Un santo para cada día: 15 de septiembre Santa Catalina de Génova (La santa del amor perseverante)
Falleció en Génova el 15 de septiembre de 1510. Fue beatificada en 1675, por Clemente X y canonizada en 1737 por Clemente XII. Pío XII, en 1943 la proclamó patrona de los hospitales italianos
| Francisca Abad Martín
Esposa, modelo de cristiana y mística. Catalina es patrona de Génova y de los hospitales de Italia, mujer admirable cuya acción entre pobres y enfermos permanece en el recuerdo, Sería especialmente conocida por su visión sobre el purgatorio que aparecen en sus libros el “Tratado sobre el purgatorio” y el “Diálogo entre el alma y el cuerpo” con matices diferentes a como era presentado en su época.
Catalina Fieschi había nacido en Génova (Italia) en 1447, de familia noble. Era la quinta hija del matrimonio formado por Jacobo Fieschi y Francesca di Negro. Desde los 13 años su deseo era entrar en un convento, inspirada tal vez por su hermana mayor, Limbania, que era religiosa agustina, pero debido a su corta edad el confesor rechazó esa idea. Los Fieschi y los Adurni eran dos familias genovesas que se disputaban el predominio de la ciudad. Su odio era ancestral, como los Capuleto y los Montesco de Verona, pero cansados ya de tanta disputa y de tanta sangre decidieron buscar la reconciliación y qué mejor manera de hallarla uniendo en matrimonio a Catalina, de 16 años, con Giuliano el hijo de los Adurni, mayor que ella. Se casaron el 13 de enero de 1463, pero mientras Catalina era dulce, concentrada, sensible y piadosa, él era rudo, violento, mundano, pendenciero y mujeriego. Catalina comprendió enseguida que ese matrimonio iba a ser el tormento de su vida.
Él pensaba que se había casado con una monja y ella que se había unido a un demonio. Pasaron los primeros 5 años y al no tener hijos Giuliano se volvió más violento y desleal. Catalina, sumisa, silenciosa y melancólica, no sabía más que llorar, refugiándose en la oración delante de una “Pietá”, que era su única amiga y confidente. Pronto empezaron los comentarios y los “buenos consejos”, diciéndole que se engalanara y acompañara a su esposo a las fiestas y recepciones y Catalinas les hizo caso. De pronto comenzó ella a brillar en los salones; asistía a reuniones donde se reía, se bailaba y se jugaba. Su mismo marido comenzaba a estar orgulloso de ella. Aquella vida mundana se prolongó por espacio de unos 5 años, que llenarían después de amargos recuerdos la vida de Catalina. Ella no era feliz con esa vida, que lamentará después en sus escritos. Esta experiencia la haría decir más tarde: “No más mundo, no más pecados”. El 21 de marzo de 1473, por sugerencia de su hermana agustina, buscó un confesor, pero cayó en un éxtasis y quedó sin habla, por lo que no podía confesar sus pecados. El Señor le mostró su vida pasada como en una película y vio a Jesús cargado con la cruz. Comprendió entonces cuánto había hecho sufrir al Señor y comenzó una vida de oración intensa y de penitencia, logrando la conversión de su marido, el cual aceptó vivir desde ese momento, un rotundo y tajante celibato, llegando a hacerse terciario franciscano.
Comenzaron los dos a trabajar en el Hospital, donde después fallecería Giuliano en 1477, víctima de una enfermedad contagiosa. Ella llegó a ser directora y tesorera del hospital. Fue admirable su actuación con los enfermos durante una plaga que asoló a Génova de 1497 a 1501. Catalina escribió importantes libros de espiritualidad, que han inspirado después a otros místicos, como San Roberto Belarmino o San Francisco de Sales; cabe citar el “Tratado del Purgatorio” o sus “Diálogos del alma y del cuerpo”. Fue dotada por Dios de excepcionales gracias y es contada entre los grandes místicos. Sus escritos fueron examinados por la Santa Sede, afirmando que contenían doctrina que por sí sola probaba su santidad.
Falleció en Génova el 15 de septiembre de 1510. Fue beatificada en 1675, por Clemente X y canonizada en 1737 por Clemente XII. Pío XII, en 1943 la proclamó patrona de los hospitales italianos.
Reflexión desde el contexto actual:
La última palabra siempre la tiene el amor por eso los santos, tarde o temprano acaban triunfando. Ejemplos como el que nos brinda Catalina de Génova es lo suficientemente elocuente para poner de manifiesto que la base de la convivencia familiar tiene que estar fundamentada en el humanismo, en el afecto y en la comprensión. Es una grave responsabilidad de los organismos tanto civiles como religiosos educar a ambos cónyuges, sobre todo al hombre, para que aprenda a vivir una vida familiar desde el respeto, la tolerancia y el amor, sin prepotencias y lejos de todo enfrentamiento violento. La cultura del amor y la comprensión mutua es una tarea que ha de ser realizada en la escuela y la familia.