Un santo para cada día: 26 de octubre S. Evaristo (El papa que inició la distribución del territorio eclesial en parroquias)
A la muerte de Jesús, el cristianismo en la Palestina romana aparece como una rama del judaísmo y se nutre principalmente por judíos conversos, los llamados prosélitos, que continuaban con sus prácticas de acuerdo con la piedad judía, ayuno, reverencia por la Torá, celebración de las festividades judías, visitas al templo. Estos primeros cristianos seguían teniendo a la Biblia Judía como su libro sagrado de referencia, lo que les convertía en judíos-cristianos, con la creencia de que Jesucristo era el verdadero Mesías que el Pueblo de Dios esperaba.
Juan evangelista, vivió en Éfeso, hasta el año 100. Después de haber desaparecido todos los apóstoles, tiene lugar el periodo Preniceno, en que comienzan a emerger las comunidades cristianas estructuradas jerárquicamente, que se van independizando del judaísmo y de las prácticas judías, hasta el punto que ya en el siglo II, el cristianismo aparece como una religión predominantemente de judíos, siendo reconocidos los evangelios canónicos, las cartas de Pablo y demás textos neotestamentarios como textos sagrados, que se leían en las iglesias como palabra de Dios. En este contexto iba a moverse Evaristo que llegó a ser el quinto papa de la Iglesia, extendiéndose su pontificado del año 96 al año 108. Lo cual quiere decir que Juan evangelista llegó a conocerle como obispo de Roma.
A través del Libro Pontificalis, hemos podido saber que era griego, hijo de un judío nacido en Belén. Seguramente fue educado en algún liceo helénico, y durante un tiempo estuvo practicando la religión judía de sus padres, hasta el momento de su conversión, en que pasaría a ser uno de esos judios- cristianos a los que nos hemos referido anteriormente, conocidos con el nombre de prosélitos, sin que se conozcan datos precisos de su personal conversión. El nombre que aquí se le atribuye es el de Aristo.
Antes de ser elevado a la suprema dignidad, le vemos ejercer su ministerio como presbítero en Roma, tal como corresponde a una persona intelectualmente bien preparada, conocedor de las escrituras y moralmente intachable. Su actividad apostólica durante este tiempo debió tener un reconocimiento general, sin que podamos asegurar más al respecto. Lo que sí parece debidamente constatado a través de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea es su condición de sucesor del papa Clemente en el episcopado de Roma, durante el reinado de Trajano, incluso el testimonio de Ireneo viene a corroborar el hecho; lo que sucede es que la gran notoriedad que tuvo Clemente como papa vino en cierto modo a eclipsar la figura de su sucesor, aún con todo, durante el tiempo que estuvo al frente de la Iglesia se hicieron algunas cosas que merece la pena reseñar.
Evaristo, según la tradición, pudo haber escrito cuatro epístolas dirigidas a los fieles de África y Egipto y habría combatido también eficazmente la herejía del docetismo, que negaba la realidad humana de Jesucristo, pero sobre todo, Evaristo parece que fue ese pastor solicito que se entregó con humildad y dedicación a satisfacer las necesidades del rebaño a él encomendado, dispensando normas para mejorar la labor pastoral de los obispos y los clérigos, ordenó también que la celebración del matrimonio se hiciera públicamente. Puede que resulte exagerado decir que a él se le debe el reparto de la diócesis en “tituli” o parroquias, pero es posible, cuando menos, que hubiera habido algún intento de administración territorial para el mejor gobierno de la diócesis.
Hacia el año 107 moría el quinto sucesor de Pedro, sin que sepamos a ciencia cierta de qué forma, aunque es bastante verosímil que fuera martirizado por Trajano hacia el año 117.
Reflexión desde el contexto actual:
La vida de Evaristo como la de tantos otros santos que se veneran en los altares permanece envuelta en una gran nebulosa y su condición de santidad fue más bien por aclamación popular. A todos los 50 primeros papas, excepto a Liberio, se les tiene por santos y son considerados como tales, no porque hayan sido canonizados en la forma que actualmente se hace, sino a título de una distinción especial, de modo parecido a como actualmente les honramos dándoles el tratamiento de “Su Santidad” o de “Santo Padre”.