Un santo para cada día: 13 de enero San Hilario de Poitier (Martillo de los arrianos)
Sorprende la integridad de este atleta de Cristo, que sin dejarse intimidar por el emperador, se le enfrenta sin complejos y con la libertad de los hijos de Dios le acusa y le corrige. Adelantándose a su tiempo se nos muestra como un hombre abierto a la ciencia de la que se sirve para defender su fe
Corrían tiempos difíciles para la Iglesia. Los campeones de la fe: Atanasio de Alejandría, Osio de Córdoba, eran perseguidos, a veces sufrían destierro o estaban entre rejas. Los enemigos ahora de la iglesia no eran las autoridades paganas sino los emperadores arrianos, que como Constancio II quería un imperio religiosamente unido, pero bajo el signo del arrianismo. A Hilario le va a tocar tomar el relevo de los padres del concilio de Efeso para defender sus conclusiones y luchar a brazo partido contra los secuaces de Arrio que se habían hecho fuertes al ser favorecidos por el poder imperial.
Hilario descendía de una familia noble formada en la cultura pagana en la que habría de formarse, frecuentando seguramente los liceos de Poiters florecientes por el año 315 en que él nació. Hombre de inquietudes intelectuales, honesto y bien dotado, se sintió atraído por los caminos de la filosofía, especialmente por el platonismo, que no acababa de convencerle por lo que seguía buscando, hasta que un día cayó en sus manos el evangelio de S. Juan y su mente se iluminó. Había encontrado lo que con tanta ansia buscaba. El mismo nos cuenta el camino tortuoso que le había conducido hasta aquí. Casado y con una hija se convirtió al cristianismo, fue bautizado, siendo seguido por su esposa. En un momento de sus vidas ambos decidieron seguir unidos, pero solamente por el vínculo del amor de Dios guardando completa continencia.
Dada su gran valía tanto intelectual como moral fue aclamado obispo de Poitiers hacia el año 350. A partir de entonces iba a comenzar para él una batalla que habría de ser la razón de su vida. Durante cuatro años regentó su diócesis con pulso firme, completando su formación religiosa y escribiendo reflexiones teológicas sobre el Evangelio de San Mateo, dando lugar al tratado en lengua latina más antiguo conocido sobre este evangelio y cuando llegó el momento se puso de parte de la iglesia de Roma, defendiendo con firmeza la doctrina del concilio de Nicea y mostrándose en contra del sínodo, que él llama de los ”falsos apóstoles ”, razón por la cual los obispos arrianos de Occidente arremetieron contra él, obteniendo del emperador Constancio II un decreto por el que se le desterraba a Frigia en el Asia Menor, donde iba a permanecer cuatro años, del 356 al 360.
En los años que estuvo desterrado en Frigia, Hilario no paró, recorrió diversas provincias del Asia que estaban tomadas por el arrianismo, entrando en contacto directo con sus adversarios con la intención de convencerles por medio de educados modales y argumentación fluida, porque además de sabio era todo un caballero. De cuanto sucedía por estas tierras de Oriente iba dando noticia a los obispos de la Galia, Germanía y Bretaña, a través de su escrito “Sobre los Sínodos”. Su obra principal sería “De Trinitate” que la escribió en este tiempo de destierro. En ella al final de la misma se puede leer: “es verdad que la fe es lo más necesario para la salvación, pero si no la adorna la ciencia, podrá acaso en la hora del combate encontrar un refugio para defenderse, pero no podrá avanzar contra el enemigo con la certidumbre del vencer”.
Llegó un momento en que la actitud de Constancio para con él se le hizo intolerable y en tono severo escribió contra el emperador una invectiva en la que entre otras lindezas le dice: “Combates contra Dios, te levantas contra su Iglesia; persigues a los santos; odias a los predicadores de Cristo; arruinas la religión; eres un tirano, no de las cosas humanas, sino de las divinas”. Después de haber lanzado estos improperios contra el emperador la cosa acabó mejor que lo que cabía esperar. Hilario sería expulsado a las Galias, donde fue recibido con júbilo y allí siguió convocando sínodos para erradicar la herejía, escribiendo tratados y ejerciendo el apostolado del que se beneficiaría Martín de Tours, iniciador de la vida monástica en Francia. Así siguió este luchador hasta que los años y la incesante actividad fueron minando su salud, acabando sus días el 1 de noviembre del año 367.
Reflexión desde el contexto actual:
Sorprende la integridad de este atleta de Cristo, que sin dejarse intimidar por el emperador, se le enfrenta sin complejos y con la libertad de los hijos de Dios le acusa y le corrige. Adelantándose a su tiempo se nos muestra como un hombre abierto a la ciencia de la que se sirve para defender su fe. En cierto modo Hilario de Poitiers pudiera ser visto como un predecesor de La Nueva Evangelización que preocupa hoy a los cristianos, animándonos a todos a salir a la calle para anunciar nuestra fe sin miedos, pertrechados de fortaleza, mansedumbre y fidelidad al evangelio.