Un santo para cada día: 1 de octubre Santa Teresita de Lisieux. (Mística de nuestro tiempo, doctora de la infancia espiritual)
Patrona de las Misiones y Doctora de la Iglesia. “En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el AMOR” “Yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra”. En estas sencillas frases dejó reflejado el sentir más profundo de un alma exquisita y delicada
| Francisca Abad Martín
Patrona de las Misiones y Doctora de la Iglesia. “En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el AMOR” “Yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra”. En estas sencillas frases dejó reflejado el sentir más profundo de un alma exquisita y delicada.
Mª Francisca Teresa Martín Guérin nació en Alençon (Francia) el 2 de enero de 1873, siendo bautizada a los 2 días de nacer. Hija de Luis Martín y Celia Guérin (ambos canonizados, cuya fiesta celebramos el 12 de julio). Era la menor de los 9 hijos de este matrimonio ejemplar. Cuatro de ellos fallecieron pronto, quedando 5 niñas. El padre tenía un taller de relojería y la madre un taller de encajes típicos de la región.
Cuando la pequeña Teresita tenía 4 años falleció su querida madre, con solo 45 años, a consecuencia de un cáncer de mama. Entonces el padre, sobreponiéndose a su inmenso dolor, decide trasladarse a vivir a Lisieux, donde un hermano de su esposa tiene una farmacia. Vende la casa que tenía en Alençon y compra una con jardín en Lisieux. A esta finca la bautizarán las niñas como “Les Buissonnets” (los zarzalillos). De momento las hermanas mayores hacen de madres y maestras para Teresita, pero después ingresa en el internado de las religiosas benedictinas, donde también fueron sus hermanas, pero Teresita era una niña tímida e introvertida, que solo se comunicaba con sus hermanas y con sus primas, por lo cual el relacionarse con otras niñas y con las religiosas le supuso un gran esfuerzo y lo llevó bastante cuesta arriba. Ella, la pequeña de la familia, fue el ojo derecho de su padre, al que adoraba y le llamaba “mi rey”; con él daba largos paseos, plagados de diálogos enternecedores, que ella cuenta después en sus memorias, conocidas como “La historia de un alma”.
Al cumplir 10 años sufre una extraña enfermedad, probablemente de origen nervioso, debido a su hipersensibilidad. Ella siempre atribuye su curación a la intervención de la Santísima Virgen. Con esta edad hace la Primera Comunión y poco después la Confirmación. Sus hermanas mayores se encargan de prepararla. Pero el golpe más duro para Teresita es cuando las dos hermanas mayores abandonan el hogar para ingresar en el Carmelo de Lisieux. Ella dice que es como si hubiera quedado huérfana por segunda vez.
A sus 14 años Teresita es ya una jovencita madura, inteligente y muy fervorosa, pero tremendamente sensible y emotiva; siempre había sido la “niña mimada” de la casa, pero en la Navidad de 1887, fecha que ella recordará siempre como su “conversión”, su vida da un vuelco espectacular; es como si hubiera madurado de golpe y porrazo. A partir de ese momento va a tener cada vez más clara su vocación de ingresar en el Carmelo como sus hermanas, pero aún es muy joven para ser admitida.
En una peregrinación que realiza a Roma con su padre, se atreve a pedirle al Papa, que por aquel entonces lo era Pio X, la autorización para poder ingresar en el Carmelo a los 15 años. El Papa le responde: “Entrará si Dios así lo quiere" y por fin, el 9 de abril de 1888, tal y como ella había deseado, llega a su querido Carmelo. Se llamará desde entonces Sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. A partir de ese momento se opera en ella una gran transformación interior, de la mano de su guía y maestro San Juan de la Cruz, e iniciaría también un camino doloroso plagado de “espinas”. Por una parte, el fallecimiento de su padre el 29 de julio de 1894 y por otra su posterior enfermedad.
El 9 de julio de 1895, fiesta de la Santísima Trinidad, se ofrece como víctima en holocausto al “Amor Misericordioso”, por los misioneros y por los pecadores. De ahí que se la considere Patrona de las Misiones, junto con San Francisco Javier. Tres años después una tuberculosis galopante acaba con su vida a los 24 años, el 30 de septiembre de 1897. Breve sería su paso por el mundo pero nos dejaría su magnífico legado espiritual “La Historia de un Alma”, lo que se dice una rara y preciosa joya espiritual, fruto de sus bellísimos manuscritos que durante su enfermedad, a petición de la superiora, que por entonces era su hermana mayor, fue escribiendo y que ha sido y sigue siendo, las delicias de tantas almas, a las que ella ha sabido conducir por ese sencillo y a la vez profundo “Caminito” de la entrega confiada en las manos del Padre Dios, tanto que le ha merecido la consideración de “Doctora de la Iglesia”, el 19 de octubre de 1997, por San Juan Pablo II. Tan humilde y sencilla fue su vida conventual que una de las religiosas cuando murió comentaba diciendo: ¡Que difícil lo va a tener la madre superiora a la hora de plasmar la memoria de esta hermana tan irrelevante y anodina! Así pensaba esta religiosa porque sus ojos no supieron penetrar la profundidad de un alma tan grandiosa que, con todo el derecho, comienza a ser considerada como una de las más grandes místicas de los tiempos modernos y propulsora de “la infancia espiritual” como vía de santificación al alcance de todos y todo esto a pesar de haber vivido tan pocos años.
Fue beatificada por Pio XI el 29 de abril de 1923 y canonizada por el mismo papa el 17 de mayo de 1925.
Reflexión desde el contexto actual:
La vida de Santa Teresita fue humilde y sencilla, pero precisamente ahí radica toda su grandeza, en saber convertir lo pequeño y cotidiano en algo grande y sublime, en un “caminito” de confianza y abandono en los amorosos brazos del Padre Dios. Entre los muchos atractivos de esta santa y las valiosas aportaciones a la Iglesia Universal, hay que señalar sin duda el diseño de la “Infancia Espiritual” como camino seguro hacia la santidad, de la que ella precisamente es su mejor ejemplo. En el corazón de Teresa de Lisieux fueron germinando en toda su grandeza los pequeños granos de la semilla divina y sus ojos supieron escudriñar la sublime belleza escondida en las acciones más vulgares, cuando éstas se hacen con amor y por amor de Dios.