#sentipensares La participación de las mujeres en las comunidades de fe

La participación de las mujeres en las comunidades de fe
La participación de las mujeres en las comunidades de fe


Históricamente la mayoría de las comunidades de fe de corte evangélico en Chile se encuentran constituido principalmente por mujeres. Lo que coincide plenamente con lo que ha ocurrido desde el inicio del cristianismo, las mujeres han tenido un lugar fundamental en el desarrollo y crecimiento de la vida de las iglesias. Pero si bien su participación es de vital importancia para cada comunidad de fe, esta participación se encuentra limitada por ciertas condicionantes, paradójicamente por su calidad de ser precisamente mujer.  

Dentro de la vida eclesial hay multiplicidad de ministerios, funciones y tareas por desarrollar y que van permitiendo el adecuado desarrollo y crecimiento de sus feligreses. Por lo tanto, en la mayoría de las organizaciones cristianas evangélicas encontraremos grupos de hombres, mujeres, adolescentes y niños; y otros ministerios como la oración, predicación, visitación a enfermos, evangelismo, como también, múltiples actividades de asistencia social a los más vulnerables. Por último, se encuentran las actividades propias de la administración de la comunidad, como también de su cuidado y mantención. Como podemos apreciar la vida de las comunidades de fe en general se encuentran en continuo movimiento y actividades, pero ¿cómo se produce esa participación en las diversas comunidades de fe? ¿son espacios disponibles para todos y todas? ¿qué limitaciones hay?

La respuesta es principalmente uno: tu género. Así llegamos a una importante disyuntiva, porque más allá de poseer las diversas competencias necesarias para desempeñar determinadas tareas vamos a notar que por lo general las mujeres responden solamente a un grupo de ellas: trabajar en grupos con otras mujeres y niños, visitación de enfermos, orar por la iglesia, evangelismo al salir a invitar personas para ir al culto, como las tareas domésticas como el aseo del templo o cocinar para diversos eventos; pero no precisamente porque sean las tareas que prefieran realizar, sino porque son a las que pueden acceder. Lo que corresponde a ministerios como la predicación a la congregación, o su participación en la administración y la toma de decisiones se encuentra limitado a un grupo específico de personas y por lo general, éstos son varones. Esta segmentación de tareas y actividades dentro de gran cantidad de comunidades de fe, principalmente conservadoras, va a responder a dos puntos importantes: como se mencionaba anteriormente, el género que se posee, y en segundo lugar a los roles asignados a causa del mismo género.

Como raíz a esta distinción tan importante sobre lo que puedes realizar/desarrollar dentro de una iglesia va a responder a la base doctrinal a que cada congregación pueda adherirse, y eso a su vez, y de forma más fundamental, a la interpretación dogmática que se realiza de Las Escrituras y de los roles de género presente en ella. Esta lectura y a su vez, la problemática antes mencionada es algo que nace desde el inicio del cristianismo al institucionalizarse, qué tarea pueden desempeñar o no las mujeres dentro de las iglesias cristianas.  Durante siglos hemos transitado entre las mismas interrogantes e incomodidades de un grupo de mujeres disidentes que no logra conformarse con seguir perpetuando un status quo que nace de una conveniente segregación a causa del género. Respondemos a una Santa Biblia, sin lugar a dudas inspirada por Dios, pero escrita por hombres que son hijos de su contexto sociocultural y luego, con el pasar de las décadas sigue siendo interpretada por otro grupo selecto de hombres, hijos de su contexto también, genera una interpretación teológica y doctrinal que sigue dejando a las mujeres en tareas y labores propias de su rol social y cultural de cuidadoras y dueñas de casa. Solo pocas mujeres han logrado romper esos paradigmas a lo largo de los siglos y desempeñar diversas labores y tareas que han sido consideradas “solo para hombres” llevándose consigo la carga y el estigma de romper los designios de Dios. 

Hoy, en pleno siglo XXI, con todo el apogeo y acceso que han ido obteniendo las mujeres en su acceso al mundo académico y laboral en el submundo de las comunidades de fe parece no haber llegado en todas ellas el desarrollo que se vive afuera, en la sociedad. Porque como en muchas congregaciones se dice: “el evangelio no es cultura”, por ende, cómodamente es mejor seguir manteniendo este status quo de mantenerlas dentro de las labores de cuidado o enseñanzas sólo de otras mujeres y niños, como de las labores domésticas para no compartir los espacios de poder que implica tanto la toma de decisiones o la enseñanza principal del púlpito a toda la congregación.

Solo nos queda mantener la esperanza de que la disidencia ante estas estructuras de poder eclesial pueda atender en primera instancia al cambio social imperante en estos tiempos y que lleve a reconocer que el género no puede ser una distinción que permita o no acceder a ciertos ministerios, puestos o tareas dentro de una comunidad de fe. Solo nos queda la esperanza de sea el mismo Espíritu de Dios que nos permita volver a mirar a nuestros orígenes, pero con Jesús en que éramos de verdad un solo cuerpo y un mismo espíritu, sin importar si eras hombre o mujer.

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