Un santo para cada día: 6 de septiembre Beato Pascual Torres Lloret (Un mártir de nuestro tiempo que nos interpela)
Los mártires aparecen siempre providencialmente como testigos de la paz. Siempre es bueno estar preparados por lo que pueda suceder
Bien avanzado el tercer milenio, aquellos mártires del Siglo XX siguen siendo un orgullo y un signo de esperanza. En la España convulsa que va del 1931 al 1939, se desató una persecución religiosa sin precedentes, en la que muchos hombres y mujeres de Dios derramaron su generosa sangre, contribuyendo así a escribir uno de los capítulos más gloriosos de la historia de España. Nunca hubo tantos héroes, nunca hubo tantos santos en tan poco tiempo. Uno de ellos fue el Siervo de Dios Pascual Torres Lloret nacido en Carcaixent el 23 de enero de 1885, procedente de una familia humilde y cristiana. Su infancia y juventud trascurrió en el ambiente propio de la España rural de aquellos tiempos, dedicado al humilde oficio de la construcción para poder ganarse la vida. El 5 de octubre de 1911 contrajo matrimonio con Leonor Pérez, de cuyo matrimonio nacerían dos hijos y dos hijas.
Si tuviéramos que resumir en dos palabras la vida de este hombre, bastaría con decir que fue un laico comprometido y un trabajador ejemplar. Miembro activo y propulsor de la Acción católica, organismo pujante en los tiempos que le tocó vivir, valiente defensor de su fe, que nunca ocultó ni siquiera en los momentos más difíciles; fiel colaborador del sacerdote párroco de su pueblo, al que sirvió con lealtad; hombre piadoso, que asistía diariamente a misa y en su hogar se rezaba el rosario, pertenecía a la Adoración Nocturna y a la Legión Católica de Padres de familia y a las Conferencias de S. Vicente de Paul. Pascual practicó la caridad cristiana encargándose de recoger fondos para la leprosería de “Fontilles”. Muestras dio de solidaridad con los demás trabajadores, repartiendo entre ellos mensualmente una cantidad de dinero que, como maestro de obras que era, solo a él correspondía. Solidario lo fue también como ciudadano al ofrecer su casa para que sirviera de refugio a perseguidos, lugar para ocultar vasos y ornamentos sagrados o para lo que hiciera falta, incluso allí se instaló un sagrario y en vela ante el Santísimo permanecían durante la noche haciendo turnos su esposa y él; además cuando alguien lo solicitaba, él mismo administraba la comunión. En fin, lo que se dice una persona entregada y servicial, íntegra y cabal de las que van quedando pocas. Quienes le conocieron dijeron que era sensato y certero en los juicios, formal y serio, de quien uno se podía fiar.
El 25 de Julio del año 1936 fue detenido mientras ayudaba a la misa del párroco de Carcaixent; junto con otros convecinos del pueblo fueron conducidos a la Capilla de María Inmaculada, convertida en cárcel, para ser puesto en libertad días después, con la advertencia de que lo mejor para él sería que abandonara el pueblo, a lo que se negó. Como él seguía activo en su ministerio apostólico, fue convocado tres veces por el Comité, hasta que el 5 de septiembre a medio día cuatro milicianos se lo llevaron definitivamente. Según testimonio de su hija, “Los milicianos preguntaron por mi padre y mi madre les dijo que le dejaran en paz, que había pasado un cólico durante la noche y que no se encontraba nada bien, como en realidad era; fue entonces cuando Pascual se hizo presente, entró en la habitación, se puso la chaqueta, tomó unos papeles, se despidió y subió al coche y según se pudo saber, quedaba detenido porque “imitaba a los curas”.
El poco tiempo que permaneció en prisión estuvo sometido a vejaciones y malos tratos. Al día siguiente, Teresa, una de sus hijas, fue a llevarle comida y le respondieron que no estaba allí. “¿En dónde pues?” Le dijeron que le habían matado y que tuviera cuidado de no llorar para no llamar la atención. El día 6 de septiembre de madrugada, Pascual había sido sacado del Cuartel de la Guardia Civil y conducido al Cementerio de Carcaixent, una vez allí bajó del coche y por su pie se dirigió junto a la misma zanja de ejecución, diciendo que quería morir pronto. Allí mismo fue asesinado y arrojado a una fosa común. Alguien oyó decir a los ejecutores, que había sido el que menos trabajo les dio para matarle. Juan Pablo II lo beatificó el 11 de marzo de 2001.
Reflexión desde el contexto actual:
Pascual es signo de la dolorosa prueba producida durante este periodo de persecución religiosa en España. Desgraciadamente de aquel fuego quedan rescoldos. El “odium Dei “no se ha extinguido, continúa siendo el alimento de muchas vidas, pero nos queda el ejemplo esperanzador de Torres Lloret, proclamando a los cuatro vientos que el amor siempre vence al odio. No serán los políticos ni las personas importantes, sino como siempre sucede, serán los santos en cada momento de la historia quienes obrarán el milagro de traer la paz y la bonanza a la Iglesia y a la sociedad. Los mártires aparecen siempre providencialmente como testigos de la paz. Siempre es bueno estar preparados por lo que pueda suceder.