Jesús nos deja las huellas de su amor para seguirlas
DOMINGO SEXTO DE PASCUA - "B"
Eduardo de la Serna
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10, 25-26. 34-36. 44-48
Resumen: Dios no hace acepción de personas es el punto de partida. También los paganos pueden recibir los dones de Dios; pero para que la Iglesia pueda dar este paso fundamental el Espíritu se manifiesta con claridad mostrando los caminos de vida para todos.
El texto litúrgico es, en realidad, una serie de fragmentos de un texto mucho más amplio que es la predicación y bautismo del primer pagano, Cornelio. El texto condensa muchos elementos que merecen comentario. En realidad, la escena abarca desde 10,1 hasta 11,19. Comentaremos solamente lo que se encuentra en los fragmentos seleccionados:
vv.25-26: movido por una revelación que se repite insistentemente, Pedro (contra todo lo permitido) se dirige a casa de un pagano. Cornelio, que también actúa movido por una revelación lo recibe y se postra ante él. Como también lo hace Pablo en 14,16 Pedro insiste en que “es hombre” y postrarse ante él es algo inadecuado. No parece que Cornelio – de quien se nos dice que es “temeroso de Dios”, y por tanto acepta la religión de Israel aunque no pueda hacerla suya completamente – confundiera a Pedro con un ser divino, pero lo cierto es que al caer postrado a sus pies (algo que Jairo y un samaritano hacen ante Jesús en Lucas, cf. 8,41; 17,16; cf. Ap 19,10) realiza algo inconveniente.
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vv.34-36: Ante las revelaciones simultáneas Pedro confirma que también ha de aplicarse a esto el dicho característico de que “Dios no hace acepción de personas” (cf. Dt 1,17; 10,17; 16,19; Job 34,19; Sir 35,13; y en el NT: Rom 2,11; Gal 2,6; Ef 6,9; Col 3,25; 1 Pe 1,17…). La imagen originalmente alude a que un juez no puede guiarse por la “cara” (el término “rostro” es el que está en el término “acepción”, prosôpon) ya que Dios mira “el corazón”. Pero esto, que refiere a la justicia, Pedro lo aplica aquí a que Dios no hace acepción entre judíos y paganos y también a estos (como Cornelio) quiere hacer llegar la salvación.
El texto aquí parece romper la lógica ya que comienza a destacar que “la palabra” de Dios se dirigió a los hijos de Israel, pero al finalizar esta breve referencia a Israel, Jesús y la pascua (omitida en el texto salvo el primer versículo) todo se interrumpe por una nueva intervención divina (que las hay en cantidad en esta unidad, como veremos).
vv.44-48: “estaba diciendo estas cosas”, es decir, aunque se señale la preeminencia de Israel, el Espíritu Santo (a quién hemos calificado de “el gran protagonista” de Hechos) cayó sobre los que escuchaban “la palabra”. Lo que observan los “circuncisos” es que el don del espíritu también se dirige a los “incircuncisos” ya que – como había ocurrido con aquellos al comienzo – los escuchan hablar en lenguas (2,4) y engrandecer a Dios.
Ante esta intervención de Dios, Pedro no puede sino reconocer una vez más a Dios que habla. Y entonces, “¿cómo negar el bautismo?” Si el que marca los caminos de la Iglesia (tema central de Hechos, como se ha dicho en otro momento) es el Espíritu Santo, los signos del Espíritus deben ser acatados y – aunque sólo podía bautizarse a los miembros del pueblo de Israel (salvo cuando se hacía un bautismo de purificación a uno que sería circuncidado a continuación) – ahora el Espíritu mismo invitaba a cambiar de actitud.
Quizás podamos sintetizar este acontecimiento fundamental de este modo: en una mirada rápida, todo el AT invitaba a tener con los paganos una actitud de distancia y hasta de rechazo (no se puede entrar en su casa, 10,27), y el mismo Jesús había dicho que no se dirijan a paganos sino “a las ovejas perdidas del pueblo de Israel” (cf. Mt 10,6) [esto que decimos es muy simplificado, sin dudas todo es mucho más complejo], lo cierto es que pareciera que todo estaba en contra de la predicación y aceptación de paganos, tanto la Biblia como el mismo Jesús. Por tanto, para dar este paso monumental, hacía falta una indiscutible intervención del Espíritu. De allí lo extenso del relato, la insistencia en las revelaciones de Dios a Pedro y a Cornelio, y la manifestación visible del espíritu en las lenguas. Ahora sí se puede dar el paso decisivo de la aceptación por medio del bautismo. De todos modos la cosa no quedará aquí y Pedro deberá rendir cuentas de todo esto a la comunidad de Jerusalén (donde por tercera vez repetirá las revelaciones) de modo que la asamblea de Jerusalén – donde todo se decide en Hechos – reconozca claramente que “también a los gentiles ha dado Dios la conversión que lleva a la vida” (11,18).
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 4, 7-10
Resumen: La insistencia – como en toda la carta – en el amor tiene también otros elementos propios: “conocer a Dios”, haber “nacido de Dios”. El amor tiene en Dios su origen y es el modelo de cómo debe ser el amor de los creyentes hacia sus hermanos.
Con un nuevo vocativo (“queridos”, v.7) el texto continúa las exhortaciones (y finaliza en v.10 ya que en v.11 un nuevo “queridos” da comienzo a otra unidad). En realidad, el tema del amor se encuentra x48 veces en la carta (x8 en esta sub-unidad) y x10 en las cartas 2ª y 3ª [y – como veremos en seguida – es sumamente importante en el cuarto Evangelio]. Como es frecuente en la Biblia, el amor aparece, a su vez, ligado al “conocimiento”. Ya en 2,5 se relaciona guardar la palabra, amar a Dios y conocerlo. Por eso “el mundo no lo conoce” (3,1). La unidad anterior finalizaba diciendo que “somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha…” (4,6). Este, a su vez, se repite que “ha nacido de Dios”, algo que ya se ha afirmado en 3,9: “Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado porque su germen permanece en él; y no puede pecar porque ha nacido de Dios”. Más adelante insistirá que todo el que cree que Jesús es el Cristo “ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él. (5,1), éste “ha vencido al mundo” (5,4, como Jesús, Jn 16,33) y esa victoria es “nuestra fe”, el “nacido de Dios” no peca porque Dios lo protege (5,18).
Ahora bien, este amor – que es lo propio de los nacidos de Dios, los que lo conocen, tiene en Dios mismo su fuente, en el “envío” de su Hijo para que “vivamos” (única vez del verbo záô en la carta; como en el Evangelio, Juan usa el sustantivo zôê [x13] y el verbo záô en el sentido de vida divina). El amor es gratuidad, recepción: Dios nos amó (v.10) enviando a su Hijo. Este “envío” (tan importante en el Evangelio de Juan) es síntoma del amor divino (que “tanto amó al mundo que le dio a su Hijo…”, Jn 3,16).
Este hijo fue “propiciación” (hilasmòn) por nuestros pecados. El término es ambiguo y puede referir al rito (sacrificio), al día (de la Expiación) al altar o a los efectos conseguidos (el perdón). El término (o el semejante hilastêríon, en Rom 3,25) no hace referencia a rituales sino más bien a los efectos: el perdón. Por el envío de Jesús los creyentes alcanzan el perdón.
La frase más fuerte de la unidad es sin duda la afirmación de que “Dios es amor” (v.8; cf. v.16; ver también Jn 4,24: “Dios es espíritu” y 1 Jn 1,5: “Dios es luz”. Todas han de entenderse cristológicamente). La relación de Dios y el amor es sumamente frecuente en toda la Biblia (cf. Jer 3,12; Sal 130,7; 145,8), pero la afirmación de que Dios “es” amor es ciertamente novedosa. Sin duda el contraste de este amor es el “odio” del “mundo” (que como se ha dicho frecuentemente no ha de entenderse en sentido dualista, como referido a lo terrestre, sino a aquellos que rechazan el proyecto de Jesús): Jn 15,18; 17,14; 1 Jn 3,13.Hemos señalado en otro momento que aquellos frente a los que el autor de 12 Juan reacciona son también ellos seguidores del discípulo Amado. Ellos estarán de acuerdo que Dios es amor, pero han limitado el amor a un amor que excluye a los hermanos. Sólo amor a Dios, de allí la referencia al acto de Jesús capaz de conseguir el perdón en la cruz. El autor de las Odas de Salomón lo afirma: “Yo no hubiera sabido amar al Señor si él no me hubiese amado” (3,3-4).
+ Evangelio según san Juan 15, 9-17
Resumen: Jesús destaca una cadena de amor que comienza en el Padre y pasando por Jesús (y su amor ejemplar) llega a los discípulos que deben amarse y salir al mundo mostrando ese amor a todos.
Como señalábamos la semana pasada, el gran texto del discurso de despedida (Jn 13-17) tiene varias partes. El discurso de la vid y las ramas es una de ellas. Esta, a su vez tiene dos sub-unidades, la primera (vv.1-8) centrada en la vid y los sarmientos propiamente dicha, y la segunda (vv.9-17) centrada en el amor, que será visto como “fruto”. Lo importante es que todo esto es presentado como “mandato”.
El amor, tema central de la unidad, aparece en una suerte de cadena: del Padre a Jesús, de Jesús a los suyos, de estos a los demás. El amor de Jesús se presenta, entonces, como amor modelo para los discípulos (cosa que ya ha indicado: 13,34-35), un amor que es “extremo” (13,1). Esto supone por parte de Jesús una entrega de su propia vida (10,18; 14,31) que para Jesús es “mandato” del Padre. Así, entonces, el (modo del) amor de Jesús es modelo y a su vez fuente del amor que los discípulos deben tener mutuamente.
Una nota breve sobre el “dar la vida”. Con frecuencia este texto y otros semejantes se ha entendido en un sentido sacrificial, heroico. Y casi suicida. El tema es muy distinto si se lo mira desde la perspectiva del amor. El amor a los demás es un compromiso militante por su bien, por su vida. Y esa búsqueda del bien (o la justicia, o la paz, o lo que acompaña las virtudes) se vive en plenitud. Pero ocurre con frecuencia (con mucha frecuencia, lamentablemente) que hay quienes no quieren la vida de los otros, o su justicia, o su paz… La coherencia, la fidelidad en la búsqueda de esa vida plena para los otros lleva con frecuencia a los violentos a eliminar a aquellos. Pero entonces, no es la muerte (que es acción homicida de los violentos) lo que resulta meritorio y modélico, sino la coherencia, la fidelidad, el amor hasta el final. Ese amor extremo es lo que vale. El mártir no da la vida, se la arrancan. Lo eliminan. Pero el mártir es capaz de llevar su fidelidad hasta el fin, no porque quiera morir sino porque quiere que aquellos que son objeto de su amor (o de la justicia, o la paz) puedan vivirla en plenitud.
Los amigos (filíoi) son aquellos que son amados (filía), y estos no son un pequeño grupo selecto sino todos los creyentes, todos los que reciben el don del espíritu y son entonces hijos. “Él nos amó primero” (1 Jn 4,19). Así el mandamiento no es algo “mandado” despóticamente, sino algo que fluye después de haber experimentado el amor extremo de Jesús. El Jesús que a lo largo de todo el Evangelio ha hecho la voluntad de su padre invita ahora a los suyos a hacer lo mismo (v.10).
En este sentido, la intimidad es tan profunda que el que había sido “siervo de Jesús” es presentado como “amado” (= amigo), del mismo modo que lo había sido Moisés a quién Dios hablaba “como un amigo” (Ex 33,11). Este grupo de “elegidos”, “amigos” sin duda es más amplio que el grupo de los Doce (de hecho no se destaca quiénes son los presentes en esta unidad).
Pero abruptamente el texto retoma la imagen de la vid con la que había comenzado el discurso. El grupo está “destinado” a dar fruto” y fruto que “permanezca” (recordar el verbo permanecer que destacamos el domingo pasado). El grupo – como los Doce – han sido “elegidos” (6,70), comparten con él la cena (13,18) y al ser elegidos los ha “sacado del mundo” (15,19). Pero esta elección es para un “destino”. La vida de las ovejas es el “destino” de la vida del Pastor (10,11.15.17.18), como anuncia Pedro que lo hará (13,37.38) y es el amor mayor que Jesús anuncia (15,13). Jesús, que insistentemente dice que se “va” (13,3.33.36; 14,5.28; 16,5.10.17), les dice que “vayan” a dar fruto. El marco es evidentemente misionero, una búsqueda de fruto que permanezca en los demás. Para eso cuentan con la oración en nombre de Jesús.
El amor, la característica fundamental de Jesús y de los suyos contrastará – en lo que sigue – con el odio del mundo.
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