“Tiempo de alegría” Tercer domingo de adviento “Estad siempre alegres en el Señor”
Alfredo Quintero Campoy-Alejandro Fernández Barrajón
En las lecturas de este tercer domingo de Adviento, la alegría brota espontáneamente por todas partes. Algo así como si la tierra estuviera ya suficiente regada para que entregue el fruto que el Adviento ha ido sembrando.
La antífona de entrada ya dice: "Estad siempre alegres en el Señor". La primera lectura “Desborda de gozo con el Señor”. El salmo dice “Se alegra mi espíritu”. La segunda lectura: “Estad siempre alegres” “El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría”.
Y el Evangelio nos da el motivo y la clave de tanta alegría: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Por eso este domingo se llama de “Gaudete”, es decir de la alegría.
El evangelio de Juan de este tercer domingo de Adviento nos invita a tener muy clara nuestra vocación de bautizados, como Juan el Bautista, nosotros somos llamados a anunciar a Cristo para cumplir una de las tareas centrales de nuestra vida cristiana, hacernos creíbles con nuestro testimonio. El testimonio de Juan es incuestionable, tiene una gran autoridad por su testimonio ejemplar, de modo tal que su voz se hace escuchar de la forma cómo le gusta al espíritu de Dios, hacerse oír con fuerza, como estruendo. Si nosotros vemos cómo vivimos en la iglesia, sin un testimonio ejemplar, entonces nuestra misma voz será frágil, no se escuchará, no llegará al corazón de las personas y será difícil que esa palabra de Dios vaya haciendo su morada en el interior de las personas, como es el deseo de Dios: Que su palabra encuentre morada en el corazón de las personas y ahí pueda dar abundantes frutos, esa palabra que es rica en frutos variados y abundantes.
Juan el Bautista no se deja impresionar por los especialistas levitas y sacerdotes, sabe que está ahí para cumplir una misión fundamental y la cumple de forma plena y perfecta con su testimonio martirial, dando su propia vida en favor del Mesías. Juan el Bautista no solo es testimonial con su vida sino fiel y, bien ubicado en la misión que le ha tocado cumplir. No pretende ser ni Elías, ni el profeta, mucho menos el Mesías . En su total sencillez y ninguna pretensión dice: “Yo soy la voz ... no soy digno de desatar las correas de sus sandalias”. El sirve al Mesías, le prepara el camino y se hace a un lado. ¡Qué hermoso es obrar así para Dios en una iglesia renovada ! Juan lo que pide es quitar las piedras del camino y lo que él hace con su vida es hacerse a un lado para dejarle el camino abierto al Mesías. Éste es un evangelio que ilumina la vida interna y dinámica de la iglesia. Solo somos servidores en el proyecto de Dios como bautizados, nos falta como iglesia mucha docilidad a muchos de nosotros para que la conducción siempre sea llevada ante todo por el Espíritu Santo. Solo somos colaboradores en la iglesia, como bien nos hace ver el ejemplo de Juan el Bautista. La iglesia sufre mucho cuando hay cambios en los oficios que por naturaleza tienen tanto los pastores como los laicos porque nos falta la conciencia de que solo somos servidores y colaboradores, por lo tanto no somos ni dueños ni accionistas de la iglesia. Muchos actúan, o actuamos, como si fueran, o fuéramos, accionistas de la iglesia con cierta cuota de poder.
Es necesario darle el lugar a cada persona como corresponde sin dejar de ser nosotros pero sin estorbar ni obstaculizar a otros. Una comunidad libre, eso quiere Dios para su pueblo .
El evangelio deja asomar la preocupación de levitas y sacerdotes ante la novedad distintiva de Juan el Bautista. Los ambientes empoderados se inquietan cuando alguien trae la frescura del Espíritu de Dios porque ahí se asoma una renovación y el riesgo de ser removidos. Sin embargo la estrategia de Dios se caracteriza por la discreción y no adelantándose a decir las cosas cuando corresponde callar y esperar. Los seres humanos estamos muy tentados a la indiscreción y a la murmuración y nos adelantamos a decir las cosas y automáticamente nos descalificamos y nos salimos de la jugada de Dios . Dios tiene sus tiempos y es preciso en sus formas. Necesitamos escuchar más a Dios en estos tiempos para que lo que se predica de la Navidad con tantas luces: esferas, colores ...etc que quieren darle referencia a la celebración navideña nos lleve verdaderamente a lo esencial, a un encuentro con Cristo, Nuestra Luz, que no conoce ocaso y va iluminando cada paso y cada decisión en nuestro diario caminar y es ahí donde se logra la verdadera plenitud de toda persona
Nosotros somos la voz, como Juan el Bautista, pero tenemos que ser una voz que suene, que se oiga, que llegue al corazón, para que ahí resplandezca la Luz de Cristo, a quien anuncia esa voz .
Las lecturas tienen un tinte poético impresionante. El pueblo de Israel es como un jardín que hace brotar sus semillas, como una tierra que regala sus brotes. Un signo precioso de la Iglesia, la tierra fértil fecundada por el Espíritu de Dios. La Iglesia es como una novia vestida para su esposo. En el norte las tierras ya están vestidas de novia cubiertas por un manto de nieve blanquísimo esperando el nacimiento del Niño Dios. La naturaleza está expectante por lo que ha de suceder. Dios se casa con nuestra tierra vestida de novia.
La gran noticia no es otra que Jesucristo mismo que se encarna en la Virgen y se hace hombre como nosotros. Hoy se nos dice que ya está pero aún no lo conocemos.
Éste es el drama de la humanidad: que no conoce a Jesucristo, su vida, su esperanza, su sentido. Seguimos caminando en sombras de muerte, cegados por el egoísmo y el interés, el materialismo y la falta de ideales nobles.
Él viene y llama a nuestra puerta en medio del invierno, con los pies descalzos, y nos hacemos insensibles a su llamada y no le abrimos. Así lo expresa con una belleza sublime Lope de Vega:
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Juan, el profeta, se abre paso entre nosotros para anunciarlo y nos hacemos los sordos. Juan tiene conciencia de ser la voz que anuncia y precede. Y hoy quiere ser voz para nosotros que nos anuncia al Salvador. ¿Estaremos dispuestos a escucharle y, sobre todo, a aceptarle? Tenemos el peligro de perdernos en mil alegrías falsas que las fiestas de Navidad hacen posible. Pero la alegría auténtica no está en lo que uno come y bebe sino en el gozo íntimo de saberse amado y rescatado por Cristo, el Señor. Las fiestas de la Navidad que ya se acercan suponen un acontecimiento extraordinario en la historia de la salvación: Dios se acerca a nuestra tierra, a nuestra vida, se encarna en ella para conducirnos de su mano hasta el Padre Dios. Por eso Jesús dice de sí mismo: Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Cada año, la Navidad nos denuncia en un sin fin de incoherencias que no tienen nada de cristianas: unos de comilonas y otros muriendo de hambre; unos malgastando y otros sin lo necesario; unos metidos en el consumismo más intenso y otros malviviendo con apenas unos céntimos para sobrevivir. En el primer mundo van a sobrar las vacunas contra el Coronavirus, en el tercer mundo no llegarán como siempre sucede. La Navidad es una llamada a la justicia y a la solidaridad con el Niño Dios que nace en la piel de cada uno de los pobres de nuestro mundo.
El sacerdote marianista José Luis Martínez González nos presenta un retrato poético de Juan el Bautista que es protagonista en este tercer domingo de adviento
Cual greñudo y piloso nazareno,
amigo de alimañas y de fieras,
piel de camello sobre cuerpo enjuto,
como hijo del ayuno y de la estepa,
Juan Bautista predica en el desierto,
-inhóspito desierto de Judea-
y anuncia la llegada del Mesías,
Allanad y hacer rectos los senderos;
preparad los caminos del señor,
porque a punto de llegar está el Mesías
y exige "metanoia", conversión.
Los que esperáis ansiosos su llegada
del Mesías -Ungido del Señor-
purificad los cuerpos y las almas
en las aguas del Jordán y del perdón!
Y cuando aquel cobarde rey Herodes
mande un día te corten la cabeza,
y Salomé, danzante, se la sirva
en preciosa plateada bandeja,
todos verán, beodos y asombrados,
que tú aún sigues con la boca abierta
gritando la Verdad que nunca muere,
gritando la Verdad a boca llena.
¡Qué bien supiste, Juan, ser de Jesús su precursor!
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