Un santo para cada día: 25 de diciembre La Natividad del Señor
En estos tiempos calamitosos es cuando más nítidamente podemos sentir la alegría por ver al Dios nacido
Sucedió hace 2000 mil años, siendo Augusto emperador de Roma. Todo estaba en calma, María y José acababan de ser testigos del gran acontecimiento de la Humanidad y guardaban silencio. Jesús acababa de nacer mientras los hombres dormían y la tierra, ese punto minúsculo perdido entre mil galaxias, se había convertido de repente en el epicentro de todo el universo, porque el Rey de Reyes había venido a visitarla. Era la gran noche de Dios, la gran noche del hombre también; todo había sucedido como estaba previsto en los planes del Altísimo. Así nos lo cuenta Lucas: “Cumplido el tiempo del parto María dio a luz a su hijo, lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre”. Los cielos se rasgaron al no poder contener el alborozo celestial y un ejército de ángeles entre las nubes, alababan a Dios diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra”. Ya nada volvería a ser lo mismo. El Pueblo de Dios veía cumplida la promesa.
La Buena Nueva de que Dios había nacido en nuestra tierra era la mejor noticia que ningún reportero pudo dar jamás. La Navidad descendía del cielo como un regalo que Dios hace a los hombres o mejor, era Dios mismo quien se nos daba como regalo. Este celestial acontecimiento cada año viene a recordarnos, mucho más en tiempos de pandemia, que no estamos solos. Ese Dios inaccesible de filósofos y sabios, constructor y regidor de mundos, olvidándose de su eternidad e infinitud, abandonaba su cielo empíreo para ponerse en nuestras manos, disfrazándose con nuestra pobre condición humana. Nunca nadie se hubiera atrevido a pedir tanto, pero Dios siempre rebosa las expectativas humanas, sucedió lo inaudito y los ojos humanos pudieron contemplar asombrados, cómo la gloria y majestad de Dios Celestial resplandecía aquí en la tierra a través de la ternura de un Niño recién nacido.
En el misterio de la Navidad se esconden muchas mercedes venturosas, sobre todo el infinito amor de Dios que ha querido hacerse uno con nosotros. Ante la imposibilidad de que se cumpliera el viejo sueño humano de igualarse a Dios, ha sido Dios mismo quien ha hecho posible esta confraternización haciéndose hombre. Es por esto que la Navidad puede ser vista como el puente tendido entre el cielo y la tierra, como el instante que aglutina el tiempo con la eternidad, para hacer posible no solo la reconciliación del hombre con Dios, sino también la reconciliación de los hombres entre sí. A través de la Navidad Dios quiere decirnos que ha bajado a la tierra para enseñarnos a ser hombres, que estando entre nosotros y participando de nuestra aventura humana es como mejor puede darnos un ejemplo vivo de humanismo, por eso también Belén hemos de verle como ese lugar ideal para reivindicar los valores humanos de paz, amor, ternura, confraternidad , entrega, generosidad, esperanza y todo cuanto los hombres de buena voluntad necesitan. Belén es el lugar para liberarnos de nuestras esclavitudes y comenzar a ser libres. Belén es ese lugar de encuentro cálido y familiar al que todos sin excepción estamos convocados para darnos ese universal abrazo de confraternización.
Incomprensible para nosotros esta locura divina de un Dios hecho hombre, pero no es necesario que la comprendamos del todo, es suficiente con que la acojamos con sentimientos de niño, los mismos que nunca debimos olvidar o dejar que se pudrieran en nuestro corazón, porque como decía Dostoievski: ”El hombre que guarda muchos recuerdos de su infancia, ése está salvado para siempre”. Quien todo lo puede, quien todo lo llena, quien todo lo endulza está entre nosotros y le podemos contemplar bajo la forma de un humilde niño sonriente y tierno. ¿ Qué más podemos necesitar? En nuestra pobre historia humana ha sucedido lo mejor que podía sucedernos; porque el acontecimiento de los siglo no es que un día los europeos pusieran el pie en el Continente Americano, ni que el hombre llegara a colocar el pie en la luna, no, el acontecimiento de la historia es y será siempre que llegada la plenitud de los tiempos Dios pusiera el pie en nuestra tierra
Después de haber conocido el misterio de un Dios encarnado, es para sentirnos orgullosos de ser hombres, porque a partir de ahora, la grandeza de Dios será nuestra grandeza y lo que a nosotros nos suceda le sucederá también a Él ¿Cómo no estar contentos por ello? ¿Cómo no experimentar la alegría de la Navidad aún en tiempos de pandemia? Diré más, sentir a Dios en medio de nosotros resulta aún más reconfortante en estos momentos de prueba y el gozo interno es más intenso; porque eso y no otra cosa es la Navidad que con el paso del tiempo la hemos ido adulterando y contaminando de consumismo padano. Preciso es recuperar el genuino espíritu navideño, porque no nos engañemos, sin Dios no hay Navidad. Durante muchos siglos año tras años, generación tras generación la estrella de Belén ha venido congregando a los hombres de Buena Voluntad con regocijo renovado. Nadie podía imaginar que un día en el corazón de los hombres comenzara a debilitarse la alegría de ver a un Dios nacido, para retrotraerse a la alegría pagana de las fiestas saturnales.¿Qué nos está pasando? ¿Por qué no soportamos la imagen de un Dios- Niño que nos habla con lenguaje de amor y de ternura? Aún con todo y por fortuna, lo sucedido hace veinte siglos ya no tiene vuelta atrás. La Navidad seguirá viva para siempre y la estrella de Belén no se extinguirá nunca, aunque haya quien cierre los ojos para no verla.
Reflexión desde el contexto actual
La Navidad lo ha cambiado todo y ya nada volverá a ser lo mismo; ella es el signo de la nueva era. Los cielos se abrieron y desde lo alto irrumpió el Sol de justicia que ilumina todos los caminos y senderos para que los peregrinos de la tierra ya nunca jamás caminaran en tinieblas. María de Nazaret alumbró al Hijo del Altísimo, llenando el mundo de Dios para que los hombres no volvieran a sentirse solos, ni siquiera en tiempos de epidemia generalizada. Es más, en estos tiempos calamitosos es cuando más nítidamente podemos sentir la alegría por ver al Dios nacido.