Un santo para cada día: 15 de enero San Arsenio Eremita (El hombre que cambió la vida palaciega por el yermo)
El cristianismo ha ido pasando por épocas diferentes a lo largo de la historia y según las circunstancias sus santos han ido apareciendo revestidos de distintos ropajes. En los primeros siglos lo que abundaban eran los mártires, que por vía del bautismo de sangre accedían a la santidad. Pasadas las persecuciones, estas vías de acceso a la santidad se buscaban en el ascetismo. Los cristianos van en pos de la perfección moral y espiritual poniendo en práctica la “fuga mundi” y la austeridad, renunciando a todo para que el seguimiento a Cristo fuera más auténtico.
Un cristiano así comprometido con su fe, que además fuera instruido, es el que andaba buscando el emperador Teodosio para que fuera el preceptor de sus dos hijos Arcadio y Honorio. Habló con el Papa Dámaso a ver si él sabía de alguien que pudiera hacerse cargo de esta delicada tarea y éste reparó en un joven y piadoso diácono, muy ilustrado, conocedor de las ciencias sagradas y los saberes humanos, nacido en Roma de familia noble y rica que respondía al perfil de la persona buscada. Se llamaba Arsenio.
Dispuesto a cumplir con esta función de tutor, se trasladó a Constantinopla donde fue bien recibido. De esta nueva vida estuvo disfrutando algunos años en medio de las delectaciones y lujos palaciegos siendo objeto de honores hasta llegar a alcanzar la dignidad de senador, si bien el trato y la consideración para con él de los egregios alumnos no debió ser todo lo buena que fuera de desear. Se cuenta que en una ocasión Teodosio quiso saber cómo iba todo y se encontró con que los alumnos, sus hijos, estaban sentados en lugares preferentes, mientras que el tutor permanecía de pie y esto no le pareció bien al emperador, quien ordenó que a partir de ahora fuera al revés. No parece que Arsenio se sintiera orgulloso nunca de la obra realizada con sus pupilos, por lo que un tanto decepcionado y una vez muerto Teodosio, abandonó la vida palaciega para refugiarse en el desierto.
Arsenio por fin había descubierto que lo suyo no eran las pompas y vanidades del mundo sino la soledad del yermo. En su interior le parecía escuchar una voz que le decía: “Huye de los hombres y serás salvo".
Cumplidos los 40 años partió de Constantinopla a Alejandría para incorporarse a un grupo de ermitaños capitaneados por Juan el Enano. Éstos en un principio se mostraban recelosos y les costaba creer que un hombre que venía de palacio pudiera integrarse en su comunidad, por lo que antes de admitirle le tantearon, colocándole en situaciones comprometidas, poniendo a prueba su humildad y su buena disposición. Un día cuando se disponía a comer la comunidad, el abad arrojó al suelo un mendrugo de pan, diciéndole: “Toma y come eso”. Arsenio se arrodilló y dócilmente cumplió el mandato de su superior. La comunidad tuvo ocasión de comprender que se podía fiar de él, creyendo que habría de llegar a ser un buen fraile. Sin acordarse para nada de la vida regalada de tiempos atrás, Arsenio se entregó a la penitencia y a la oración, pasándose horas enteras en comunicación con Dios. Su nueva vida le había traído el sosiego y la calma, pero algo había en su interior que le decía que necesitaba de más paz y más silencio, por lo que se despidió del convento para ir a lugares más apartados y recónditos y pasar allí el resto de su vida; sin embargo no pudo evitar que atraídos por su fama, hubiera gente que le visitara, trayéndole tristes noticias de Arcadio y Honorio, ex -alumnos, suyos que le hacían sufrir, sin que él pudiera hacer nada, como tampoco pudo evitar que las gentes siguieran acercándose a estos lugares donde él estaba.
Se cuenta que estando escondido en su retiro, Arsenio fue visitado en una ocasión por un importante juez y por Teófilo, arzobispo de Alejandría, quien le pidió una enseñanza. ¿La cumpliréis si os la digo? Claro respondieron los huéspedes. Pues allá va: “Si oís decir que Arsenio está en tal o cual lugar, no vayáis allí”.
Después de haber purificado su alma y mortificado su cuerpo con ayunos, penitencias y oraciones el noble eremita moría en Troe, hacia el año 450, a una avanzada edad.
Reflexión desde el contexto actual:
El ascetismo ha estado ligado a la vida cristiana de los primeros siglos y tiene su fundamento en que a la materia y al espíritu se les veía enfrentados entre sí. El hombre vendría a ser la unión sustancial entre cuerpo y alma, una especie de “Complexio oppositorum”, en el que el cuerpo representaba al malo de la película que debía ser vencido y subyugado, para que así las aspiraciones nobles afloraran. A partir de aquí cobraba sentido para Arsenio y el resto de los ascetas el mantener a raya al cuerpo, negándole el pan y la sal, pero todo esto cambiaría en la moderna espiritualidad en la que el cuerpo deja de ser un enemigo y empieza a ser visto como un aliado, un compañero de viaje con el que hay que contar, es entonces cuando se comienza a hablar de la mística del cuerpo. No quiere esto decir que la ascética haya desaparecido del espiritualismo cristiano, sino que ha cambiado de sentido y ahora se la entiende como desprendimiento y capacidad de libertad interior.