Un santo para cada día: 3 de marzo San Emeterio y Celedonio. (Dos hermanos que se pasaron a las milicias de Cristo)
Emeterio y Celedonio, haciendo alarde de la valentía y arrojo, virtudes que como soldados se les suponía, confesaron abiertamente que el Dios en el que ellos creían , no era otro que el Dios de los cristianos y que ellos eran seguidores de Cristo firmemente convencidos
Emeterio y Celedonio fueron dos hermanos soldados vinculados a Calahorra, lo cual no quiere decir que fueran oriundos de esta tierra, pero tampoco es inverosímil que aquí nacieran, porque Calahorra fue un lugar de reclutamiento de donde se nutrían los ejércitos romanos, más aún, según testimonio de Suetonio la guardia personal de Augusto estaba integrada por calagurritanos. Estos dos hermanos vivieron allá por el siglo III y es seguro que militaron en las legiones romanas, servicio por el cual recibían el correspondiente estipendio, bien merecido por cierto, puesto que durante el tiempo que permanecían en el servicio militar, los legionarios romanos estaban sometidos a una disciplina férrea. Se les enseñaba a utilizar la lanza, la espada y el puñal, se les proveía de armadura y escudo y debían estar bien entrenados y dispuestos para emprender una campaña militar, cosa que en el imperio romano estaba a la orden del día. La vida en los campamentos era dura y a los soldados se les preparaba, lo mismo para la lucha cuerpo a cuerpo que para construir refugios, fortalezas, caminos o puentes. Nunca faltaban cosas que hacer, entre ellas rezar y dar culto a los dioses; a tal efecto los campamentos militares solían estar dotados de altares. Ocupados en estos quehaceres transcurría la vida de Emeterio y Celedonio hasta que un día, ambos de mutuo acuerdo, decidieron abandonar el campamento romano para alistarse en las milicias de Cristo.
Ellos mejor que nadie, conocían las consecuencias tan terribles que podrían sobrevenirles por esta comprometida decisión, aun así, su resolución fue firme y lo que a partir de ahora podían hacer era rezar y ponerse en manos de Dios y esperar acontecimientos. Ocultarse para escapar de la justicia no era cosa fácil para ellos ¿Quién iba a estar dispuesto a acoger a unos desertores? Puede ser que ni lo intentaran siquiera, el caso es que pronto se vieron ante el Tribunal que no acababa de explicarse lo qué podía haber pasado con estos dos soldados que tenían delante. El juez les interrogó, intentó convencerles por las buenas, disuadirles con promesas halagüeñas, pero todo fue en vano y a la vista que ellos se mantenían firmes en la fe, se recurrió a las torturas , en fin la estrategia de siempre, pero nada dio resultado, pues en todo momento Emeterio y Celedonio, haciendo alarde de la valentía y arrojo, virtudes que como soldados se les suponía, confesaron abiertamente que el Dios en el que ellos creían , no era otro que el Dios de los cristianos y que ellos eran seguidores de Cristo firmemente convencidos, por cuya causa estaban dispuestos a morir. Fueron conducidos a la cárcel, que estaba situada a las afueras de la ciudad, en el lugar llamado “Casa Santa” junto al río Cidaco, afluente del Ebro, no lejos del lugar en que ahora resplandece airosa la catedral riojana donde se veneran los cuerpos sin cabeza de estos mártires ejemplares. En esta cárcel habrían de permanecer algún tiempo, soportando horribles torturas, hasta que por fin fueron decapitados alcanzando así la gloriosa corona del martirio. Debió suceder por año 298, siendo emperador de Roma el sangriento Diocleciano, pero tampoco podemos estar muy seguros de este dato.
De lo que estamos seguros es del comportamiento sublime de estos soldados romanos que no solamente fue visto como un ejemplo heroico por parte de los cristianos, así lo vieron también, parte de las milicias y diversos estamentos del imperio. Escritores posteriores se harían eco del suceso, Prudencio, Suetonio, Eusebio. El testimonio de fe dado por estos valientes atrajo para la cusa de Cristo a muchos ciudadanos romanos que les conocieron y convivieron con ellos e incluso a no pocos que vinieran detrás. De aquí el interés de las autoridades romanas de no dejar rastro de lo sucedido, para que no cundiera el ejemplo. En esto pensaba Prudencio al decir “El blasfemo perseguidor nos arrebató hace tiempo las Actas para que los siglos no esparcieran en los oídos de los venideros, con sus lenguas dulces, el orden, el tiempo y el modo indicado del martirio “
Reflexión desde el contexto actual:
Después de haber conocido la vida de estos dos santos mártires, queda patente que entre los mismos escuadrones perseguidores de Cristo también está Dios presente. Para aquellos cristianos miopes que piensan que fuera de los recintos sagrados Dios está ausente, Cirilo y Metodio les trae el mensaje inequívoco de que la lluvia de la gracia se produce constantemente en los sitios más insólitos. Incluso debajo de una lorica podemos encontrar a un santo, porque la santidad no es cosa de los hombres, sino asunto de Dios.