El Adviento no consiste en esperar Adviento: La esperanza es hoy
Adviento es hoy y no mañana, es lucha y no tregua, es tienda y no palacio, es abrazo y no bendición solemne, es ser y no aparentar, es profecía y no escándalo...
La señora Conchita se ha caído al suelo con 97 años de edad. El médico le ha dicho que su caída se ha debido, con toda seguridad, a la rotura de su cadera, descalcificada y desgasta por los años. Le ha dejado, por escrito, una seria de recomendaciones que debe seguir para que su cadera pueda de nuevo fraguar y, al menos, poder caminar un poquito.
Las condiciones son muy duras para una mujer que ha sido imparable en su vida, muy activa, con seis hijos y trabajando de continuo. Esa inmovilidad que le pide ahora el médico es para ella un sacrificio muy parecido a una cárcel. Pero ella lo ha dejado claro con su afirmación:
“Voy a cumplir al pie de la letra todo lo que el médico me ha dicho porque no quiero estar toda la vida después con molestias”
Me ha parecido un signo evidente de esperanza. Con 97 años estar dispuesta a cuidarse para no tener molestias durante toda la vida, es como decir, yo voy a vivir aún muchos años más. Algo que no sucede en muchas personas de edad avanzada que están quejándose todo el día de sus dolencias y pensando de continuo en que su vida está al acabar o, peor aún, que no merece la pena ya vivir.
Cuando se acerca el Adviento todos los cristianos empezamos a oír mensajes de esperanza, como si el adviento consistiera en esperar. No es así. El adviento no es esperar; es celebrar que la espera ha sido ya colmada y se ha hecho realidad, que la esperanza cristiana no ha sido una frustración. No esperamos que el Salvador va a nacer sino que el niño es ya una realidad adulta en nuestras vidas o que debería serlo todavía más y eso colma nuestra esperanza definitiva, que no anda por aquí cerca sino más allá de ese horizonte de oscuridad y luz que es la propia vida. ¡Porque hay que ver cuánta noche oscura nos aborda en los senderos de esta vida! Noches oscuras que nos descolocan y nos cuestionan de continuo. La vida humana es una historia donde el amor se hace el protagonista indiscutible de todo. Sin él la vida no es vida y con Él todo se llena de vida.
Esta vida nuestra parece la sala de la UCI donde los hombres nos recuperamos todos los días de mil frustraciones y dolores que nos acompañan, de falta de fe, de pesimismo absurdo, de indiferencia… En Adviento, la iglesia, como una enfermera, nos pone una bolsa más de suero por la vía del corazón para que estemos bien nutridos y puedan darnos pronto el alta del hospital del sinsentido.
Ahora que la iglesia abre las puertas del Adviento, los cristianos tenemos que ocupar lugares privilegiados en ese stand que contempla la vida que pasa. Para celebrar que Dios es Dios entre nosotros, el Enmanuel, el esperado de los tiempos que ya ha colmado la historia y la ha convocado al sentido y al gozo. No somos para la esperanza, somos esperanza de un tiempo que ha llegado ya, que ha culminado en la encarnación del Verbo y que nosotros hemos de celebrar y proclamar. Adviento no es mirar al cielo esperando que algo suceda. “Galileos ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Adviento es mirar al suelo para que sea posible el milagro de renacer.
Un nuevo sentido de esperanza cristiana ha de abrirse paso para no caer en la tentación de los payasos que esperan al Godot y nunca llega. Sobran cristianos que esperan a Godot, como Wladimir y Estragón, que se enteran por el cruel Pozzo, de que no vendrá hoy pero mañana seguro que sí y, sin embargo, Godot nunca llega. Nuestro Salvador sí ha llegado y, con su llegada, se han visto cumplidas todas las expectativas salvíficas de antes y de ahora. Esto es Adviento.
No faltan quienes han hecho de su fe una ideología sin contenido humano, sin encarnaciones necesarias, sin entrega de cruz y de vida, una fe de grafiti, de laboratorio, de manual. Para un cristianismo sin mordiente no hacen falta muchas teorías ni discursos; ya estamos acostumbrados a miles de palabras hermosas que se entrecruzan formando discursos para no decir nada al final: sermones, decretos, documentos, reflexiones, libros piadosos, que se quedan en las estanterías guardados para el futuro, incapaces de interpelar y transformar nuestro presente. Si algo abunda en nuestra iglesia y en nuestras comunidades, escasas de esperanza, son bibliotecas sobre la esperanza. Tratados y tratados, enciclopedias y colecciones y sin embargo en las estanterías del corazón se almacena la amargura y el pesimismo. ¿Para qué nos sirve la esperanza académica si nos desangramos por desidia?
Necesitamos pasar de una iglesia elegante a una iglesia militante, de una iglesia bella a una iglesia manchada, de una iglesia para turistas a una iglesia de peregrinos, de una iglesia enrocada a una iglesia que sea tienda de campaña en medio de los barbechos de la vida.
Pero esto no es fácil y, por eso, el Adviento nos sale al encuentro para decirnos que ya está bien de cantos de siena, de adornos y brocados, de púrpuras y birretes, de palabras huecas y obediencias paralizantes y que hemos de estar disponibles para un éxodo necesario hacia tierras prometidas más despejadas y libres.
La incoherencia nos acompañará siempre a los humanos, sobre todo a los que hablan mucho de perfección y derecho, pero lo que no puede dejar de acompañarnos nunca es la utopía.
Y por eso la iglesia sigue insistiendo, como madre machacona, cada año con el tiempo de Adviento; como la madre que coloca mil veces la mano de su hijo para que coja bien la cuchara y aprenda a comer.
La esperanza más auténtica fue la del profeta Oseas, dispuesto a perdonar y a volver con la mujer prostituta que le había traicionado y a la que amaba a pesar de su infidelidad. “Yo te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás a Yavé” ( Os 2, 21)
Porque esperar es pasar a la acción útil y abandonar todo aquello que ya no sirve de nada, ya sea porque es del pasado o porque no sirve para los tiempos actuales que exigen respuestas actuales. Y aquí está un reto que nos plantea el Adviento: ¿Vas a seguir con las actitudes cobardes e insípidas que ya has visto que no conducen a nada? ¿Vas a hacer de tu Adviento un fortín cerrado a la vida que pasa? ¿Vas a dejar que pase el tren de la vida cargado de desafíos por miedo o comodidad, sabiendo que no va a pasar otro? ¿Vas a hacer de tu vida un poema con voluntad de forma pero sin fondo? ¿Te sientes satisfecho de no haber hecho posible ni un solo cambio a tu alrededor aunque estás sobrado de razones? ¿Seguirás instalado en el sillón de tu indiferencia porque crees que tú puedes hacer muy poco por cambiar tu mundo y tu iglesia? ¿Vas a permitir que en este tiempo sólo pase el tiempo? ¿Vas a cerrar los ojos ante una iglesia sumida en el desencanto, en la búsqueda de prestigio y poder y alejada de los barrios periféricos donde aún queda algún profeta siempre cuestionado? ¿Seguirás hablando mucho de pecado y poco de gracia?
Cuando se acerca el Adviento parece que se instala en nosotros un sentimiento de cierto optimismo, tal vez de nostalgia o de novedad porque llega el Señor, se acercan las fiestas de Navidad, pronto se encienden las luces de las calles y los escaparates desbordan de colorido y originalidades, pero ese Adviento es simple optimismo ante la vida. No es adviento, es sentimiento. No son deseos de transformar sino deseos de cambiar lo externo; no son deseos de encarnación sino de consumismo. La fe no puede reducirse a un sentimiento que tiene que ver con las circunstancias, que se desborda en la fiesta y se vuelve apaga en la adversidad.
Adviento es presencia ya del Salvador en nuestras vidas. Celebramos que está, no que viene; que ha roto nuestras cadenas no que puede romperlas. Adviento es Jesús mismo, su persona, su vida, su entrega, su coherencia y eso no vendrá, ya está entre nosotros buscando ser amado por todos. Adviento es Jesús, caminando por los senderos de Palestina llenando de esperanza a los desesperados, a los leprosos, a los pecadores, a los endemoniados, a los ricos amordazados, a los discípulos descreídos…
Adviento es hoy y no mañana, es lucha y no es tregua, es tienda y no palacio, es abrazo y no bendición solemne… es ser y no tener ni aparentar, es profecía y no escándalo.
Es dinamismo interior y exterior que nos empuja a parecernos más a Él.
La esperanza, que es Jesús, va siempre unida a la libertad porque Él fue un hombre libre capaz de liberar a muchos encadenados por el mal y la negatividad que supone el pecado: manos secas, espíritus inmundos, lepra, ojos retenidos, injusticias que deshumanizan, señalados por ser diferentes; hay muchas cadenas que sólo la esperanza cristiana, Cristo mismo, pueden romper. Hay otras esperanzas que son sucedáneos: esperanzas políticas que acaban generando más frustración y corrupción, esperanzas económicas que terminan haciendo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, esperanzas de paz que refuerzan la posición de los poderosos para seguir manteniendo sus grandes negocios. Son esperanzas con minúsculas o sucedáneos de la Esperanza cristiana, que es Cristo mismo. El es la esperanza total, completa, el adviento definitivo.
Todavía en la iglesia hay muchos hombres con la mano seca, rígida, que necesitan acercarse a Jesús paras e curados. No han entendido que “para ser libres, Cristo nos ha liberado “(Gal.4) y siguen empeñados en perpetuar un tiempo de sequía de gracia y misericordia. Hombres de juicio y no de perdón, leprosos que señalan a otros sin ver su carne podrida, paralíticos que necesitan ser llevados a la piscina de Siloé. Jesús es esperanza para todos. Quien se acerca a Él se hace adviento permanente, esperanza que nunca se acaba. Jesús es agua que se remueve para curar nuestras parálisis del cuerpo y de la mente. “Mirad que todo lo hago nuevo”. Zaqueo sabe de advientos y María también. Se han dejado tocar y han sentido que todo era nuevo.
¡Qué drama encontrarse con alguien sin esperanza! Faltan espacios para la vida y el encuentro, todo es un callejón sin salida que conduce a la náusea. Encontrarse con Jesús es descubrir una aurora palpitante y colorista; es confiar en todo lo que no sabemos que es la mayoría. No sabemos preguntarle a Dios cuando no sabemos algo. Siempre preguntamos el porqué y nunca el para qué. En mi última enfermedad le pregunté mil veces a Dios por qué y sólo se oía el silencio rebotando en las paredes blancas de la UCI, entre gomas y botellas de oxígeno, y así un día y otro y otro… sin saber su era de día o de noche; la esperanza se agotaba en mí como el suero que entraba en mi brazo por la vía abierta y de repente veo a mi madre y toda la esperanza vuelve de pronto como si nunca se hubiera ido. Ese fue mi mejor adviento. Mi vida se iluminaba de nuevo como si la aurora hubiera vencido la oscuridad de la noche. Cristo es la aurora de la humanidad que viene a romper nuestras oscuridades instaladas y mohosas. ¡Qué felicidad esperar así! Sabiendo que nuestra esperanza no va a ser frustrada como la de Estragov y Wladimir. Esperar es ya una dicha en sí misma. En la UCI mi esperanza era una alegría inmensa porque sabía que, en cualquier momento aparecería a lo lejos la figura enjuta y arrugada de mi madre. ¡Merecía la pena esperar penetrado por las gomas, entubado, atado y dolorido, para poder disfrutar de ese momento sublime! ¡Qué espera tan dichosa! Porque yo sabía que no fallaría.
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