Se está reavivando el odio
El hecho es que, desde el momento en que la Corte de Derechos Humanos del Tribunal de Estrasburgo ha anulado la aplicación retroactiva de la “doctrina Parot”, desde ese momento han saltado todas las alarmas. Y las personas o grupos más directamente afectados por la decisión de Estrasburgo, están en estos días crispados hasta límites del más alto voltaje.
El peligro, ahora mismo, no está en que se vayan a reactivar los actos de violencia mortal. Eso no le interesa a nadie ahora mismo en este país. Por eso no es probable. Pero lo que sí es un hecho es que se ha reactivado el odio, el resentimiento y, por tanto, la consiguiente confrontación entre víctimas y verdugos. Y esto sí es peligroso. Porque alimenta el miedo. Como bien se ha dicho, “quien ha sido sometido a tortura, ya no puede hallar acomodo en el mundo. El ultraje de la anulación no puede borrarse” (Jean Valery). Esto tiene una consecuencia que estremece: “Quien ha sido martirizado vivirá indefenso en el miedo. El miedo, y no él, será quien lleve en adelante su vida”, aunque el sujeto no sea consciente de ello (W. Sofsky).
Todo esto es duro. Y entraña una buena dosis de barbarie. Pero hay que recordarlo, precisamente en este momento. Porque la consecuencia fundamental que todo esto genera es que reactiva el odio. Ahora bien, el odio es la fuente de una forma de vivir en la que el más perjudicado (y el que más sufre) no es el odiado, sino el que odia. El odio es el peor compañero de camino que podemos llevar con nosotros en la vida.
Pero debo hacer una aclaración importante. Cuando hablo de odio, no me refiero primordialmente a un sentimiento, ya que quien ha recibido el zarpazo canalla de la violencia, nunca podrá quitarse de encima ese sentimiento. Cuando hablamos de “odio”, nos referimos primordialmente a “actos concretos”. Odia, no el que “siente rechazo”, sino que “hace daño”. El daño que esté a su alcance hacer. Con lo cual no estoy haciendo un elogio barato del “buenismo”, que no lleva a ninguna parte. Estoy recordando, en este momento, las palabras exigentes del Evangelio: “Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por vuestros perseguidores, para ser hijos de vuestro Padre del Cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos y pecadores” (Mt 5, 43-45).
Yo sé que este lenguaje “religioso” produce rechazo en algunas personas. Y en otras, indiferencia. Cuando el Evangelio se lee a través del filtro de la Religión, el Evangelio se nos hace incomprensible y hasta puede ocurrir que a algunas personas les cause repugnancia. No olvidemos que fue la Religión la que mató a Jesús. Hay en todo esto algo muy profundo, que se intuye y que no es fácil definir. Pero que, en todo caso, nos dificulta enormemente para ser capaces de perdonarnos unos a otros, de respetarnos mutuamente y, salvando por supuesto la justicia, acertar a convivir con humanidad.