Un santo para cada día: 11 de febrero Nuestra Señora de Lourdes (Salud de los enfermos)
Aparte de la curación física, en ocasiones se produce también el milagro de la conversión de enfermos y familiares, regresando a sus hogares habiendo encontrado el consuelo del perdón y la paz. Esto cada cual lo habrá de interpretar, pero de lo que no cabe duda es de que se trata de un hecho constatado y constatable
| Francisca Abad Martín
El 11 de febrero de 1858, cuatro años después de ser proclamado el Dogma de la Inmaculada Concepción por Pío IX, tres jovencitas habían ido a recoger leña para hacer fuego en el hogar. Cuando se encontraban cerca del río Gave, que hay junto a la roca de Masabielle, próxima ya a la pequeña localidad pirenaica de Lourdes (Francia), una de ellas, Bernadette Soubirous, de casi 14 años, hija del molinero, de naturaleza débil, pálida y enfermiza, se quedó de pronto extasiada ante la visión que apareció a la entrada de la gruta. Era una mujer joven, de mediana estatura, con un semblante dulce y bondadoso. Iba vestida con un traje largo blanco y con una banda azul en la cintura. Con las manos juntas en actitud orante y un rosario colgado del brazo, en cada pie una rosa dorada y un velo blanco cubriendo su cabello. Bernadette un poco asustada se puso a rezar el rosario y la Señora no se movió. Cuando terminó de rezar la visión desapareció. Era la hora del Ángelus. Las otras dos amigas no vieron ni oyeron nada. Esto es lo que ella misma nos cuenta en sus memorias.
Fueron 18 las veces que la Virgen se apareció. Al principio, como suele suceder, no la creyeron, pero poco a poco la gente interesada en el suceso fue creciendo. Unos acudían simplemente por curiosidad, otros por devoción. Tampoco el sacerdote de la localidad, ni el obispo de la región, dieron crédito al testimonio de la niña y por supuesto no tuvieron en cuenta para nada el encargo de la Señora de construir allí mismo una capilla. Además de este mensaje, la Señora dejó expresado su deseo de que se hiciera penitencia y se rezara por los pecadores e invitó a vivir intensamente la pobreza evangélica.
En una de las apariciones, Bernadette preguntó a la Señora por su nombre y Ella le respondió: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Aunque el Papa ya había proclamado el dogma, era impensable que esta niña, debido a su edad, a sus escasos conocimientos y al lugar aislado en que vivía, pudiera tener noticias de ello.
En otra ocasión la Señora le había dicho que se lavara en la fuente, cosa extraña pues allí no había ninguna fuente, pero Bernadette, obediente, se puso a escarbar en la tierra, al principio solo era lodo, pero ella obedeció y se embadurnó la cara con ese lodo. La gente se reía de ella, poco después y en presencia de unas 350 personas, comenzó a manar agua cristalina produciendo desde entonces cien mil litros de agua por día y a la que acuden miles de peregrinos, siendo testigo de numerosos milagros.
No fue hasta 1862, unos 17 años antes de la muerte de Bernadette, cuando el Papa Pio IX autorizó al obispo local para que en el lugar de las apariciones se permitiera el culto a la Virgen María. Todos los Pontífices posteriores han rivalizado en dar muestras de benevolencia a este Santuario Mariano.
La Iglesia Católica invoca a Nuestra Señora de Lourdes como Patrona de los enfermos. Es uno de los Santuarios Marianos más visitados del mundo y uno de los mayores centros de peregrinación de los tiempos modernos.
Reflexión desde el contexto actual:
En este mundo nuestro agnóstico y descreído, todavía es de admirar la devoción con que miles de enfermos acuden confiados a Lourdes, para pedir a la Santísima Virgen su curación. Allí se vive un ambiente sobrenatural de oración de silencio y de recogimiento. Este mundo nuestro descreído que pide signos y señales para poder creer dispone de material abundante en torno a las intervenciones milagrosas de Ntra. Señora de Lourdes que interpela su incredulidad. Recuérdese que “ Le Comité Médical International" de Lourdes es un organismo serio y rigurosísimo que se ha ocupado de unos 7000 expedientes de los cuales 70 de ellos son reconocidos como milagrosos por la Iglesia. Para que esto suceda tienen que haber superado no pocas pruebas y obstáculos, tales como que la enfermedad sea incurable desde el punto de vista científico, que conste claramente la total ineficacia de fármacos y tratamientos, que la salud haya sobrevenido de repente de forma absoluta, duradera y permanente y que la curación en cuestión no esté sujeta a la subjetiva interpretación del paciente. Hasta tal punto son rigurosos y exigentes los análisis a los que es sometido cada caso, que es mucho más fácil que nos encontremos con hechos milagrosos no reconocidos oficialmente como tales que se cuele alguno que se dé por milagroso sin serlo.
Aparte de la curación física, en ocasiones se produce también el milagro de la conversión de enfermos y familiares, regresando a sus hogares habiendo encontrado el consuelo del perdón y la paz. Esto cada cual lo habrá de interpretar, pero de lo que no cabe duda es de que se trata de un hecho constatado y constatable