Un santo para cada día: 17 de noviembre Santa Isabel de Hungría (Una reina con espíritu franciscano)
| Francisca Abad Martín
Isabel de Hungría fue otra de las reinas santas que puso sus riquezas al servicio de la pobreza. Cumplió hasta sus últimas consecuencias el Mandamiento del Amor. Fue una fiel seguidora del espíritu de Francisco de Asís, que la llevó a convertirse en una auténtica “terciaria franciscana”, hasta el punto de ser elegida por patrona de esta institución.
Su reinado va a trascurrir en la Europa de la Edad Media. Había nacido el 7 de julio de 1207, en uno de los castillos de su padre Andrés II, rey de Hungría y de su primera esposa Gertrudis de Merania, que tuvo por padre a Bertoldo IV. Su infancia se desarrolla en un ambiente de lujo y abundancia, pero en su alma anidaban sentimientos de pobreza y compasión por los más necesitados. Desde niña acostumbraba a entregar a los pobres los regalos que le hacían sus padres, lo mismo solía hacer con sus lujosos ropajes, intercambiándolos con los de los más necesitados.
Un día se presentó en el castillo una embajada del conde Luis IV de Turingia (Alemania) en busca de la princesa Isabel para ser desposada con él. El rey de Hungría dotó generosamente a su hija. El matrimonio tuvo lugar en Wartburgo en el año 1221, al cumplir Isabel sus 14 años. Ella siguió prodigando sus limosnas y favores a los pobres. Esta actitud llegó a herir a espíritus mezquinos y envidiosos, como era el caso de su suegra, la duquesa viuda Sofía, que nunca miró a Isabel con buenos ojos, tal vez porque la generosidad de Isabel era una acusación que su egoísmo no podía soportar y aprovechaba cualquier oportunidad para desprestigiarla ante su marido.
Un día en que Luis regresaba de un viaje, ansioso de abrazar a su esposa, fue a buscarla a la alcoba conyugal. La suegra que había oído voces de hombre, le cortó el paso diciéndole: “Ahora verás, hijo, hasta donde llega la fidelidad de tu esposa”. Él abrió la puerta y se encontró recostada sobre la cama una imagen de Cristo crucificado. En eso se había convertido el pobre leproso al que Isabel tenía acostado en su lecho, después de haber estado curándole sus heridas.
En otra ocasión la acusaron de que dilapidaba las arcas del tesoro y dejaba vacíos los graneros reales. Espera un poco, le dijeron al duque y verás salir a la señora con la faltriquera llena. Así lo hizo, viendo como Isabel salía del palacio, sigilosamente, a escondidas. La detuvo violentamente, preguntando qué llevaba escondido. Ella le dijo; “Nada, son rosas” y al extender el delantal, efectivamente, los mendrugos de pan y viandas se habían convertido en rosas. Este mismo hecho habría de reproducirse en la vida de otras santas como Sta. Casilda o Sta. Isabel de Portugal.
Luis marchó a luchar en las Cruzadas y allí habría de morir, lo que supuso para ella un duro golpe. Isabel quedaba viuda cuando tenía solamente 20 años, pero con la ayuda de Dios pudo rehacer su vida, entregándose por entero a servir a Dios y a los demás. Pronto mandó construir un hospital al lado de su castillo, donde acogía a los enfermos y necesitados. Para su construcción no dudó en gastar una buena parte de sus bienes, incluidos joyas y sus lujosos vestidos. Se trasladó a vivir al hospital, donde atendía personalmente a los enfermos, sin desdeñar los más bajos oficios.
Habían llegado a sus oídos las enseñanzas de Francisco de Asís, aún vivo y hasta tal punto las hizo suyas, que pareciera ser su alumna aventajada, ejercitándose constantemente en una vida de oración, pobreza y penitencia, que bien se la puede considerar como una “terciaria franciscana” modélica. Se vació de sí misma hasta hacerse asequible a los menesterosos, vistiendo el sayal franciscano, a pesar de las reiteradas instancias de su padre para que regresara a su castillo. A Isabel le cabe el honor de ser la primera santa franciscana canonizada.
Falleció el 17 de noviembre de 1231 en Martburgo (Alemania). Canonizada en 1235 por Gregorio IX. Ha sido elegida como patrona de la Tercera Orden Franciscana.
Reflexión desde el contexto actual:
Pobres siempre habrá en el mundo según las palabras de Cristo: “Siempre tendréis a los pobres con vosotros y cuando quisiereis les podréis hacer bien”. De esta forma tajante se expresa lo que hasta ahora no ha dejado de ser una dolorosa realidad y mucho me temo que así seguirá siendo por muchos esfuerzos que se hagan por evitarlo. Aún en el hipotético caso de que todas las riquezas del mundo se repartieran a partes iguales entre todos los habitantes de la tierra, con toda seguridad y dada la naturaleza humana, no pasando mucho tiempo, unos tendrían mucho, otros tendrían poco y habría incluso quien no tendría apenas nada. Lo que hace falta por tanto es que haya cada vez más personas que como Isabel de Hungría estén dispuestos a compartir con los más necesitados, no solamente los bienes materiales sino también los bienes espirituales, de cuya carencia apenas se habla hoy en día.