Insta a “no volver a la llamada 'normalidad', porque esta normalidad estaba enferma de injusticias, desigualdades y degradación ambiental” Papa: “No podemos esperar que el modelo económico que está en la base de un desarrollo injusto e insostenible resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará”
“En la normalidad del Reino de Dios el pan llega a todos y sobra, la organización social se basa en el contribuir, compartir y distribuir, no en el poseer, excluir y acumular”
“La pandemia ha expuesto la gran desigualdad que reina en el mundo: desigualdad de oportunidades, de bienes, de acceso a la sanidad, a la tecnología, etc. Estas injusticias no son naturales ni inevitables”
“Para salir de la pandemia, tenemos que encontrar la cura no solamente para el coronavirus, sino también para los grandes virus humanos y socioeconómicos”
“Para salir de la pandemia, tenemos que encontrar la cura no solamente para el coronavirus, sino también para los grandes virus humanos y socioeconómicos”
El Papa Francisco pone fin al ciclo de catequesis sobre la pandemia, invitando a “no volver a la llamada 'normalidad', porque esta normalidad estaba enferma de injusticias, desigualdades y degradación ambiental”. Es decir, a su juicio, hay que cambiar la “ruta”, el sistema económico vigente, porque “no podemos esperar que el modelo económico que está en la base de un desarrollo injusto e insostenible resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará”.
Texto íntegro de la catequesis papal (Traducción no oficial)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las semanas pasadas, hemos reflexionado juntos, a la luz del Evangelio, sobre cómo sanar al mundo que sufre por un malestar que la pandemia ha evidenciado y acentuado. Hemos recorrido los caminos de la dignidad, de la solidaridad y de la subsidiariedad, vías indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Como discípulos de Jesús, nos hemos propuesto seguir sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la casa común. En medio de la pandemia que nos aflige, nos hemos anclado en los principios de la doctrina social de la Iglesia, dejándonos guiar por la fe, la esperanza y la caridad. Aquí hemos encontrado una ayuda sólida para ser trabajadores de transformaciones que sueñan en grande, no se detienen en las mezquindades que dividen y hieren, sino que animan a generar un mundo nuevo y mejor.
Quisiera que este camino no termine con estas catequesis mías, sino que se pueda continuar caminando juntos, teniendo «fijos los ojos en Jesús» (Hb 12, 2), que salva y sana al mundo. Como nos muestra el Evangelio, Jesús ha sanado a enfermos de todo tipo (cfr Mt 9, 35), ha dado la vista a los ciegos, la palabra a los mudos, el oído a los sordos. Y cuando sanaba las enfermedades y las dolencias físicas, sanaba también el espíritu perdonando los pecados, así como los “dolores sociales” incluyendo a los marginados (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, 1421). Jesús, que renueva y reconcilia a cada criatura (cfr 2 Cor 5, 17; Col 1, 19-20), nos regala los dones necesarios para amar y sanar como Él sabía hacerlo (cfr Lc 10, 1-9; Jn 15, 9-17), para cuidar de todos sin distinción de raza, lengua o nación.
Para que esto suceda realmente, necesitamos contemplar y apreciar la belleza de cada ser humano y de cada criatura. Hemos sido concebidos en el corazón de Dios (cfr Ef 1, 3-5). «Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”[1] Además, cada criatura tiene algo que decirnos de Dios creador (cfr Enc. Laudato si’, 69. 239). Reconocer tal verdad y dar las gracias por los vínculos íntimos de nuestra comunión universal con todas las personas y con todas las criaturas, activa «un cuidado generoso y lleno de ternura» (ibid., 220). Y nos ayuda también a reconocer a Cristo presente en nuestros hermanos y hermanas pobres y sufrientes, a encontrarles y escuchar su clamor y el clamor de la tierra que se hace eco (cfr ibid., 49).
Interiormente movilizados por estos gritos que nos reclaman otra ruta, cambiar (cfr ibid., 53), podremos contribuir a la nueva sanación de las relaciones con nuestros dones y nuestras capacidades (cfr ibid., 19). Podremos regenerar la sociedad y no volver a la llamada “normalidad”, porque esta normalidad estaba enferma de injusticias, desigualdades y degradación ambiental. Esto no va. La normalidad a la cual estamos llamados es la del Reino de Dios, donde «los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11, 5). Y nadie mira hacia otro lado. En la normalidad del Reino de Dios el pan llega a todos y sobra, la organización social se basa en el contribuir, compartir y distribuir, no en el poseer, excluir y acumular (cfr Mt 14, 13-21). El gesto de abrir la mano es lo que hace ir adelante la sociedad: darse y dar desde el corazón. Cerrar el puño es ir hacia atrás con el egoísmo y el ansia de poseer. El modo cristiano de hacer esto no es mecánico. Es humano. No podremos salir nunca de la crisis mecánicamente, con nuevos aparatos (con tener miedo de ellos), pero los medios más sofisticados nunca podrán repartir ternura, que es la señal propia de la presencia de Jesús. No olviden esto.
Un pequeño virus sigue causando heridas profundas y desenmascara nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales. Ha expuesto la gran desigualdad que reina en el mundo: desigualdad de oportunidades, de bienes, de acceso a la sanidad, a la tecnología, a la educación etc. Estas injusticias no son naturales ni inevitables. Son obras del hombre, provienen de un modelo de crecimiento desprendido de los valores más profundos. Y esto ha hecho perder la esperanza en muchos y ha aumentado la incertidumbre y la angustia. Por esto, para salir de la pandemia, tenemos que encontrar la cura no solamente para el coronavirus, sino también para los grandes virus humanos y socioeconómicos. No esconderlos, no darles una mano de barniz. Y ciertamente no podemos esperar que el modelo económico que está en la base de un desarrollo injusto e insostenible resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará, porque no puede hacerlo, incluso si ciertos falsos profetas siguen prometiendo “el efecto cascada” que no llega nunca.[2]
Habéis oído el teorema del vaso que se llena de agua y después cae y llega a los pobres. Lo que pasa es que, cuando está a punto de llenarse, el vaso sigue creciendo y la cascada nunca se produce. Tenemos que ponernos a trabajar con urgencia para generar buenas políticas, diseñar sistemas de organización social en la que se premie la participación, el cuidado y la generosidad, en vez de la indiferencia, la explotación y los intereses particulares. Una sociedad solidaria y justa es una sociedad más sana. Una sociedad participativa -donde a los “últimos” se les tiene en consideración igual que a los “primeros”- refuerza la comunión. Una sociedad donde se respeta la diversidad es mucho más resistente a cualquier tipo de virus.
Ponemos este camino de sanación bajo la protección de la Virgen María, Virgen de la Salud. Ella, que llevó en el vientre a Jesús, nos ayude a ser confiados. Animados por el Espíritu Santo, podremos trabajar juntos por el Reino que Cristo ha inaugurado en este mundo, viniendo entre nosotros. Un Reino de luz en medio de la oscuridad, de justicia en medio de tantos ultrajes, de alegría en medio de tantos dolores, de sanación y salvación en medio de las enfermedades y la muerte. De ternura en medio del odio. Dios nos conceda “viralizar” el amor y globalizar la esperanza a la luz de la fe. ___
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[1] Benedicto XVI, Homilía por el inicio del ministerio petrino (24 de abril de 2005); cfr Enc. Laudato si’, 65.
[2] “Trickle-down effect” en inglés,, “derrame” en español (cfr Exhort. ap. Evangelii gaudium, 54).
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Saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas: En las catequesis anteriores hemos reflexionado, a la luz del Evangelio, sobre cómo curar el mundo que sufre. Los caminos a seguir son la solidaridad y la subsidiariedad, indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Como discípulos de Jesús, seguimos su ejemplo optando por los pobres, haciendo un uso adecuado de los bienes y cuidando nuestra casa común.
Como vemos en el Evangelio, Jesús curó enfermos de todo tipo y, cuando curaba los males físicos, sanaba también el espíritu con el perdón de los pecados, así como los “dolores sociales”, incluyendo a los marginados. También a nosotros Jesús nos concede los dones necesarios para amar y curar como Él lo hizo, acogiendo a todos sin distinción de raza, lengua o nación.
En medio de la pandemia que nos aflige, comprobamos cómo un pequeño virus continúa causando heridas profundas y desenmascarando nuestra fragilidad física, social y espiritual. También pone en evidencia la desigualdad que reina en el mundo, que ha hecho crecer en muchas personas la incertidumbre, la angustia y la falta de esperanza. En este contexto, con la mirada fija en Jesús, estamos llamados a construir la normalidad del Reino de Dios: donde el pan llega a todos y sobra, y la organización social se basa en contribuir, compartir y distribuir.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. De modo particular, saludo al grupo de sacerdotes del Pontificio Colegio Mexicano, que siguen aquí en Roma su formación integral permanente, para conformarse cada día más a Cristo Buen Pastor.
Hoy hacemos memoria de san Jerónimo, un estudioso apasionado de la Sagrada Escritura, que hizo de ella el motor y el alimento de su vida. Que su ejemplo nos ayude también a nosotros a leer y conocer la Palabra de Dios, «porque ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo». Que el Señor los bendiga.
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