Un santo para cada día: 11 de enero Santo Tomás de Cori (Un hombre hecho oración)
Saber interpretar el signo de los tiempos se convierte en un requisito que dota de mayor eficacia todo cuanto se hace, bien sea a favor de sí mismo o favor de los demás. Esto lo podemos comprobar en el caso de Tomás Cori
Los santos son hombres igual que todos los demás que viven la circunstancia presente. Son hijos de su tiempo y de la sociedad en que les ha tocado vivir y en razón de las necesidades de cada momento van orientando su misión en el mundo. Saber interpretar el signo de los tiempos se convierte en un requisito que dota de mayor eficacia todo cuanto se hace, bien sea a favor de sí mismo o favor de los demás. Esto lo podemos comprobar en el caso de Tomás Cori (en el siglo Francisco Antonio Placidi) que tuvo los ojos bien abiertos a la hora de interpretar cual era el momento por el que atravesaba la familia franciscana. En pleno Renacimiento, los famosos Retiros de Bellegra, que el potenció, respondían a la necesidad de restructurar un modus vivendi resultando ser de gran utilidad.
Antonio Placidi había nacido el 4 de junio de 1655. Muy temprano va a conocer lo que es la desgracia familiar. A la edad de 14 quedaba huérfano de padre y madre teniéndose que ocupar de dos hermanitas pequeñas. Se hace cargo también de la pequeña herencia familiar que le habían dejado sus padres, dedicándose a cuidar sus ganados y de este modo ir sacando la familia hacia adelante hasta ver casadas a sus dos hermanas. Por todo cuanto hizo, gozaría ya desde entonces de una buena fama, que le hizo acreedor del apelativo de “el pequeño santo”. Una vez casadas sus hermanas fue cuando comenzó a pensar que hacer con su vida.
Pertenecer a la familia franciscana había sido el deseo que Tomás tenía guardado en su corazón. En su ciudad de Orvieto él había tratado con diversos padres franciscanos que ya le conocían, por lo que al solicitar el ingreso en la orden nadie puso el menor impedimento. En esta ciudad va a hacer el noviciado y cursar los estudios de filosofía y teología y una vez concluidos éstos, sería ordenado sacerdote en el año 1683, para pasar poco después a desempeñar el cargo de ayudante de maestro de novicios del convento de la Trinidad en esa misma localidad.
Habiendo oído hablar de los Retiros, obra de Teófilo de Corte, de marcado carácter reformista, pensó que podían ser una vía eficaz para recuperar el espíritu de S. Francisco, por lo que pidió ser trasladado a Civitella, lo que hoy es Bellegra en la región del Lacio, y allí poner en práctica este nuevo espíritu de Los Retiros. Su petición fue aceptada y en 1684 le vemos llamando a las puertas con esta carta de presentación: “Soy fray Tomás de Cori y vengo para hacerme santo” En este convento habría de permanecer toda su vida, si exceptuamos el periodo que va de 1703 a 1709 en que tuvo que abandonar este refugio espiritual para ser guardián del convento de Palombara, donde introdujo los Retiros regulados por dos estatutos.
De regreso a Civitella la vida de Fray Tomás puede quedar resumida en estas tres dimensiones: La oración, el apostolado y la caridad. La oración fue esencial en su vida hasta el punto que de él se pudo decir no ya solo que hacía oración sino que “él era un hombre hecho oración”, centrado fundamentalmente en la eucaristía, ante la que pasaba largas horas postrado de rodillas, después de haber asistido al oficio divino de la noche y todo esto en medio de una aridez espiritual que le duró cuarenta años. Un tiempo demasiado largo en el que el fraile hablaba a Dios sin que se hiciera sensible su presencia. Al humilde franciscano le quedaba tiempo también para la evangelización. Pensando en el bien de sus hermanos recorre comarcas y ciudades predicando el evangelio, confesando y administrando los santos sacramentos. Tanto era su celo que se le conocía como el apóstol del “Sublacense” . Las palabras que salían de su boca habían sido previamente rumiadas en su corazón. Como no podía ser por menos, la caridad habría de ser otro de los rasgos característicos de su vida santa practicada, tanto con los de dentro del convento como con los de fuera, sin duda el P. Cori fue ese hombre amable que todo el mundo quería tener cerca. Su paciencia y su bondad desarmaban a cualquier hermano de la orden que se mostraba reticente a sus pretensiones reformistas. Su talante servicial y espíritu de entrega eran universales. A todos trató de ayudar, pero de modo especial lo hizo con los pobres, objeto especial de su predilección.
Reflexión desde el contexto actual:
Todos hablamos de la necesidad de reformar el mundo y hasta hablamos de las mil formas que se nos ocurren de llevar esta reforma a cabo, solo que se nos olvida una cosa que resulta ser esencial para que este buen deseo pueda funcionar y no es otra que comenzar por la conversión de uno mismo. Ha sido Tomás de Cori quien ha tenido que venir a recordarnos que “toda reforma auténtica, ha de comenzar por uno mismo”, de no haber sido así los famosos Retiro de Civitella , nunca hubieran dado los frutos sazonados que el P Cori pudo recoger . Una vez más en el contexto donde se movió Tomás de Cori podemos ver como una mal orientada contemporización y apertura al signo de los tiempos puede ser motivo de relajamiento que solo puede ser corregido volviendo a la pureza originaria de intenciones