Un santo para cada día: 11 de noviembre San Martín de Tours. (El hombre que compartió su capa con un mendigo)
Fue soldado por la fuerza, obispo por obligación y monje por gusto. Reúne a la vez la austeridad de los ascetas, la santidad de los pontífices y el celo de los misioneros. Hombre de profunda oración y de ardiente caridad hacia el prójimo.
Nace en Panonia (Rumanía) hacia el año 316, por encontrarse allí su padre, formando parte de una guarnición, pues era tribuno militar. Recibe su educación en Pavía y allí conoce la religión cristiana. Siente después el deseo de huir al desierto para vivir plenamente el evangelio, pero su padre, para librarle de las influencias cristianas le hace soldado contra su voluntad. Era muy caritativo con todos. Se cuenta que, pasando un día por Amiens, se encuentra a un mendigo, víctima del frío en pleno invierno; entonces él quitándose la capa, la partió en dos con su espada para darle la mitad al mendigo y a la noche siguiente vio en sueños a Jesucristo que llevaba puesta la mitad de su capa, y oyó que le decía: "Martín, hoy me cubriste con tu manto".
Poco después, en la Pascua del 339, recibe el bautismo. A partir de este momento solo aspira a dejar de ser soldado, porque piensa que un cristiano no puede derramar sangre de sus semejantes, ni siquiera durante la guerra. Llega después a Poitiers, se encuentra con San Hilario y se une a sus discípulos; él es quien le formará convenientemente en la disciplina religiosa, hasta qué en el año 356, Hilario se ve obligado a exiliarse en Oriente. Entonces Martín vuelve a Panonia y logra convertir a su madre.
Su próximo destino sería Milán, donde hace un ensayo de vida monástica, pero es expulsado por un obispo arriano. Se refugia entonces en un islote en la costa ligur y estando allí se entera de que Hilario ha vuelto a Poitiers y es allí donde funda un monasterio. Como la sede de Tours había quedado vacante, piensan en Martín para hacerle obispo, siendo consagrado el 4 de julio del 370. Lo primero que hace es construir el monasterio de Marmoutiers, cerca de Tours, donde se le prepara una celda de madera, rodeada de un pequeño jardín, siendo allí donde vuelve siempre buscando la paz, después de sus correrías apostólicas.
Tuvo problemas con algunos obispos intrigantes y crueles, que le hicieron sufrir bastante, por otra parte, tuvo que pelear duro para erradicar el paganismo y las herejías, incluso sus relaciones con los funcionarios importantes y con el mismo emperador le causaron problemas, pero él se mantuvo siempre firme en sus ideas y en su fidelidad a Cristo. Solo condescendió en aquellas cosas en que podía hacerlo. Jamás se olvidó de la santa sencillez junto con la austeridad de vida, dentro de una humilde celda en Marmoutiers con su lecho de paja y un asiento en la iglesia consistente en un banquillo de madera.
Se distinguió como curtido asceta y apóstol entregado a su ministerio, pero sobre todo fue un hombre de oración que amaba las bellezas de la naturaleza y el mundo para él era un libro de teología que siempre le hablaba de Dios. A su gran popularidad contribuyó también la fama de sus milagros. Su sucesor, Gregorio, se encargó de recopilar sobre él datos tomados de muchos testigos, que luego trascribió a los libros. Su muerte, ocurrida el 8 de noviembre del 397, cuando contaba unos 80 años, le llegó de forma serena y confiada como había sido su vida.
Reflexión desde el contexto actual:
Martín de Tours fue sobre todo un hombre de oración que hizo de la caridad su razón de vivir. Es conocido en la edad media y en nuestros días sobre todo por el gesto que protagonizó en Amiens, que viene a simbolizar de una manera plástica el consejo evangélico de compartir con el hermano y viene a recordarnos aquellas palabras que Mateo pone en boca del Maestro: “Cada vez que lo hicisteis con unos de estos mis humildes hermanos, conmigo mismo lo hicisteis”. A nivel popular y en torno a la fecha de la muerte de este santo acaecida en pleno otoño, va asociada lo que vulgarmente se conoce como “el veranillo de S. Martín” debido a que en el traslado de sus restos mortales, allí por donde iban pasando, despertaba la naturaleza y se cubría de flores como si fuera primavera. Este hecho persiste en la memoria del pueblo llano y ha quedado reflejado en nuestro calendario