Comentario a las lecturas del domingo 19º B El Pan de la vida confronta las realidades de muerte
Elías debe huir de la ira de Jezabel y se dirige por el desierto a la montaña de Dios, el Horeb. Para eso es alimentado maravillosamente por un mensajero de Dios.
El hombre viejo y el hombre nuevo del que había hablado tienen modos de vida que los identifican. El autor invita a los creyentes a asemejase a Cristo en su amor extremo.
Continúa el discurso del Pan de Vida. Jesús no es quien parece ser, viene del Padre Dios y puede conducir al padre y transmitir el don de la vida a quienes “van a él” por el hecho de “creer en él”.
Continúa el discurso del Pan de Vida. Jesús no es quien parece ser, viene del Padre Dios y puede conducir al padre y transmitir el don de la vida a quienes “van a él” por el hecho de “creer en él”.
Lectura del primer libro de los Reyes 19, 1-8
Resumen: Elías debe huir de la ira de Jezabel y se dirige por el desierto a la montaña de Dios, el Horeb. Para eso es alimentado maravillosamente por un mensajero de Dios.
El texto de 1 Reyes se inscribe, obviamente, en el llamado “ciclo de Elías”. El conflicto entre el profeta y la reina Jezabel es muy serio. Lo resumimos brevemente:
El rey de Israel, Ajab se ha casado con Jezabel, de Tiro, hija de un sacerdote de Baal. Mirad desde la perspectiva de la reina, es razonable que ella actúe como una reina fenicia y no como una reina israelita. Y esto incluye actitudes de autoridad, actitudes frente a la tierra (los fenicios tienen una actitud muy diferente, de allí que Jezabel entienda razonable comprar y vender la tierra, cosa que Nabot no acepta, cf. 1 Re 21) y obviamente en lo religioso es comprensible que tenga sacerdotes y profetas de Baal. Por el contrario, Elías no acepta la presencia de los ídolos y sus ministros en la tierra de Israel. El tema es un “conflicto de Dioses” (es bueno recordar que Elías significa “mi Dios es Yah[vé]”). Reclamando los derechos de Yahvé sobre su pueblo, Elías ha asesinado a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal lo cual, por cierto, provoca la ira de Jezabel, quien decide informarle a Elías por un “mensajero” (mal’ak) que aplicará el “ojo por ojo” (“hacer con tu vida como has hecho con la de ellos”, v.2). Comprensiblemente Elías tiene miedo y emprende la huida. Se dirige a Judá y sigue hacia el sur dejando en la última localidad – Berseba – a su criado y se adentra en el desierto.
El texto no nos dice hacia dónde se dirige Elías hasta el final: el monte de Dios, el Horeb. El trayecto (unos 400 kms.) es presentado como largo, y en una cierta memoria del trayecto del pueblo en el desierto es señalado como de “cuarenta días” [una caravana demoraría unos 15 días en hacerlo].
La alimentación del profeta en el desierto como fuerza para el camino es, sin duda, el motivo por el que el texto es incorporado. Quien despierta a Elías es un mal’ak (mensajero, ángel), “mal’ak de Yahvé” (v.7), mensajero de vida, que le ordena levantarse y comer. Lo que Elías ve es una “torta”, como la que había encargado a la viuda en 1 Re 17,13 (en Núm 11,8 se hace una torta con el maná), y además una jarra de agua (también la viuda de 1 Re 17,12.14.16 tiene una jarra. Con ambas, Elías alimenta milagrosamente a la viuda y su hijo. El “mensajero” vuelve a insistirle que coma ya que “el camino ante ti es largo”. De hecho, es “con la fuerza de aquella comida” que Elías llega al Horeb (= Sinaí; cf. Sir 48,7) caminando “cuarenta días y cuarenta noches”. En Ex 34,28 Moisés permanece “cuarenta días y cuarenta noches” sin alimento ni bebida mientras transcribe en el monte la ley de Dios (Dt 9,9.11.18.25; 10,10; cf. Mt 4,2). Una vez más, Moisés y Elías manifiestan semejanzas en los relatos bíblicos.
Lectura de la carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 30-5, 2
Resumen: El hombre viejo y el hombre nuevo del que había hablado tienen modos de vida que los identifican. El autor invita a los creyentes a asemejase a Cristo en su amor extremo.
Las listas de vicios son muy frecuentes en los escritos judíos de la diáspora. Es un modo sencillo y práctico de ilustrar a los destinatarios con la expresión de cosas que han de ser consideradas detestables y – por lo tanto – han de evitarse. Se puede decir que, en general, hay dos grandes “pecados” que los judíos detestan de los paganos que nacen de la idolatría y los desórdenes sexuales, de allí que las listas abunden en ello. Los judíos, viendo el modo de vida de los paganos de sus ambientes manifiestan rechazo por los mismos. Puede destacarse que el ambiente cultural marca decisivamente estos catálogos. Del mismo modo suele haber listas de virtudes, de tareas de la autoridad, etc. Lo cierto es que el autor, que ya había hablado (lectura de la semana pasada) del modo de vida de los paganos (ethnê, v.17) dedica dos párrafos a detallarlos (4,25-32; 5,3-14). En el medio (5,1-2) contrasta esto con el ejemplo de Cristo. El final de la primera lista y el ejemplo de Cristo constituyen la lectura del día.
La diferencia que tiene la lista de Efesios radica en que no se trata de una mera y fría enumeración de vicios sino que presenta también una opción alternativa: bondad, verdad, edificación, beneficencia, perdón… tomando elementos propios de otras cartas paulinas.
Isaías había destacado las idas y vueltas de las relaciones de Dios e Israel. Aunque Él recuerde a Moisés (63,9.11.12) lo cierto es que “ellos se rebelaron y entristecieron a su Espíritu santo, y él se convirtió en su enemigo, guerreó contra ellos” (Is 63,10). Israel obstinado se rebeló contra Dios en el desierto. El texto no señala expresamente qué sería lo que entristece el espíritu de Dios, si las palabras ofensivas (v.29), el conjunto de “amargura, pasión, enojo, gritos, insultos y cualquier tipo de maldad” (v.31) o – como parece, por el contexto – el completo “catálogo de vicios”. Todo esto es recaer en el “hombre viejo” (v.22). Con este espíritu los creyentes han entrado en una relación interpersonal (de allí que pueden entristecerlo) a partir del bautismo (a eso alude el “sello” y la redención, cf. 1,13-14).
A continuación, en la lista de cinco elementos negativos (v.31) señala la ruptura de la unidad, de la paz que caracteriza a los “revestidos” del Hombre Nuevo Cristo, que señalará brevemente en v.32. Estos tres aspectos son jrêstós (bueno, honorable, benévolo), eusplagjnoi (literalmente: de buenas entrañas, compasivo) y jarizomenoieautois (que se perdonen, liberen, tengan gracia unos a otros). Este modo de vida interpersonal ha de caracterizar a los miembros de la Iglesia, a los bautizados.
De aquí el autor saca una conclusión: “por lo tanto” (5,1). Seguramente es una conclusión de todo lo que viene diciendo desde v.17, no exclusivamente de lo último. Pero lo que dirá resulta sumamente denso (y en cierto modo, novedoso). Por única vez en la Biblia se habla de “imitar a Dios”, aunque – como es frecuente en otras ocasiones – se suele destacar un aspecto o elemento: “misericordia” (Lc 6,36), “misericordia y clemencia” (rabi Shaûl)… En este caso se trata de “hijos amados” (Rom 1,7), como lo es Cristo mismo. Para ello se ha de “caminar en el amor” siguiendo el ejemplo de Cristo (el hijo querido, Col 1,13). La vida de amor es la vida suprema del cristiano (Rom 13,8-10; Ga 5,13-14; 1 Cor 13), del bautizado que como hijo llama Abbá a Dios (Rom 8,15; Gal 4,6). Pero esa vida debe ser como la de “Dios”, amar como Dios ama. Ese es el distintivo (tatuaje, sello) del cristiano. El de Cristo es el ejemplo sublime. Aquí, toma una imagen típicamente paulina “se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2,20) llevándola al plural: “por nosotros”. Ese amor es comunitario. La imagen concluye tomando un elemento de la teología sacrificial. La donación de Cristo es presentada como “ofrenda” y “víctima” (cf. Sal 40,7), de “suave aroma” (antropomorfismo muy frecuente para señalar que a Dios le causa placer el olor de los sacrificios, cf. Gn 8,21; Ex 29,18; Lev 2,12…). Pero en este caso entendido como una auto-donación de sí motivada por el amor a los suyos. Es a este amor extremo, a semejanza del de Dios, del de Cristo al que el autor invita a su comunidad los unos con los otros.
+ Evangelio según san Juan 6, 41-51
Resumen: Continúa el discurso del Pan de Vida. Jesús no es quien parece ser, viene del Padre Dios y puede conducir al padre y transmitir el don de la vida a quienes “van a él” por el hecho de “creer en él”.
Continúa el “discurso del pan de vida”. La unidad comienza con una referencia a “los judíos” (ya no es “la multitud”) y en v.52 comienza una nueva parte, nuevamente aludiendo a “los judíos”. Lo que se dice es que “murmuraron” que – como vimos días pasados – se trata de la actitud de rebeldía, de rechazo al enviado de Dios. La murmuración tiene dos partes: lo que Jesús dijo de sí (el Evangelio de la semana pasada) y lo que ellos (creen que) saben de él. Lo que ellos “saben” es que Jesús es “hijo de José”. Conocen su familia. La tradición ya es conocida (aunque los cuatro evangelios la trasmiten con diferencias se remonta seguramente a un dicho común; como ocurre en más de una ocasión Juan se asemeja en parte a Lucas).
Lo que evidentemente no saben es que Jesús sí “ha bajado del cielo”, que viene “de Dios”. Los característicos “dos niveles” en el dialogo propios de Juan volvemos a encontrarlos en esta unidad; los orígenes de Jesús no son los que “se ven”, se ve un “padre”, Jesús alude a otro “Padre”. Pero lo que sigue diciendo Jesús aparece como sorpresivo y se mueve en otro nivel del discurso del Pan.
El verdadero origen de Jesús es el que permitirá a los que “vienen a mí” la resurrección, algo imposible para el mero hijo de José. “Venir a mí” ya lo había indicado Jesús como paralelo de “creer”: “El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (6,35).
Comenzando con una cita libre de Isaías, Jesús pide a los “judíos” que se dejen enseñar por Dios y llegarán a él. Eso lleva a “todos” hasta Jesús.
“Todos enseñados”, todos los que escuchan vienen “a mí”. Se trata de un proceso que conduce hacia Jesús (de eso se trata “creer”). Ya sabíamos que nadie ha visto a Dios (v.46; 1,18) pero que el que viene de Dios, “el Dios Hijo único” lo manifiesta porque es el único que lo ha visto y puede conducir hacia él y ese tiene “vida eterna”. Como el maná, la ley no da vida, al conducir hacia Dios Jesús lo da a conocer y así es “pan de vida”.
En todo el Evangelio es un dato que “creer” (es interesante que el verbo “creer” se encuentra en Juan con mucha frecuencia [x98], mientras que el sustantivo “fe” no aparece ni una sola vez) conduce a participar de la “vida” (divina): 3,15.16.36; 5,24; 6,40.47; 11,25; 20,31. Aquí es señalado con el clásico “en verdad, en verdad” que suele destacar dichos importantes de Jesús en el Cuarto Evangelio. En su frecuente discurso en dos planos Juan habla de dos niveles distintos de vida (y de muerte), así “murieron” los padres en el desierto, el que coma el pan de vida “no muera”. El paralelismo es evidente:
50 este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera.
51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre
El final del v.51 da un salto que permitirá el próximo paso Eucarístico: “es mi carne”, lo que será lectura del próximo domingo.
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