"Queridos coetáneos, lo mejor de la vida todavía está por ver" Papa: "Nuestra vida es como una semilla que debe ser enterrada para que nazca y pueda dar fruto"
"Después de la muerte, nacemos en el cielo, en el espacio de Dios, y somos siempre nosotros los que hemos caminado sobre esta tierra"
"Permaneceremos seres humanos en el cielo de Dios"
"En nuestra vejez, queridas y queridos coetáneos, la importancia de tantos "detalles" de los que se constituye la vida - una caricia, una sonrisa, un gesto, un trabajo apreciado, una sorpresa inesperada, una alegría acogedora, un vínculo fiel - se hace más grave"
"Pasar esa puerta da siempre un poco de miedo, pero el Señor nos espera con su mano tendida. Atentos, Él nos espera. Sólo un paso y, después, la fiesta"
"En nuestra vejez, queridas y queridos coetáneos, la importancia de tantos "detalles" de los que se constituye la vida - una caricia, una sonrisa, un gesto, un trabajo apreciado, una sorpresa inesperada, una alegría acogedora, un vínculo fiel - se hace más grave"
"Pasar esa puerta da siempre un poco de miedo, pero el Señor nos espera con su mano tendida. Atentos, Él nos espera. Sólo un paso y, después, la fiesta"
En su última catequesis del ciclo que el Papa dedicó a la vejez, Francisco recuerda a todos, especialmente a sus “coetáneos” que “Nuestra vida es como una semilla que debe ser enterrada para que nazca y pueda dar fruto”. Por eso, el Papa invita a los ancianos a estar atentos a los “'detalles' de los que se constituye la vida: una caricia, una sonrisa, un gesto, un trabajo apreciado, una sorpresa inesperada, una alegría acogedora, un vínculo fiel”. Porque “lo mejor de la vida todavía está por ver”, concluye Bergoglio.
Texto íntegro de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Acabamos de celebrar la Asunción al cielo de la Madre de Jesús. Este misterio ilumina el cumplimiento de la gracia que ha plasmado el destino de María y que también ilumina nuestro destino. Con esta imagen de la Virgen asunta al cielo quisiera concluir el ciclo de las catequesis sobre la vejez. En occidente la contemplamos elevada hacia arriba envuelta por una luz gloriosa; en oriente se representa tumbada, durmiente, rodeada por los Apóstoles en oración, mientras el Señor Resucitado la lleva entre las manos como si fuera una niña.
La teología ha reflexionado siempre sobre la relación de esta singular "asunción" con la muerte, que el dogma no define. Creo que sería aún más importante explicitar la relación de este misterio con la resurrección del Hijo, que abre el camino de la generación a la vida a todos nosotros. En el acto divino de la reunificación de María con Cristo resucitado no transciende simplemente la normal corrupción corporal de la muerte humana, sino se anticipa la asunción corporal de la vida de Dios. En efecto, se anticipa el destino de la resurrección que nos concierne: porque, según la fe cristiana, el Resucitado es el primogénito de muchos hermanos y hermanas. Nuestro destino es resucitar.
Podríamos decir – siguiendo la palabra de Jesús a Nicodemo – que es como volver a nacer (cf. Jn 3, 3-8). Si el primero ha sido un nacimiento sobre la tierra, el segundo es el nacimiento en el cielo. No por casualidad el Apóstol Pablo, en el texto que se ha leído al principio, habla de los dolores de parto (cf. Rm 8,22). Como, recién salidos del seno de nuestra madre, somos siempre nosotros, el mismo ser humano que estaba en el vientre, así, después de la muerte, nacemos en el cielo, en el espacio de Dios, y somos siempre nosotros los que hemos caminado sobre esta tierra. Análogamente a lo que le sucedió a Jesús: el Resucitado es siempre Jesús: no pierde su humanidad, su vivencia, ni siquiera su corporeidad, porque sin ella ya no sería Él.
Nos lo dice la experiencia de los discípulos, a quienes Él aparece durante cuarenta días tras su resurrección. El Señor muestra las heridas que sellaron su sacrificio; pero ya no son las fealdades del envilecimiento sufrido dolorosamente, ya son la prueba indeleble de su amor fiel hasta el final. ¡Jesús resucitado con su cuerpo vive en la intimidad trinitaria de Dios! Y en ella no pierde la memoria, no abandona su propia historia, no disuelve las relaciones en las que vivió en la tierra. A sus amigos les prometió: «Cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes» (Jn 14,3).
El Resucitado vive en el mundo de Dios, donde hay sitio para todos, donde se forma una nueva tierra y se va construyendo la ciudad celestial, hogar definitivo del hombre. Nosotros no podemos imaginar esta transfiguración de nuestra corporeidad mortal, pero estamos seguros de que ella mantendrá nuestros rostros reconocibles y nos permitirá permanecer seres humanos en el cielo de Dios. Nos permitirá participar, con sublime emoción, a la exuberancia infinita y feliz del acto creador de Dios, del que viviremos en primera persona todas las aventuras interminables.
Jesús, cuando habla del Reino de Dios, lo describe como un banquete de bodas, como una fiesta con los amigos, como el trabajo que hace perfecta la casa, o las sorpresas que hacen la cosecha más rica de la siembra. Tomar en serio las palabras evangélicas sobre el Reino habilita nuestra sensibilidad a gozar del amor laborioso y creativo de Dios, y nos pone en sintonía con el destino inaudito de la vida que sembramos. En nuestra vejez, queridas y queridos coetáneos, la importancia de tantos "detalles" de los que se constituye la vida - una caricia, una sonrisa, un gesto, un trabajo apreciado, una sorpresa inesperada, una alegría acogedora, un vínculo fiel - se hace más grave.
Lo esencial de la vida, al que en las cercanías de nuestra despedida nos damos más importancia, nos parece definitivamente claro. He aquí: esta sabiduría de la vejez es el lugar de nuestra gestación, que ilumina la vida de los niños, de los jóvenes, de los mayores, de toda la comunidad. Los viejos tenemos que seer luz para los demás. Toda nuestra vida aparece como una semilla que deberá ser enterrada para que nazca su flor y su fruto. Nacerá, junto con todo el mundo. No sin dolores, no sin dolor, pero nacerá (cf. Jn 16,21-23). Y la vida del cuerpo resucitado será cien y mil veces más viva que la que probamos en esta tierra (cf. Mc 10,28-31).
El Señor resucitado, no por casualidad, mientras espera a los Apóstoles a la orilla del lago, asa el pescado (cf. Jn 21,9) y luego se lo ofrece. Este gesto de amor atento nos hace intuir lo que nos espera mientras pasamos a la otra orilla. Sí, queridos hermanos y hermanas, especialmente vosotros, ancianos, lo mejor de la vida todavía está por ver. Esperemos esta plenitud de la vida que nos espera a todos, cuando el Señor nos llame. Que la Madre del Señor y Madre nuestra, que nos ha precedido en el Paraíso, nos devuelva la inquietud de la espera. No es una espera aburrida, sino con cierta inquietud. Pasar esa puerta da siempre un poco de miedo, pero el Señor nos espera con su mano tendida. Atentos, Él nos espera. Sólo un paso y, después, la fiesta.
Saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy concluimos el ciclo de catequesis sobre la vejez, y lo hacemos recordando la Asunción de la Virgen María a los cielos. Este misterio se pone en relación con la Resurrección de Jesús, y nos anticipa el destino que nos espera cuando resucitemos. En las llagas de Jesús, que permanecen ya resucitado, vemos que Él no perdió su humanidad ni la memoria de su vida, de su historia. Nosotros, aunque no podemos imaginarnos cómo será la transformación de nuestro cuerpo al resucitar, sabemos que reconoceremos nuestros rostros y a las personas que amamos.
Nuestra vida es como una semilla que debe ser enterrada para que nazca y pueda dar fruto. Esto sucederá, aunque no sin tribulación, como lo indica san Pablo al hablar de los dolores de parto que sufre la creación. Pero Jesús nos espera con amor, nos prepara un lugar a la mesa en su Reino, del cual disfrutaremos al pasar a la otra vida. Queridos hermanos, queridas ancianas y ancianos, confiemos en las promesas del Señor, lo mejor de la vida aún está por llegar.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que, en el camino de esta vida terrena, sepamos sembrar con gestos de amor y ternura lo que cosecharemos en el Reino de los cielos. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
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