Tres peticiones imprescindibles Mi carta a los magos
En un año que ha sido un sabio pedagogo
Mi carta a los magos
Un buen amigo y hermano mercedario, Manolo Anglés, Consejero General de la Orden de la Merced en Roma, me ha pedido que escriba mi carta a los Reyes Magos. Es un religioso tan cercano y detallista que no he podido negarme y aquí está mi carta.
Sus majestades de Oriente:
Hace muchos años que no os escribo. Esto de hacerse mayor tiene sus ventajas y sus inconvenientes. De niño os escribía con toda la ilusión del mundo, pensando, sobre todo, en mí y en mis regalos. ¡Ingenuo de mí porque mi casa era pobre y allí nunca fuisteis demasiado generosos! Ser hijo de pastor tiene esas cosas. Pero nunca me dejasteis carbón o zapatos vacíos porque mi madre, la más hermosa maga, aunque pobre, siempre encontraba algo para nosotros, ¡Seis niños! Unos calcetines, un pijama, un cuaderno, unos lápices de colores, siempre algo útil y necesario. Nunca un juguete de alta tecnología (porque no existían aún) Y aunque hubieran existido.
Pasado el tiempo, he descubierto que vuestros escasos regalos han sido el mejor regalo para mí porque me han enseñado a ser austero, a no dejarme encandilar por lo material, a valorar lo pequeño y, sobre todo, a saber empatizar con los pobres. ¿No es éste un hermoso regalo?
En este año trágico que hemos pasado de Pandemia y de preocupación, y que ha sido un verdadero maestro para educarnos en valores como la solidaridad, la cercanía, el regalo de tener cerca a nuestros mayores, el valor de un beso y un abrazo prohibidos. El saber agradecer y aplaudir…
No quiero pedir nada para mí. Por suerte lo tengo todo y aún más de lo que necesito. Tengo salud, no me falta la fe, tengo a mi madre mayor con la que comparto la vida y la fe cada día.
Pero sí quiero pedir algunas cosas que descubro necesarias en la sociedad y en mi iglesia. Si sois magos tal vez podáis hacer aquello que nosotros no acabamos de hacer, o porque no sabemos o porque nos queremos.
Quiero pediros que la mentira no acampe por doquier como si fuera algo normal, no solo en los políticos, que ya es de escándalo, sino en todos los ámbitos de la calle. No podemos permitir que la mentira sea algo aceptado con tanta naturalidad como aceptamos la lluvia.
A ti, Melchor, mago universal, te pido tolerancia. Estamos aún muy lejos de mirarnos con naturalidad, de aceptar la diversidad y sentir nuestras diferencias como una riqueza y no como una maldición. No puede ser que, en pleno siglo XXI, haya grupos marginados, señalados y etiquetados como raros, como extraños, como amenazas hasta desatar la violencia. Hoy mismo un niño autista ha recibido una horrible paliza de otros niños, compañeros suyos de cole. ¡Tolerancia, por favor, Melchor!
Gaspar, Mago adorador del Niño, te pido un cambio, una conversión en mi iglesia, la iglesia de Jesús. Es un tema más que necesario, urgente. Los cristianos de toda la vida se marchan por la puerta de atrás y, lo peor, con la decisión de no volver. Algo no hemos hecho bien para provocar esta hemorragia. Tú verás qué puedes hacer para poner en los zapatos de la iglesia un poco de ilusión para analizarnos bien, discernir con seriedad y provocar en nosotros la conversión que nos lleve a ser creíbles y mejores evangelizadores. Hay en nuestra iglesia, todavía, mucho príncipe, muchos palacios en uso, mucho clericalismo inaceptable y buscado, mucho pecado sin penitencia, muchas letanías desencarnadas y vacías, mucho patriarcado sacro que mantiene a la mujer sometida a puestos de poca relevancia, servilismo, y falta de responsabilidades en los puestos eclesiales de decisión. Hay todavía muchas homilías que, en vez de animarnos, nos culpan y nos riñen como si fuéramos niños inmaduros en la fe. Me duele tener tantos amigos de gran corazón, alejados de la iglesia por esta falta de incoherencia y de alegría de los que nos tenemos por cristianos cumplidores.
Tienes una tarea difícil, Gaspar, pero lo bueno de los Magos es que podéis conseguir lo imposible.
A ti, Baltasar, te pido que cambies mi corazón porque yo también participo de todo esto y no soy mejor que nadie. Que me hagas menos religioso y más humano, menos teólogo y más encarnado, como el Niño, menos psicólogo y más hermano. Que no pierda lo importante por fijarme en las cáscaras. Que me duela el dolor de los otros y no pase de largo ante los caídos al borde del camino entre Jerusalén y Jericó, entre las colas del hambre en Cáritas y en el INEM.
Tal vez sea mucho pediros, pero si fuisteis capaces de llevar al Niño oro, incienso y mirra, tal vez podáis traer a la sociedad, a la iglesia y a mí mismo un pequeño cofre de humanidad, de coherencia y de ilusión para comenzar el nuevo año. Esa ilusión de los niños, cuando os miran, que los hace tan cercanos al Reino de los cielos. ¡Gracias¡
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