¿Alguien se atreve a describirlo? Creo que no.
Nadie lo ha visto, aunque todos nos lo imaginamos, cada uno de una forma, pero todos sabemos lo que es…
Pero el hecho de no verlo no significa que no lo deseemos. Cuando hablamos de “ir al cielo” ya todos sabemos que no nos referimos a un lugar como tal, sino a poder llegar al Misterio del amor de Dios. Momento en el que podremos sentirle, tocarle, en una palabra: enamorarnos para siempre porque Él es ese cielo que tanto anhelamos los cristianos en esta tierra.
Creo que será una experiencia que ahora no podemos describir debido a nuestra finitud, pero estoy segura que cuando lleguemos a ese Misterio, será algo tan maravilloso y desbordante que será indescriptible porque entonces y solo entonces, podremos sentir de verdad a quien hoy amamos aquí.
Llegados ahí es cuando alcanzaremos la máxima plenitud, la plena comunión, el encuentro con Él y con nuestros seres más queridos. Pero para llegar a este momento no tenemos por qué esperar nuestra marcha de este mundo, creo que de alguna forma, ya estamos saboreando aquí, ahora, parte de esa nueva etapa, de ese pasar, como decimos vulgarmente “de la tierra al cielo”. ¿No es un regalo el nacimiento de un niño, una mirada, un sí quiero, una sonrisa?… momentos sencillos que forman parte de nuestra vida y que la mayoría de las veces nos pasan desapercibidos.