Un santo para cada día: 8 de noviembre Beato Juan Duns Escoto. (El doctor sutil, lumbrera de la “Escolástica)”
En plena Edad Media aparecen las grandes corrientes filosófico-teológicas que se habían iniciado tiempos atrás. Asistimos a la creación de unos sistemas de pensamiento, que no solamente contribuyeron a introducir nuevos elementos y formas en los planteamientos, sino que se enzarzaron entre sí, dando a las “Disputationes scolásticae” su expresión máxima
En plena Edad Media aparecen las grandes corrientes filosófico-teológicas que se habían iniciado tiempos atrás. Asistimos a la creación de unos sistemas de pensamiento, que no solamente contribuyeron a introducir nuevos elementos y formas en los planteamientos, sino que se enzarzaron entre sí, dando a las “Disputationes scolásticae” su expresión máxima. Entre estas polémicas que animaron el monótono discurrir de la escolástica medieval, nos encontramos con las dos grandes escuelas clásicas que acaparan la máxima atención de este periodo histórico. Por una parte, tenemos a Tomás de Aquino, el Doctor Angélico, representante del “Tomismo” al que siguen los dominicos y de otra tenemos a Juan Duns Escoto, el Doctor Sutil, representante del “Escotismo”, seguido por los franciscanos. Dentro de un marco común entre ambas escuelas se aprecian unas diferencias que pueden resultar hasta enriquecedoras. Frente al intelectualismo del Aquinatense aparece el voluntarismo del Franciscano. Sin entrar en otras disquisiciones sírvanos este breve apunte para introducir a este gran doctor de la Iglesia.
Juan Duns Escoto es posible que naciera en Duns (Escocia) en el año 1266, de familia humilde y muy influenciada por el franciscanismo, que por aquel entonces estaba extendido por esas tierras. A los 13 años ingresa en la orden franciscana, en el convento de Dumfries para pasar posteriormente a Oxford, con la intención de estudiar filosofía y teología, allá por el año 1288, siendo por fin ordenado sacerdote el 17 de marzo de 1291. Es verdad que cuando hablamos de Escoto, su capacidad intelectual parece eclipsar su dimensión espiritual, pero ésta existió, sin duda alguna y además en grado eminente, por lo que, en su persona no solamente hemos de ver a un relevante filósofo y teólogo, que lo fue, sino también a un santo, que durante su vida se significó por las prácticas piadosas y por su acendrado espíritu franciscano. Hombre de oración, humilde y obediente, abnegado y sencillo, interiorizaba y vivía por dentro cuanto su poderosa inteligencia le iba alumbrando, mostrándose siempre leal servidor de la verdad y de la Iglesia, como lo demuestra el hecho de que fue expulsado de París por oponerse al rey francés Felipe IV y negarse a firmar un libelo en contra del Papa Bonifacio VIII. La teología por él pensada se trasformaba en teología por él vivida “Oh Señor, Creador del mundo, decía, concédeme creer, comprender y glorificar tu majestad y eleva mi espíritu a la contemplación de Ti”. De él se ha dicho con toda razón: “La teología alimentaba su vida espiritual y a su vez la vida espiritual consolidaba su teología”.
El Doctor Sutil dedicó gran parte de su vida al magisterio en renombradas universidades, siendo celebrado como profesor universitario en Cambridge, Oxford, Colonia y en París, asumiendo “Las Sentencias” de Pedro Lombardo como libro de texto, puesto que él no desarrolló un sistema propiamente dicho, al estilo por ejemplo de Tomás de Aquino con su Suma Teológica. En detrimento de este gran escolástico se ha venido barajando el argumento de que su pensamiento pudo haber servido de precedente al nominalista Guillermo de Ockham, otro franciscano como él y con ello haber contribuido a abrir las puertas al modernismo. Pudo ser, no digo yo que no, incluso me atrevo a aventurar que tal vez esto fuera la razón por la que tardó tanto tiempo en subir a los altares, hecho que se produjo recientemente el 20 de marzo de 1993, con el papa Juan Pablo II. Sea como fuere, ello no debió ser motivo nunca para ensombrecer su brillante trayectoria, siempre en consonancia con la fe cristiana.
Aunque la densidad y profundidad de su obra da para mucho, Juan Duns Escoto será recordado sobre todo como el teólogo de la humanidad de Cristo y de la Inmaculada Concepción de María. De hecho, fue denominado por Juan Pablo II como cantor del Verbo Encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción, del que es considerado su abanderado. Emocionado se dirigía a la Madre Inmaculada para decirle: “Te alabaré, oh Virgen sacrosanta; dame valor contra tus enemigos”. El argumento de sabor anselmiano: “podía, convenía, luego se hizo” fue desarrollado magistralmente por él, siendo tenido en cuenta por Pio IX a la hora de proclamar este dogma mariano el 8 de diciembre de 1854, en la Constitución “Inefabilis Deus”. Justo un mes antes de la fecha dedicada a la Inmaculada, moría repentinamente su gran defensor el 8 de noviembre de 1308, en el trascurso de una disputa.
Reflexión desde el contexto actual:
Juan Duns Escoto no nos ha dejado una síntesis teológica plenamente elaborada, pero podemos insertarle en la corriente franciscana, incluso apurando más las cosas, podemos considerar que el “Dios- Amor” es el centro de su teología, por lo que bien se puede decir que la última expresión de la teología escotista pudiera quedar expresada con la fórmula sanjuanista “Dios es amor”, lo que le convierte en un interlocutor válido para todos los tiempos. Podemos errar cuando contemplamos a Dios bajo una idea y siempre nos quedamos cortos cuando tratamos de intelectualizarle, en cambio nunca nos equivocaremos cuando le convertimos en objeto de nuestros afectos. Por eso Escoto, cuando construye su teología escuchando los pálpitos de su corazón, tiene cierta ventaja sobre los demás. Actual sobre todo viene a ser el Doctor Sutil por lo que respecta a su doctrina sobre la predestinación absoluta y sobre el Primado universal de Cristo Jesús.