Ha fallecido Justo Gallego y su catedral sigue en pie. Carta a Justo Gallego Martín, el “loco” albañil de Dios
Gracias por enseñarnos cómo construir nuestra iglesia con materiales reciclados
Nos contó que estaba convencido de que la virgen del Pilar le había curado de una tuberculosis y él quería agradecerle, de alguna manera, esta gracia que nunca había olvidado
No has sido arquitecto y has construido una catedral. No has sido teólogo y nos has dado una hermosa lección de Teología. Solo te pido que no aparezcan en tu catedral –la nuestra- las mesas de los cambistas ni los vendedores de recuerdos porque entonces tu catedral –la nuestra- amenazará ruina. Estaremos vigilantes
No has sido arquitecto y has construido una catedral. No has sido teólogo y nos has dado una hermosa lección de Teología. Solo te pido que no aparezcan en tu catedral –la nuestra- las mesas de los cambistas ni los vendedores de recuerdos porque entonces tu catedral –la nuestra- amenazará ruina. Estaremos vigilantes
Aún recuerdo la tarde en que mis compañeros de la Curia Provincial de La Merced y yo decidimos ir a Mejorada del Campo para conocer a ese hombre agricultor que estaba haciendo una catedral y había aparecido en un periódico semanal en las páginas de sucesos y curiosidades. ¡Y mereció la pena!
Nos recibió el bueno de Justo con una amplia sonrisa y agradecido por nuestro interés. Realmente nos llamó poderosamente la atención aquella catedral, construida con sus propias manos con materiales de desecho. Nos contó que estaba convencido de que la virgen del Pilar le había curado de una tuberculosis y él quería agradecerle, de alguna manera, esta gracia que nunca había olvidado. Nos impresionó aquella construcción de ladrillo y aquella inmensa cúpula, mucho más cuando nos dijo que no había hecho ningún estudio de arquitectura, ni tenía planos, y lo hacía todo de manera improvisada.
Con su gorro rojo, en contraste con su pelo blanco, su mono azul y su sonrisa permanente nos fue contando, en torno a un fuego encendido en el centro de la nave, sus ilusiones y cómo de los materiales que iba encontrando, tirados en vertederos, él hacia barandillas, columnas y arcos para su catedral. Lo que más me impresionó fue su condición de "casi" monje, le gusta la soledad, trabajar en silencio, y su constancia durante más de cincuenta años ha hecho posible esta inmensa catedral. Le regalaban materiales diversos que él acepta de buen grado para ir construyendo su proyecto. Nos llamaba hermanos con frecuencia y nos explicaba cómo llegaban cientos de turistas a ver la obra. Decía que sus sobrinos no le querían y que había muchos demonios por la vida que él quería echar de su lado con su catedral. No se casó porque no encontró a nadie tan bella como la virgen que es su ideal de belleza. Hombre muy religioso, que no faltaba a las celebraciones religiosas del domingo y no trabajaba para honrar el día dedicado a Dios. Su gran preocupación era ser un hombre puro y no soportaba que entraran mujeres ligeras de ropa a su espacio sagrado. Quiso ser religioso pero la tuberculosis se lo impidió y una manera de ser consagrado era construyendo una catedral porque la catedral es una piedra que representa su vocación, una piedra viva.
Las columnas, entonces solo de hierros dispuestos para recibir el cemento, se elevaban hacia los cielos como él quiere elevar su alma hacia Dios. Una construcción que los arquitectos han estudiado y han determinado que, a excepción de dos cúpulas que van a ser revisadas, es segura y sólida. ¡Un hombre solo, mayor y sin estudios, que ha construido una inmensa catedral!
Ahora que a los 96 años ha fallecido y parece que será el P. Ángel quien tiene el encargo de seguir la construcción de la catedral, deseo escribir una carta de agradecimiento a Justo Gallego.
Querido Justo:
Ahora que ya has visto de cerca la catedral del cielo habrás descubierto que la tuya era más imperfecta pero imprescindible en tu vida para acercarte a Quien es la catedral perfecta sin mancha ni arruga. La virgen del Pilar te habrá recomendado nada más llegar porque ha sido muy grande tu amor para que se quede olvidado. El amor es más fuerte que la muerte. Habrás visto ya que la columna central de la catedral es el amor, la clave de bóveda de todo cuanto somos y hacemos. Y sin esa columna no hay catedral ni nada que se le parezca. La soledad de tu vida es ahora compañía permanente. Tu deseo de encontrarte con la mujer más bella se ha visto colmado en la pequeña mujer de Nazaret, que no es como la pintamos sino hecha de sencillez y humildad, casi diría de materiales reciclados, como tu esbelta catedral.
¿Y qué me cuentas de los santos? A ti te gustaba llenarlo todo de santos, habrás visto que allí los hay por todas las esquinas. Lo más impresionante, sin duda, habrá sido contemplar el rosetón del cielo como el que tú habías construido en tu catedral que deja entrar toda la luz que se acercaba a él. La luz es el mejor material que has empleado en tu catedral.
Gracias, Justo, hermano, por decirme con tu catedral cómo ha de ser la iglesia nuestra madre. Un lugar de materiales reciclados, donde todos ocupen un lugar; donde nadie sea desechado por inútil, por viejo o por inservible, por diferente o imperfecto, todo era valioso para ti y ocupaba un lugar insustituible en la iglesia. ¡Y te ha quedado preciosa! No te preocupes por no haberla terminado porque la iglesia es así, un proyecto siempre inacabado que hemos de construir entre todos con los materiales reciclados de la sinodalidad. Porque donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Y en eso estamos. Échanos una mano para seguir construyendo la catedral de la iglesia con los deshechos de la humanidad sufriente. La que tú amabas, donde no había piezas doradas ni preciosas sino aquellas que los hombres han tirado a los descampados y pueden ser claves para sostener la cúpula de la fe. No has sido arquitecto y has construido una catedral. No has sido teólogo y nos has dado una hermosa lección de Teología. Solo te pido que no aparezcan en tu catedral –la nuestra- las mesas de los cambistas ni los vendedores de recuerdos porque entonces tu catedral –la nuestra- amenazará ruina. Estaremos vigilantes.
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