“En el encuentro con Dios descubrimos nuestra verdadera vocación “ “Mirad, ése es el cordero de Dios”
Alfredo Quintero Campoy- Alejandro Fernández Barrajón
El Evangelista San Juan comienza su Evangelio con un canto a la Palabra. Esa Palabra que existía antes del tiempo y ahora se ha hecho carne viva en Jesucristo. La Palabra ha de ocupar un lugar central en la vida y en la fe de los que nos confesamos creyentes. El Evangelio de Dios nos invita a meditar y hacer una consideración muy importante en nuestra vida de fe: No podemos seguir el camino trazado por Dios para nuestras vidas si no hemos aprendido antes a escuchar a Dios.
Ahora que estamos en el comienzo de un nuevo año tenemos que hacernos encontradizos con la Palabra para que ella ilumine, acompañe y sostenga nuestra fe tantas veces quebradiza y debilitada. Ser creyente no es un pasatiempo, es una cuestión vital. Para escuchar a Dios hay que encontrarnos con Él en donde Él se revela, vive y permanece. De ahí la gran tarea de un verdadero teólogo: debe ser alguien que escuche a Dios para podernos hablar de Dios y conducirnos en sus palabras por el camino que nos conduce a Dios. Así nos recuerda tanto el libro de Samuel como el evangelio de Juan. Elí responde a la insistencia de Samuel cuando acude a él diciéndole: Si te habla de nuevo dile: “Habla Señor que tú siervo escucha “ y en el evangelio Juan el Bautista refiere: “Éste es el cordero de Dios;” como Andrés lleva ante Jesús a su hermano Simón Pedro. De ahí que un verdadero encuentro con Dios se da con la ayuda de quienes ya han identificado con Dios y ayudan a que otros lo puedan encontrar, conocer y descubrir su vocación. Así Elí reconoce que Dios le está hablando a Samuel, Elí hace lo correcto y, entonces, Samuel empieza a conocer a Dios, experimentará que la palabra que Dios le dirige se cumple y se convertirá, por lo tanto, en testigo. Así también Simón Pedro será conducido por su hermano Andrés ante Jesús y será el testigo principal de los discípulos de Jesús.
San Juan Bautista llama a Cristo “Cordero de Dios”. Fray Luis de León en su preciosa obra “De los nombres de Cristo” explica el significado de cordero con estas palabras:
"Mas si esto es fácil y claro, no lo es lo que encierra en sí toda la razón de este nombre, sino escondido y misterioso, mas muy digno de luz. Porque Cordero, pasándolo a Cristo, dice tres cosas: mansedumbre de condición, y pureza e inocencia de vida, y satisfacción de sacrificio y ofrenda, como San Pedro juntó casi en este propósito hablando de Cristo: «El que, dice, no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; que, siendo maldecido, no maldecía, y, padeciendo, no amenazaba; antes se entregaba al que juzgaba injustamente; el que llevó a la cruz sobre sí nuestros pecados.» Cosas que encierran otras muchas en sí y en que Cristo se señaló y aventajó por maravillosa manera." Destacamos, pues, estos tres significados de cordero que Fray Luis nos señala:
Por una parte: mansedumbre. Cristo es el manso. Los mansos en el rebaño son corderitos criados por la mano del pastor que después se convierten en guías de todo el rebaño y guardan una fidelidad exquisita a su pastor para siempre. En Cristo descubrimos esta mansedumbre o fidelidad al Padre que le lleva a hacer permanentemente su voluntad. “Aprended de mí -dice Jesús- que soy manso y humilde de corazón”
En segundo lugar pureza y vida inocente. La vida de Jesús se convierte en un conjunto de palabras y gestos en total coherencia hasta dar la vida. Jesús es el cordero inocente llevado al matadero que no gemía ni abría la boca. Con esta expresión queremos entender cómo Jesús se encamina a la cruz consciente de que su muerte es salvadora. “Aparta de mí este cáliz pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”
En tercer lugar: satisfacción de sacrificio y ofrenda. Jesús es el cordero expiatorio de las culpas de su pueblo. Muere uno por todos. En el pueblo de Israel había una tradición por la que se elegían dos chivos. Uno se sacrificaba a Yavé; otro era cargado con todas las culpas del pueblo y se le llevaba al desierto, entre insultos y pedradas, para entregarlo a Azazael, el demonio, y se le abandonaba hasta que moría. Con eso se quería expresar que los pecados del pueblo habían desaparecido y se habían quedado en el desierto definitivamente. De ahí viene la expresión ser el chivo expiatorio.
Cuando Juan el Bautista llama cordero a Jesús no está inventando nada; está apoyándose en toda la tradición religiosa de su pueblo desde antiguo. Cuando llamamos nosotros cordero a Jesús en la Eucaristía: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” o recitamos antes de comulgar tres veces “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo…” no estamos usando palabras al azar sino uniéndonos a una larga tradición profética que descubre a Cristo como el Salvador, el sanador, el Mesías que entrega la vida por amor. Una de nuestras grandes tareas en el tiempo que nos toca vivir es descubrir y conocer personas que estén familiarizadas con Dios porque con ellos podemos encontrar el camino que nos lleva hacia Dios y descubrir nuestra verdadera vocación. Samuel en esta familiaridad que irá teniendo con Dios va ir descubriendo y viviendo su vocación como juez y profeta para dirigirse al pueblo y al rey Saúl conforme al querer de Dios. Por otro lado, Pedro, en su familiaridad y escucha de Jesús irá también pastoreando el rebaño que Jesús le confía conforme al deseo del mismo Señor.
La exigencias de nuestro bautismo nos llevan a comprometernos y a ser militantes de todas las causas humanas. A participar en la vida social y pública para transformar la realidad desde los valores del Evangelio. La Iglesia no apuesta ni se identifica con ningún partido porque su causa es católica y universal. Cada cristiano tiene sin embargo una libertad total de conciencia para apoyar las apuestas políticas que él considere más apropiadas para el momento que vivimos. Pero es inaceptable asociar a la Iglesia a un partido político determinado. La Iglesia no tiene partido. Cada cristiano puede, si lo desea, tener y apoyar al suyo.
Y del cordero que entrega la vida al Pastor que nos congrega en una sola familia de fe, que es la Iglesia. Ahora somos nosotros simbólicamente las ovejas de este único rebaño de Cristo. Lo ha expresado magníficamente el gran poeta español Luis de Góngora:
Oveja perdida, ven
sobre mis hombros, que hoy
no sólo tu Pastor soy,
sino tu pasto también.
Por conseguirte mejor
cuando balabas perdida,
dejé en un árbol la vida,
donde me subió el amor.
Si prueba quieres mayor,
mis obras hoy te la den.
Oveja perdida, ven
sobre mis hombros, que hoy
no sólo tu Pastor soy,
sino tu pasto también.
Pasto, al fin, hoy tuyo hecho,
¿cuál dará mayor asombro:
o traerte Yo en el hombro,
o el traerme tú en el pecho?
Pruebas son de amor estrecho…
Que los más ciegos las ven.
Oveja perdida, ven
sobre mis hombros, que hoy
no sólo tu Pastor soy,
sino tu pasto también.
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