No tengáis miedo

El papa Francisco está hablando y actuando de manera que da motivos de esperanza. Pero también de miedo. Esperanza y miedo que, si se piensan mirando fijamente al Evangelio, enseguida nos viene a la memoria el extraño contraste que entrañan las palabras de Jesús a los apóstoles cuando los mandó a decir por el mundo que ya está cerca el “reinado de Dios”.

En las instrucciones que les dio Jesús a aquellos hombres había un mandato y una advertencia. Un mandato: “curad enfermos, expulsad demonios” (Mt 10, 1). Una advertencia: “no tengáis miedo” (Mt 10, 27). Es decir, tenéis que ir por la vida aliviando el sufrimiento. Pero, ¡Cuidado!, que eso es muy peligroso. ¿Cómo? ¿Hacer a la gente más feliz representa un peligro que asusta? Pues, sí. Lo es.

¿Por qué? Porque remediar el sufrimiento, de verdad y hasta sus raíces, es luchar contra las causas que producen tanto sufrimiento. Por eso el papa Francisco produce esperanza. Y por eso igualmente da miedo.

Los que se están forrando de millones a costa del sufrimiento y del despojo de los derechos fundamentales de los más desamparados, son individuos e instituciones con mucho poder y mucha codicia. Y enfrentarse a esa gente es muy peligroso.

Pero lo más grave del asunto es que, una vez que se ha metido por el camino, que se ha metido, este papado no tiene vuelta atrás. ¿Hasta dónde llegará? ¿Hasta cuándo aguantará? Y no ha hecho más que empezar. Lo más esperanzador y lo más peligroso están por llegar.
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