Un santo para cada día: 1 de noviembre Festividad de Todos los Santos. (La Iglesia Triunfante de los amigos fuertes de Dios)
Noviembre melancólico y otoñal nos abre sus puertas trayéndonos el gozoso recuerdo de los amigos de Dios que, habiendo abandonado las trincheras de este mundo, gozan ya de una felicidad eterna que nadie les podrá arrebatar. Juan en visión apocalíptica pudo presenciar: “Una muchedumbre grande que nadie podría contar de toda nación, tribu, pueblo y lengua, que estaban delante el trono del Cordero, revestidos con túnicas blancas y con palmas en la mano”. Patriarcas, reyes, profetas, apóstoles, mártires, doctores, confesores, vírgenes, todo un glorioso tropel, de hombres y mujeres, jóvenes, niños, ancianos, casados y célibes, religiosos y laicos, los desterrados, emigrantes y mendigos. Innumerables son los ejércitos de los bienaventurados de Dios. Como bien decía Beda el Venerable: “Hoy celebramos en la alegría de una sola fiesta, la solemnidad de Todos los Santos, cuya sociedad hace que el cielo tiemble de gozo, cuyo patrocinio alegra la tierra, cuyos triunfos son la corona de la Iglesia, cuya confesión, cuanto más varonil, más ilustre es su gloria, porque al crecer la lucha crece también la honra de los luchadores y a la fuerza de los tormentos corresponde la grandeza del premio.”
Los malaventurados de la tierra, según las palabras de Cristo, están llamados a ser los bienaventurados en el Reino de los Cielos y hoy se cumple esta promesa. Los ángeles y los hombres celebramos gozosos su triunfo en la Jerusalén Celeste. Nuestro recuerdo emocionado para los de corazón limpio e intención recta, los humildes siervos del Altísimo, los valerosos atletas de Cristo, que no sucumbieron ante las amenazas y castigos. Nuestro reconocimiento para los que fueron dejando regueros de amor en su peregrinaje por el mundo y quienes supieron ver el rostro de Dios en el rostro del hermano. Nuestro agradecimiento para los luchadores por la paz y la justicia y los que fueron abriendo sendas luminosas en medio de un mundo tenebroso y por fin, nuestra devota admiración a los mansos, los misericordiosos, los pacíficos, a los que sufrieron y nadie consoló y a los que, como el pobre Lázaro, murieron de inanición, víctimas de los corazones endurecidos por la avaricia.
A todos los elegidos de Dios queremos rendir homenaje en este día, pero de modo especial quisiéramos tener presentes a los que vivieron ocultamente, ignorados de todos, santos anónimos de andar por casa, que se fueron silenciosamente y nadie guarda memoria de ellos. Aunque la Iglesia no les haya canonizado, ni estén en los altares, no dejan de ser santos de cuerpo entero. Han estado junto a nosotros en la calle, en el taller, en la iglesia, en el metro, en el autobús, en las oficinas, en los campos de futbol, nos los hemos encontrado en el ascensor y nos hemos saludado, hemos hablado de mil cosas con ellos, con ellos hemos reído y hemos llorado, hemos compartido miedos y esperanzas. Radiante de júbilo la Iglesia les tiene hoy presentes y les dedica estas consoladoras palabras: “Señor, las almas de los santos, están ya en tus manos y no les salpica el fermento de la muerte eterna. A los ojos del mundo pareció que morían, pero ahora viven en tu paz.” Hoy es un día especial y no vamos a titularle “un santo para cada día” sino “un día para todos y cada uno de los santos”.
Santos y muchos son los que han quedado también sobre esta tierra nuestra y están entre nosotros, lo que sucede es que no tenemos ojos para mirarlos o lo que es aún peor, no queremos verlos, porque nos ponen en evidencia, nos comprometen y sus interpelaciones no nos dejarían dormir. Resulta mucho más fácil decir que esto de la santidad ha quedado obsoleto, que es cosa de otros tiempos. Hoy lo que se lleva es vivir a tope el momento presente y sacarle todo el jugo posible a la vida y lo que no sea eso es pura excentricidad.
Reflexión desde el contexto actual:
Hay muchas cosas de nuestro mundo que no nos gustan, tantas que a veces profundamente decepcionados nos preguntamos ¿Quién podrá salvarnos?... Tal vez tenga razón Chesterton cuando, en contra de las corrientes de moda del individualismo, egoísmo, frivolidad, hedonismo…, decía: “los únicos que pueden salvarnos son los santos… A fin de cuentas todos los siglos han sido salvados por media docena de hombres o de mujeres que supieron ir contra corriente de la moda”. Pero a parte de estas figuras egregias que han hecho época, existe todo un batallón de santos de andar por casa con pantalón vaquero y zapatillas deportivas que pasan desapercibidos llevando una vida anónima y rutinaria, que se levantan pronto para ir al tajo, que se cansan, sudan y llevan con dignidad las penalidades y las fatigas para llegar a casa rotos después de haber cumplido fielmente con su obligación en el servicio a los demás y haber convertido su trabajo en oración. Cuando llegue la parusía, después de que todo haya pasado, lo único que permanecerá serán las buenas obras en el seno de una humanidad reconstruida, en una tierra y en un cielo nuevos