No quiere que el sacramento de la confirmación se reduzca a una extremaunción o salida de la Iglesia Francisco pide a los creyentes que se conviertan en “portadores de la llama del Espíritu”
"Y entre todos los Sacramentos, hay uno que es, por antonomasia, el Sacramento del Espíritu Santo, y es en el que quisiera detenerme hoy. Se trata, como ustedes han comprendido, de la Crismación o Confirmación"
"La Confirmación es para cada fiel lo que Pentecostés fue para toda la Iglesia"
"El problema es cómo conseguir que el sacramento de la confirmación no se reduzca, en la práctica, a una «extremaunción», es decir, al sacramento de la «salida» de la Iglesia"
"¡He aquí un hermoso objetivo para el año jubilar! Quitarnos las cenizas de la costumbre y del desenganche, para convertirnos, como los portadores de la antorcha en las Olimpiadas, en portadores de la llama del Espíritu"
"El problema es cómo conseguir que el sacramento de la confirmación no se reduzca, en la práctica, a una «extremaunción», es decir, al sacramento de la «salida» de la Iglesia"
"¡He aquí un hermoso objetivo para el año jubilar! Quitarnos las cenizas de la costumbre y del desenganche, para convertirnos, como los portadores de la antorcha en las Olimpiadas, en portadores de la llama del Espíritu"
En su catequesis sobre la presencia del Espíritu en la Iglesia a través de los sacramentos, el Papa Francisco abordó el de la confirmación, “el sacramento del Espíritu Santo por antonomasia”. Según el Papa, “la Confirmación es para cada fiel lo que Pentecostés fue para toda la Iglesia” y pide que “no se reduzca, en la práctica, a una ‘extremaunción’, es decir, al sacramento de la ‘salida’ de la Iglesia. Y por eso, plantea como objetivo para el año jubilar el “quitarnos las cenizas de la costumbre y del desenganche, para convertirnos, como los portadores de la antorcha en las Olimpiadas, en portadores de la llama del Espíritu”
Texto íntegro de la catequesis papal
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy proseguimos nuestra reflexión sobre la presencia y la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia mediante los Sacramentos.
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La acción santificadora del Espíritu Santo nos llega ante todo a través de dos canales: la Palabra de Dios y los Sacramentos. Y entre todos los Sacramentos, hay uno que es, por antonomasia, el Sacramento del Espíritu Santo, y es en el que quisiera detenerme hoy. Se trata, como ustedes han comprendido, de la Crismación o Confirmación.
En el Nuevo Testamento, además del bautismo con agua, se menciona otro rito, el de la imposición de manos, que tiene como objetivo comunicar visiblemente y de manera carismática el Espíritu Santo, con efectos similares a los producidos en los Apóstoles en Pentecostés. (Disculpen por las dificultades para leer, pero el sol en los ojos dificulta la lectura) Los Hechos de los Apóstoles relatan un episodio significativo a este respecto. Tras saber que algunos en Samaria habían acogido la palabra de Dios, desde Jerusalén enviaron allí a Pedro y a Juan. «Estos bajaron - dice el texto - y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo» (8:14-17).
A esto se añade lo que escribe San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios: «Es Dios mismo quien nos conforta juntamente con ustedes en Cristo y el, y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones» (1.21-22). El tema del Espíritu Santo como «sello real» con el que Cristo marca a sus ovejas es la base de la doctrina del «carácter indeleble» que confiere este rito.
Con el pasar del tiempo, el rito de la unción tomó forma como un sacramento por derecho propio, asumiendo diferentes formas y contenidos en las diversas épocas y ritos de la Iglesia. No es éste el lugar para desandar esta historia tan compleja. Lo que el sacramento de la Confirmación es en la comprensión de la Iglesia, me parece, está descrito, simple y claramente, por el Catecismo para los Adultos de la Conferencia Episcopal Italiana. Dice así: «La Confirmación es para cada fiel lo que Pentecostés fue para toda la Iglesia. [...] Refuerza la incorporación bautismal a Cristo y a la Iglesia y, la consagración a la misión profética, real y sacerdotal. Comunica la abundancia de los dones del Espíritu [...]. Si, por tanto, el bautismo es el sacramento del nacimiento, la confirmación es el sacramento del crecimiento. Por eso mismo es también el sacramento del testimonio, porque éste está estrechamente ligado a la madurez de la existencia cristiana».[1]
El problema es cómo conseguir que el sacramento de la confirmación no se reduzca, en la práctica, a una «extremaunción», es decir, al sacramento de la «salida» de la Iglesia, (Se le llama el sacramento del adiós, porque una vez que los jóvenes lo reciben, se van y vuelven sólo pàra el matrimonio o eso dice la gente) sino que sea el sacramento del inicio de una participación activa en su vida. Es un objetivo que puede parecernos imposible, dada la situación actual en casi en toda la Iglesia, pero eso no significa que debamos dejar de perseguirlo. No será así para todos los confirmandos, sean niños o adultos, pero es importante que lo sea al menos para algunos que luego serán los animadores de la comunidad.
Puede ser útil, con este fin, dejarse ayudar, en la preparación al Sacramento, por fieles laicos que hayan tenido un encuentro personal con Cristo y hayan tenido una verdadera experiencia del Espíritu. Algunas personas dicen haberlo experimentado como un florecimiento en ellos del Sacramento de la Confirmación recibido desde chicos.
Pero esto no sólo afecta a los futuros confirmandos; nos afecta a todos y en todo momento. Junto con la confirmación y la unción, hemos recibido también, nos asegura el Apóstol, la «prenda del Espíritu», que en otro lugar llama «las primicias del Espíritu» (Rom 8,23). Debemos «gastar» esta garantía, disfrutar de estas primicias, no enterrar bajo tierra los carismas y talentos recibidos.
San Pablo exhortó a su discípulo Timoteo a «reavivar el don de Dios, recibido por la imposición de manos» (2 Tm 1,6), y el verbo utilizado sugiere la imagen de quien sopla sobre el fuego para reavivar su llama. ¡He aquí un hermoso objetivo para el año jubilar! Quitarnos las cenizas de la costumbre y del desenganche, para convertirnos, como los portadores de la antorcha en las Olimpiadas, en portadores de la llama del Espíritu. ¡Que el Espíritu nos ayude a dar algunos pasos en esta dirección!
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[1] La verdad los hará libres. Catecismo de los adultos. Libreria Editrice Vaticana 1995, p. 324.
Saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis, seguimos reflexionando sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Su presencia y acción santificante llega a nosotros por medio de la Palabra de Dios y de los sacramentos. De los siete sacramentos, la confirmación es el sacramento del Espíritu Santo por antonomasia.
En el Nuevo Testamento vemos algunos elementos del sacramento de la confirmación. Por ejemplo, cuando se menciona la “imposición de las manos”, que comunica de manera visible y carismática el Espíritu Santo. También encontramos la “unción” y el “sello” que manifiestan el carácter indeleble de este sacramento.
Podemos decir que, si el bautismo es el sacramento del nacimiento a la vida en Cristo, la confirmación es el del crecimiento. Esto significa que se da inicio a una etapa de madurez cristiana, lo que conlleva dar testimonio de la propia fe. Para poder realizar esta misión, es importante no dejar de cultivar los dones del Espíritu que hemos recibido.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Espíritu Santo que reavive el fuego del amor en nuestros corazones y nos impulse a dar un testimonio jubiloso de su presencia en nuestras vidas. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
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