Un santo para cada día: 23 de octubre S. Juan Capistrano (El apóstol de Europa)
La peste, compañera inseparable de la guerra, dejó tocado a este hombre santo y valiente que habría de morir poco después el 23 de octubre de 1456 en Ilok (Austria), a orillas del Danubio
Repasando la historia puede uno encontrarse con que los protagonistas de la misma siempre han sido personas excepcionales que, o han ido abriendo caminos nuevos por los que ha ido trascurriendo la humanidad, o bien han reaccionado a tiempo salvando la civilización presente de algún peligro inminente. Ello no quiere decir que en todo este devenir histórico no haya tenido su participación la masa popular, que siempre ha estado ahí, pero a la que ha sido preciso estimular y orientar sus impulsos. La vida de Juan Capistrano vine a corroborar esto que estamos diciendo. Más que testigo fue protagonista de los acontecimientos importantes de la Europa de su tiempo; es verdad que Italia fue la nación en que él nació, pero por diversos motivos estuvo vinculado a otras naciones de Europa, paseándose por toda su geografía como si fuera un territorio común en el que todo el mundo le quería, le seguía y le respetaba. Hombre y santo universal que bien merecido tiene la calificación de “Apóstol de Europa” con el que se le conoce.
Nace en Capistrano en Aquila de los Abruzos (Italia) el año 1368, de una familia de inmigrantes nórdicos, procedentes seguramente de Alemania. Negándose a seguir la carrera militar, marchó a Perugia para estudiar jurisprudencia y es allí donde comenzó a ejercer su profesión, interviniendo en los asuntos públicos, lo que le lleva a defender al rey de Nápoles, Alfonso V de Aragón, cosa que no le perdonarían sus conciudadanos que no pararon hasta verlo entre rejas. Una vez en la cárcel intentó escapar, pero no lo logró, no obstante, el tiempo que permaneció allí, le hizo reflexionar seriamente sobre su vida, rondándole la idea de entrar en la orden de S. Francisco. Esto iba a ser lo que le salvaría, puesto que con su propósito de hacerse franciscano dejaba de ser un peligro para sus conciudadanos y podía vivir en libertad.
Al salir de la cárcel comenzaría para él una nueva vida que había de durar 40 años, magníficamente aprovechados. Se despidió de su prometida, repartió su riqueza entre los pobres, se vistió de penitente y así en señal de arrepentimiento recorrió las calles de Perugia, donde la gente seguía llamándole D. Juan. Ya en el convento de franciscanos conocería a Bernardino de Siena, monje eminente, santo y sabio, al que tomaría como modelo. Siguiendo sus pasos se convirtió en ese apóstol andariego que dedicaría su vida a misionar, exhortar, pacificar a los pueblos y despertar las conciencias adormiladas.
Tratando de resumir la obra descomunal de esta gran reformador y conductor de pueblos, vamos a comenzar diciendo que fue colaborador de papas, consejero de reyes, ayudándoles a tomar decisiones trascendentales; se dedicó también a combatir a los husitas y otras sectas, trabajó para que se llevara a cabo la reforma franciscana, sin que ello dañara la unidad de la orden, lo que no fue posible, acabando los conventuales por una parte y los observantes por otra. Los más prestigiosos púlpitos de Europa contaron con la presencia de Capistrano dotado de unas cualidades excepcionales que le convertían en un predicador arrollador, sin que hicieran falta palabras, pues solo con su mirada era capaz de ejercer una fuerza magnética irresistible. Los sermones del “Apóstol de Europa” fustigando los abusos de los jueces, el juego, la embriaguez, la usura, el concubinato etc., contribuyeron a la mejora moral de la sociedad de su tiempo.
Capítulo aparte merece la intervención de este europeísta franciscano, por lo que se refiere a deshacer el peligro turco que se cernía sobre el Viejo Continente. Conjuntamente con Hunydes emprendió la cruzada contra las temerosas fuerzas islámicos que amenazaban con invadir a Europa. Según testigos, el fraile franciscano tenía sobre las tropas más poder que el Rey de Hungría. En la victoria de Belgrado que los cruzados tuvieron sobre los turcos, nadie duda ya de lo decisiva que fue la participación de este luchador por la unidad de Europa.
La peste, compañera inseparable de la guerra, dejó tocado a este hombre santo y valiente que habría de morir poco después el 23 de octubre de 1456 en Ilok (Austria), a orillas del Danubio.
Reflexión desde el contexto actual:
Los actuales unionistas europeos si no quieren ver a la Comunidad Europea convertida en un proyecto fallido, han de aprender de los grandes Apóstoles de Europa, como lo fue Juan de Capistrano y tratar de fundamentarla, de una vez por todas, en los profundos valores morales y en las trascendentes aspiraciones religiosas, superando los raquíticos intereses que no van más allá del egoísmo económico o del oportunismo político. Siguiendo los pasos de Capistrano, Europa está llamada a ser algo más que un mero Mercado Común; ha de seguir siendo el baluarte de la civilización cristiana.