Un santo para cada día: 14 de noviembre S. José de Pignatelli (El restaurador de la Compañía de Jesús)
En la Zaragoza del 1766 apenas había trabajo y se vivía miserablemente, razón por la cual, la gente en un momento determinado, se echó a la calle contra el ministro Esquilache, al que acusaban de abusar de poder en provecho propio. La intervención de los jesuitas de esta ciudad logró apaciguar la situación, cosa que Carlos III en un principio les agradeció, pero los motines se trasladan a Madrid y hay que buscar un chivo expiatorio. A Carlos III le hacen creer que los culpables de estos motines son los Jesuitas y el rey decide exiliarles a todos de España. Los jesuitas de Zaragoza, entre los que se encuentra el P. Pignatelli, tienen que preparar sus cosas y emprender camino del destierro hacia Italia. La misma suerte del exilio correrían los Jesuitas en Portugal y Francia. Estos países, una vez muerto el papa Clemente XIII, comenzaron la ofensiva para que “La Compañía” fuera extinguida. Ahora había que buscar un Papa que se prestara a ello y lo encontraron en la persona del cardenal J. V. Antonio Ganganelli, quien fue aupado para subir a la sede pontificia, tomando el nombre de Clemente XIV. De inmediato comienzan las presiones de los monarcas para que se produzca la extinción de “La Compañía”, que después de alguna dilación acabaría por llegar, pese a los esfuerzos del P. General de los jesuitas, Lorenzo Ricci, para impedirlo.
El 21 de julio de 1773 ya de tarde, Clemente XIV suscribió el Breve “Dominus ac Redentor” en el que daba por extinguida “La Compañía de Jesús” y como consecuencia 24.000 jesuitas eran secularizados. Esto sucedía a los dos años y medio de que el P. José Pignatelli hubiera hecho su profesión solemne. Sin duda a este jesuita tenaz le había tocado vivir el periodo más duro, teniendo que sufrir el doloroso momento de la extinción y su posterior reestructuración, en la que habría de jugar un papel relevante, hasta el punto de que Pio XI le concedió el título de “Restaurador de la Compañía de Jesús”.
José había nacido en Zaragoza el 27 de diciembre de 1737. Su padre Antonio Pignatelli, conde de Fuentes y su madre Francisca Moncayo, marquesa de Moya, pertenecientes ambos a la alta aristocracia, muy relacionada con el reino de Nápoles. Su vida va a trascurrir en constantes sobresaltos. A los cuatro años fallece su madre, a pesar de ello el niño va a recibir una buena educación. Tras una breve estancia en Nápoles regresa a Zaragoza, donde va a cursar humanidades en el colegio de los jesuitas y es allí donde comienza a fraguarse su vocación. Ingresa en la compañía de Jesús cuando contaba 16 años y lo hace en Tarragona. Los estudios de Filosofía los cursaría en Calatayud y los de teología en Zaragoza, concluidos los cuales es ordenado sacerdote en el año 1762. Pasa un tiempo como docente, hasta que en 1767 es decretada la expulsión de los jesuitas de España por Carlos III y ha de marchar exiliado a Ferrara, donde hace su profesión solemne en 1771, pero por Decreto Pontificio de Clemente XIV queda extinguida en 1773 la Compañía y por lo tanto se le prohibía hacer todo apostolado, de esta forma el recién profeso quedaba fuera de juego. Durante el periodo en que se le impidió ejercer su ministerio, se dedicó a la oración, al estudio, acudió a algunos cursos en la universidad y ayudó económicamente a sus hermanos ex–jesuitas, incluso acabó comprando una casa en Bolonia que atiborró de libros, donde éstos podían ir con toda libertad.
En abril de 1799, el P. Pignatelli pudo visitar al papa en Parma, al que entregó una gran suma de dinero, procedente de sus familiares, al tiempo que pidió permiso para poder abrir un noviciado, siéndole concedido de forma oral. La fundación pudo hacerse a título privado, gracias a la ayuda de sus familiares, siendo designado él mismo como rector y director de los novicios. En esta labor tuvo como colaborador al P Luis Fortis, futuro General de la Orden. El 7 de mayo de 1803 es nombrado Provincial de Italia y con su inestimable colaboración comenzó la restructuración de “La Compañía de Jesús” en las Dos Sicilias. Favorecido por su condición de sobrino de Inocencio XII, esta empresa pudo ser continuada eficazmente, hasta ser llevada a feliz puerto.
Por desgracia la administración napoleónica volvió a cursar una orden de disolución y tuvo que partir a Roma, juntamente con los que le quisieron acompañar y allí fueron acogidos amablemente por Pio VII, a quien posteriormente ayudaría económicamente, mientras tanto él no cejaba en su empeño de conseguir la restauración universal de su orden, por la que vivió y se sacrificó toda su vida, hasta que el 15 de noviembre moría en la paz del Señor.
Reflexión desde el contexto actual:
Detrás de la expulsión de los jesuitas estaban los intereses regalistas-absolutistas que se veían amenazados por una Orden tan poderosa e influyente como lo era “La Compañía de Jesús”. La injusta expulsión de los jesuitas, según opinión acreditada de Mestre Pérez, “constituye un acto de fuerza y el símbolo del intento de control de la iglesia española… La exención de los religiosos era una constante preocupación del gobierno y procuró evitar la dependencia directa de Roma”
Las fuerzas ocultas que maquinaron la disolución de los jesuitas están todavía por desenmascarar y puede que sean las mismas que hoy día tratan de acabar con el cristianismo.