? Y si no lo vemos así, ¿no será que seguimos creyendo más en la religión que en el Evangelio? ¿Será cierto que seguimos atascados en la situación que tanto criticamos, en la “pre-modernidad” de hace más de doscientos años?