Francisco destaca en la audiencia general al "hermano universal", que "anticipa el Vaticano II" El Papa propone a Carlos de Foucauld como "figura profética de nuestro tiempo"
En la audiencia general de este miércoles, 18 de octubre, el papa Francisco glosó la figura de un santo al que ha recurrido en no pocas ocasiones, Carlos de Foucauld, "un hombre que ha hecho de Jesús y de los hermanos más pobres la pasión de su vida"
"Pero ¿cómo podemos aumentar esta participación? Como hizo Carlos: poniéndonos de rodillas y acogiendo la acción del Espíritu, que siempre suscita formas nuevas para involucrar, encontrar, escuchar y dialogar, siempre en la colaboración y en la confianza, siempre en comunión con la Iglesia y con los pastores", indicó el Papa
En la audiencia general de este miércoles, 18 de octubre, el papa Francisco glosó la figura de un santo al que ha recurrido en no pocas ocasiones, Carlos de Foucauld, "un hombre que ha hecho de Jesús y de los hermanos más pobres la pasión de su vida" y que anticipa "los tiempos del Concilio Vaticano II, intuye la importancia de los laicos y comprende que el anuncio del Evangelio pertenece a todo el pueblo de Dios"
"Pero ¿cómo podemos aumentar esta participación? Como hizo Carlos: poniéndonos de rodillas y acogiendo la acción del Espíritu, que siempre suscita formas nuevas para involucrar, encontrar, escuchar y dialogar, siempre en la colaboración y en la confianza, siempre en comunión con la Iglesia y con los pastores", indicó el Papa, que subrayó que Carlos de Foucauld es "una figura profética para nuestro tiempo, ha testimoniado la belleza de comunicar el Evangelio a través del apostolado de la mansedumbre".
Texto de la audiencia general
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Proseguimos nuestro encuentro con algunos testigos ricos de celo en el anuncio del Evangelio.
Hoy quisiera hablaros de un hombre que ha hecho de Jesús y de los hermanos más pobres la pasión de su vida. Me refiero a san Carlos de Foucauld el cual, «desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos» (Cart. enc. Fratelli tutti, 286).
¿Cuál ha sido el “secreto” de su vida? Él, después de haber vivido una juventud alejada de Dios, sin creer en nada si no en la búsqueda desordenada del placer, lo confía a un amigo no creyente, al que, después de haberse convertido acogiendo la gracia del perdón de Dios en la Confesión, revela la razón de su vivir. Escribe: «He perdido mi corazón por Jesús de Nazaret»[1]. El hermano Carlos nos recuerda así que el primer paso para evangelizar es tener a Jesús en el centro del corazón, es “perder la cabeza” por Él.
Si esto no sucede, difícilmente logramos mostrarlo con la vida. Más bien corremos el riesgo de hablar de nosotros mismos, de nuestro grupo, de una moral o, peor todavía, de un conjunto de reglas, pero no de Jesús, de su amor, de su misericordia. Preguntémonos entonces: ¿yo tengo a Jesús en el centro del corazón, he perdido un poco la cabeza por Él?
Carlos sí, hasta el punto que pasa de la atracción por Jesús a la imitación de Jesús. Aconsejado por su confesor, va a Tierra Santa para visitar los lugares en los que el Señor ha vivido y para caminar donde el Maestro ha caminado. En particular es en Nazaret que comprende que tiene que formarse en la escuela de Cristo. Vive una relación intensa con Él, pasa largas horas leyendo los Evangelios y se siente su hermano pequeño. Y conociendo a Jesús, nace en él un deseo de darlo a conocer. Al comentar el pasaje de la visita de la Virgen a santa Isabel, le hace decir: «Me he donado al mundo... llevadme al mundo». Sí, pero ¿cómo? Como María en el misterio de la Visitación: «en silencio, con el ejemplo, con la vida»[2].
Con la vida, porque «toda nuestra existencia – escribe el hermano Carlos – debe gritar el Evangelio»[3].
Entonces decide establecerse en regiones lejanas para gritar el Evangelio en el silencio, viviendo en el espíritu de Nazaret, en pobreza y en lo escondido. Va al desierto del Sahara, entre los no cristianos, y allí llega como amigo y hermano, llevando la mansedumbre de Jesús- Eucaristía. Carlos deja que sea Jesús quien actúe silenciosamente, convencido de que la “vida eucarística” evangeliza. De hecho, cree que es Cristo el primer evangelizador. Así está en oración a los pies de Jesús, delante del tabernáculo, durante unas diez horas al día, seguro de que la fuerza evangelizadora está ahí y sintiendo que es Jesús quien le lleva cerca de tantos hermanos y hermanas alejados. Y nosotros, me pregunto, ¿creemos en la fuerza de la Eucaristía? Nuestro ir hacia los otros, nuestro servicio, encuentra ahí, en la adoración, ¿su inicio y su cumplimiento?
«Todo cristiano es apóstol»[4] escribe Carlos de Foucauld a un amigo laico, al cual recuerda que «cerca de los sacerdotes hacen falta laicos que vean lo que el sacerdote no ve, que evangelizan con una cercanía de caridad, con una bondad para todos, con un afecto siempre preparado para donarse»[5]. Carlos anticipa de esta manera los tiempos del Concilio Vaticano II, intuye la importancia de los laicos y comprende que el anuncio del Evangelio pertenece a todo el pueblo de Dios. Pero ¿cómo podemos aumentar esta participación? Como hizo Carlos: poniéndonos de rodillas y acogiendo la acción del Espíritu, que siempre suscita formas nuevas para involucrar, encontrar, escuchar y dialogar, siempre en la colaboración y en la confianza, siempre en comunión con la Iglesia y con los pastores.
San Carlos de Foucauld, figura profética para nuestro tiempo, ha testimoniado la belleza de comunicar el Evangelio a través del apostolado de la mansedumbre: él, que se sentía “hermano universal” y acogía a todos, nos muestra la fuerza evangelizadora de la ternura. Deseaba que quien lo encontrara viera, a través de su bondad, la bondad de Jesús. Decía que era, de hecho, «servidor de uno que es mucho más bueno que yo»[6]. Vivir la bondad de Jesús lo llevaba a estrechar vínculos fraternos y de amistad con los pobres, con los Tuareg, con los más alejados de su mentalidad. Poco a poco estos vínculos generaban fraternidad, inclusión, valorización de la cultura del otro. La bondad es sencilla y pide ser personas sencillas, que no tengan miedo de donar una sonrisa. Hermano Carlos dijo al respecto que «la risa pone de buen humor a quien está a nuestro lado, acerca a los hombres, les permite comprenderse mejor, alegra un carácter oscuro: es una caridad»[7]. Preguntémonos entonces finalmente si llevamos en nosotros y a los otros la alegría cristiana, que no es simple gozo, sino caridad del corazón. La alegría es el termómetro qu Mide el calor de nuestro anuncio de Jesús, Él que es para todos la dos buena noticia. ________________________
[1] Cartas a un amigo de la secundaria. Correspondencia con Gabriel Tourdes (1874-1915), París 2010, 161.
[2] Clamar el Evangelio, Montrouge 2004, 49.
[3] M/314 en C. de Foucauld, La bondad de Dios. Meditaciones sobre los Santos Evangelios (1), Montrouge 2002, 285. [4] Carta a José Horas, en Correspondances lyonnaises (1904-1916), París 2005, 92.
[5] Ivi, 90.
[6] Cuadernos de Tamanrasset (1905-1916), París 1986, 188.
[7] R. Bazin, Charles de Foucauld explorador de Marruecos, 1921, 379.
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