Viaje por la Occitania francesa, el corazón de los "hombres buenos" La ruta de los herejes

(Carmen Maestro Gómez).- En plena Edad Media, existió un pequeño grupo de personas que sabía leer y escribir propugnaba el conocimiento como medio de liberación. Eran religiosos, y cristianos. Sus predicadores eran hombres y mujeres. Entre ellos había igualdad de sexos. Su lema: pobreza, solidaridad y compartir sus habilidades con los demás.

Mentes adelantadas a su tiempo, abrieron la primera grieta en una Iglesia católica corrompida y alejada del pueblo empobrecido. Y se ganaron la simpatía de algunos señores feudales ricos y poderosos, convirtiéndose en una amenaza..., que se zanjó con sangre. Pero también sembraron el futuro: pusieron la primera piedra (el estudio directo y la reflexión), que daría lugar a la Reforma Protestante. Fueron los cátaros u "hombres buenos", como los nombraba la población para referirse a ellos.

La ruta de los herejes

Los paisajes donde se asentaron estos "buenos hombres" declarados herejes por la Iglesia católica se encuentran en la región del Midi Pyrénées, en el sur francés. Toda esta historia, aderezada con el circuito por un bello paisaje de montaña, cuna de rebeldes y riquezas en sus días, puede ser inolvidable. Y varios alicientes: una gastronomía local deliciosa, buenos vinos de la tierra y mucho arte.

Mazamet, la protestante

Situado dentro del parque natural regional del Haut-Languedoc, este recorrido se inicia en Mazamet. Se accede a ella entrando por la Montaña Negra. Densas masas de pinos y robles dan nombre a esta montaña, del color verde azulado, que ya pintara Van Gogh.

Fundada en el 412 por visigodos como Hautpol, se construyó sobre un monte cuya fortaleza aún se puede visitar. La conversión al catarismo del Señor de esta población hizo que Simón de Monfort la tomara durante la cruzada albigense iniciada por el papa Inocencio III contra los cátaros. La población se vio forzada a desplazarse al valle, fundando Mazamet.

Aquí puede visitar el museo de la Memoria, que le mostrará un recorrido por la historia de los cátaros. Y el castillo de Hautpol en la montaña, donde se instalaron. Hoy es una preciosa y cuidada aldea con una vista privilegiada sobre el valle.

Este pueblo es antesala de Castres, bastión medieval, que se puede visitar de forma original desde una gabarra. Creció en torno a la abadía de San Benito, sobre el emplazamiento de un viejo fuerte romano. En los años 1530-1560 la población se convirtió al protestantismo, convirtiéndose en una de las mayores plazas protestantes de Francia. Cruce de caminos, fue una población de economía floreciente. Es uno de los lugares emblemáticos del Tarn: con sus casas de colores representa el sabor del sur. Goya y Velázquez tienen cabida en ella, y están presentes con un museo en su honor.

Paseando por ella nos encontraremos con un curioso hotel, el Renaissance. Merece la pena echar un vistazo a sus habitaciones, con una decoración que te hará sentir especial. Y probar su famoso vino Gaillac elaborado con el método tradicional, del que se sienten orgullosos.

También aquí se respira otra religión, el rugby, que es el deporte rey del lugar.

Y el museo del protestantismo, en el pueblo de Ferrières, donde conocerá el camino hacia la Reforma Protestante, cuya clave se halla en las primeras traducciones de la Biblia. Y su culminación, la conquista del laicismo, después de guerras sangrientas.

Y no es que la historia del lugar comenzara con los visigodos. Un enorme testigo de piedra, en las montañas de Laucane, nos lo recuerda. Un gran menhir neolítico (de 4 m.) nos habla de la revolución que significó la sedentarización de los hombres. Admirarlo en medio de la montaña sobrecoge. Es La Pierre Plantée (Lacaune les Bains), uno de los más altos de Europa. Tiene una leyenda que explica su presencia, pregunten por ella. Los primeros paisanos se instalaron aquí alrededor de 3.500 años (a. d c.). Visitando el centro de interpretación de Megalitos en Murat sur Vébre se pueden admirar algunos de ellos en muy buen estado, en los que se aprecia claramente la talla que indica el sexo del megalito.

Monestiés, arte religioso

La siguiente etapa nos conduce hacia los caminos del poderoso catolicismo. Monestiés, Monestiér en occitano, el idioma de la región declarado en peligro de extinción por la Unesco, aún en uso aunque no oficial.

Situado en el Camino de Santiago y enrollado en un rizo del Cérou alrededor de su Iglesia de San Pedro, este pueblo tranquilo y armonioso es reconocido como una cumbre de estatuaria religiosa. Monestiés protege un grupo estatuario en la capilla de Saint Jacques (1490), compuesto por veinte estatuas de piedra calcárea polícromas, de autor desconocido. Se supone que fueron esculpidas por los mismos artistas que trabajaban en la catedral de Albi. Ilustran los tres últimos episodios de la Pasión de Cristo: crucifixión, piedad y enterramiento. La capilla debe mantener un calor mínimo en el recinto con el fin de evitar que se estropeen por la humedad, que hace que rezumen sal. Están muy bien conservadas.

Además, se puede admirar la Iglesia de San Pedro de estilo gótico. Construida sobre los restos de una iglesia románica, data de 1550 y contiene un retablo en muy buen estado. La luz entra por sus vidrieras creando un ambiente atemporal. El centro histórico conserva numerosos testimonios de su pasado glorioso. Casas con entramados de madera y saledizos, plaza porticada, y un puente del siglo XII usado por los peregrinos de Compostela.

Como curiosidad, el museo de Bajén-Vega, la pareja de pintores refugiados de la guerra civil española. Y un recorrido botánico por las orillas del río para descubrir en familia. Prácticamente, su cámara fotográfica arderá.

Y Albi, la roja

Ya estamos encantados con lo que hemos visto, pero queda el colofón. Estamos a punto de llegar al final del recorrido. Albi, la capital del distrito de Tarn que reúne tres joyas arquitectónicas que le dejarán sin aliento: la Catedral de santa Cecilia, el palacio de la Berbie-museo Tolouse-Lautrec y el Puente Viejo, el más antiguo de Francia. De un rosa vivo por las mañanas, rojo oscuro durante el crepúsculo, esta vista de la ciudad se puede admirar desde el puente. Las sombras van bajando desde la torre del homenaje a las murallas llegando hasta el río.

De su silueta destaca la grandiosa catedral, de estilo gótico meridional único. Gigante de ladrillo que recuerda una fortaleza por fuera, fue completada durante los siglos XV y XVI con una decoración interior excepcional (pinturas, coro y estatuario). Posee la mayor superficie de pinturas murales de Europa. Única catedral en que los muros y la bóveda están totalmente cubiertos, constituye una obra maestra absoluta de pintura monumental que no dejará indiferente.

Cuentan que el último obispo encargado de su construcción, al ver tanto ladrillo, ordenó cubrirlo todo por dentro. Mientras se construía de día, por la noche se pintaba, con la técnica del fresco. Se pueden observar numerosos dibujos-capricho de los pintores, camuflados entre los motivos decorativos.

Esta maravilla de interior representa la Biblia y se lee de este a oeste. El deambulatorio sería el Antiguo Testamento. El coro, una obra maestra tallada en piedra y madera de estilo gótico flamígero, representa el Nuevo Testamento, y en el extremo oeste, una pintura mural del Juicio Final que conserva intacto el color originario. Y sobre esta, en el piso superior, un gigantesco órgano que se pone en marcha en estos días de Pascua, haciendo las delicias de los visitantes.

La catedral está dentro del recinto episcopal, "la Cité Episcopale" inscrita en el patrimonio mundial de la Unesco en 2010.

De este recinto forma parte el palacio de la Berbie, donde se encuentra el museo de Henri de Tolouse-Lautrec, una fiesta. Se piensa que era el palacio del inquisidor por las huellas encontradas durante las obras realizadas para acondicionarlo como museo. Cuesta pensar que esas estancias vestidas con la alegría maestra del artista, fueran antaño un lugar sediento de dolor.

Ya solo resta disfrutar del paseo por las calles de la ciudad, donde su azul-pastel característico, se convierte en el azul de todas las virtudes. Es el azur de Francia. Se sembraba durante la luna de marzo, y se cosechaba desde junio hasta noviembre. El poder de su tinte podía durar por lo menos hasta diez años. Su azul tenaz y profundo resistía al sol y a los lavados. Fuente de fortunas de numerosas familias, valía el sudor de su trabajosa elaboración.

No podrán resistir la tentación de llevar consigo de regreso, algunos de sus exquisitos productos. Tienen para escoger entre una gran variedad de productos locales. Vino, patés, embutidos y quesos. También sus famosos ajos rojos. Todo fácil de transportar. Y no dejen de probar la estupenda cocina, con sus ensaladas de embutidos y quesos, el magret de pato, la ternera asada con setas, el tradicional guiso pascual de judías blancas con bacalao y los riquísimos postres. Todo ello acompañado con los vinos de la tierra. ¿Qué más se puede pedir, sino volver? Puede hacerlo desde aquí:

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