"Volveremos y nos buscaremos en esos ojos desconocidos" Pedro Pablo Achondo: "Somos quienes somos porque hay otros, anónimos y extraños"

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"Siendo extraños, pues no es necesario dejar de serlo, nos valoraremos mucho más"

Algunos hemos podido estar en cuarentena con nuestros seres queridos, otros solos. Pero lo que nos ha hecho falta a todos es precisamente lo que otorga la calle y los espacios públicos: el encuentro con el desconocido. ¿Dónde están los extraños, los que solo cruzamos en las plazas, filas, ferias y veredas? ¿Dónde los que nos empujaban en las fiestas y nos sacaban alguna risa ridícula? ¿Qué es de los que cantaban porque sí, de los que reúnen muchedumbres y de los que estando en la muchedumbre curiosa se acercaban?

El confinamiento al que el Covid-19 nos ha empujado ha hecho brotar la necesidad de ese otro desconocido. Puede que muchos estén tranquilos en sus hogares, pero eso es temporal. Una vida así es insostenible. Las plagas, las pestes, las guerras, las emergencias y toda situación que ha forzado un confinamiento o resguardo, pasa. Esto va a pasar, necesita pasar. No sabemos bien cómo será ese futuro distinto o esa llamada “normalidad”, muy entre comillas. Lo que sí puede enseñarnos o enrostrarnos más bien esta cuarentena es la necesidad del extraño. Quizás no siempre lo pensamos de ese modo, y poco nos importaban esas personas anónimas con las cuales compartíamos territorios y desplazamientos. Rara vez miramos a la cara al chofer del bus o a la persona sentada frente a nosotros en el tren. Quizás nunca reparamos en el niño de la mano con la que supusimos era su madre en el mercado, mucho menos en la masa sin rostro con la que caminábamos en el centro de la capital. ¿Dónde están todos ellos? ¿Con quiénes? ¿Haciendo qué? ¿Dónde están los que se sentaron a unos metros en el cine y con los que sin saber compartimos conferencias y charlas?

"Quizás allí, cuando salgamos de las guaridas, la resurrección se olfatee con más placer y alegría"

Los extraños se extrañan. Los anónimos de la ciudad, los sin rostro de las calles. Todos se extrañan. Una lectura relacional sostiene que ellos eran parte de lo que somos. Los extraños nos hacen ser no-extraños a nosotros mismos. Los necesitamos, no solo por que la soledad o la rutina pueda sofocarnos. No es eso, sino algo más profundo, algo del orden de la identidad. Somos quienes somos porque hay otros, anónimos y extraños, que nos miran sin vernos. En el mirar de los extraños hay algo que nos es propio, que nos pertenece. Eso se lo ha llevado el Covid-19. Esos otros y otras con quienes cohabitamos territorios de nuestra cotidianidad. Muchos de los extraños se vuelven compañeros, y quizás con el tiempo, amigos. ¿Dónde están ellos ahora? Confinados y encerrados. Pensando, tal vez, en esos otros desconocidos que leen y escriben y cocinan y enseñan y luchan y se apoyan en sus hogares, casas o sitios de cuarentena respectivos.

Una vez que Jesús resucitó no fue reconocido. Resucitó siendo otro, un extraño. Siendo él no lo era de la misma manera. No lo reconocieron de inmediato y por un momento el Resucitado fue también un extraño. ¿Quién eres Jesús desconocido? ¿Quién es ese que dice ser Tú en el huerto la mañana de domingo? Necesitamos a esa gente que no sabríamos nombrar ni reconocer, aquellos de los que apenas sabemos. Los necesitamos. Forman parte del paisaje que es el nuestro, del territorio donde habitamos y nos cruzamos sin saber tantas veces. Todos ellos y ellas ya no están. Pero luego, Jesús se hizo reconocer, instó a uno de sus discípulos a tocarlo, los increpó a no temer, a salir de sus guaridas.

Ya nos tocará. Ya pasará esta cuarentena y volveremos a ese querido y saludable anonimato. Pero no como antes, pues nada debe volver a ser como antes. Volveremos y nos miraremos. Volveremos y nos buscaremos en esos ojos desconocidos de los pasantes y caminantes, de los vendedores y choferes, de los que cortan los tickets y venden lo que sea, de los que atienden las farmacias y nos saludan en las cajas de supermercados, de los que ofrecen su ayuda para limpiar el parabrisas y nos presentan sus productos en el mercado. Esos y esas que tantas veces nos incomodaron con sus ruidos y presencias. Los extrañamos. Siendo extraños, pues no es necesario dejar de serlo, nos valoraremos mucho más y nos daremos cuenta de cuánta falta nos hicimos y cuán necesarios somos. Pascua es pasar a esos nuevos territorios y espacios que no sabemos bien cómo puedan ser ni qué nos pueda esperar. Pascua es el paso a lo nuevo y desconocido, a un territorio de esperanza donde anónimos y extraños compartimos la vida bajo el mismo sol. Quizás allí, cuando salgamos de las guaridas, la resurrección se olfatee con más placer y alegría.  

Vecinos en los balcones
Vecinos en los balcones

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