La santidad es una llamada que el Señor dirige personalmente a "todos los fieles de cualquier estado y condición" (Lumen gentium), pero desde el principio la Iglesia ha sentido la necesidad de reconocer a los testigos ejemplares y aceptar "oficialmente" su fidelidad al mensaje evangélico. ¿Qué papel desempeña la Congregación para las Causas de los Santos a este respecto?
Como nos recordó el Concilio Vaticano II, la santidad es ciertamente una vocación universal, para todos y cada uno. En cuanto al reconocimiento oficial de la santidad de un cristiano individual, podemos decir que es una tradición antigua. Desde los primeros tiempos, en efecto, cuando se difundía la noticia de algún mártir, o de alguien que había vivido el Evangelio de manera ejemplar, se les proponía como modelos de vida a todo el pueblo y como intercesores ante Dios en las necesidades de los creyentes. Los procedimientos y las normas canónicas para declarar la santidad de una persona varían, pero el núcleo fundamental es este: la Iglesia siempre ha creído en la posibilidad de que sus miembros alcancen la santidad y que esta sea conocida y propuesta para la veneración pública.
En cuanto a la Congregación para las Causas de los Santos, ella sigue el proceso de beatificación y canonización de los Siervos de Dios asistiendo a los obispos en la investigación sobre el martirio, las virtudes heroicas o la ofrenda de la vida, y los milagros de un fiel católico que en vida, en la muerte y después de la muerte haya gozado de fama de santidad, o de martirio, o de ofrenda de su vida. Siervo de Dios se llama el fiel católico cuya causa de beatificación y canonización ha sido iniciada y para el que, en cualquier caso, siempre es necesaria una auténtica, difundida y sostenida "fama de santidad", es decir, la opinión común de que su vida ha sido íntegra, rica en virtudes cristianas y fecunda para la comunidad cristiana.
Su actividad supone un verdadero trabajo en equipo en el que participan postuladores, testigos, consultores, teólogos, estudiosos, médicos, cardenales y obispos. ¿Cuántas personas participan y cómo se articula el trabajo de la Congregación en sus distintas fases?
La nueva normativa para las Causas de los Santos, introducida en 1983, ha acortado enormemente el tiempo necesario para los procesos de beatificación y canonización. Basta pensar, por ejemplo, que en el pasado para iniciar el estudio de la vida, las virtudes o el martirio de un Siervo de Dios había que esperar cincuenta años después de su muerte. Hoy en día esto ya no es así. La duración de las Causas, sin embargo, depende de muchos factores: algunos son intrínsecos a las propias causas (complejidad de la figura de los candidatos o del periodo histórico en el que vivieron), otros externos (como la voluntad, preparación y disponibilidad de las personas que deben trabajar en ellas: postuladores, colaboradores externos, testigos, etc.).
Cada causa tiene sus números: los testigos escuchados en la fase diocesana pueden ser muchas decenas, así como los demás actores y especialistas. Cada proceso de beatificación y canonización tiene también sus propios tiempos: el de las investigaciones, el de la escucha de los testigos, el de la redacción de las Positiones, el del examen por los consultores teológicos y, según la causa, el de los consultores históricos.
Luego están los tiempos de los expertos médicos cuando se trata de examinar un posible milagro de curación. El asunto, si estos pasos han sido positivos, pasa entonces a la sesión ordinaria de los miembros de la Congregación, es decir, de los cardenales y obispos.
Una vez terminado todo este proceso, la última palabra la tiene el Papa, a cuya aprobación el Prefecto de la Congregación somete las distintas causas. Estas son verdaderamente numerosas (en este momento, las que están en curso en la fase romana son casi mil quinientas, mientras que las que están en la fase diocesana son más de seiscientas), y el hecho mismo de que no todas lo consigan demuestra la seriedad de los procedimientos. Con esto, sin embargo, no se quiere decir que aquellos que no son propuestos para la veneración de los fieles no fueran figuras ejemplares por su testimonio de vida.
El gran número de canonizaciones y beatificaciones promovidas por la Congregación es un indicador de la vitalidad de la Iglesia en cada época. De media, ¿en cuántas causas trabajan y cuántas se llevan a término cada año?
El balance de estas últimas cinco décadas de actividad de la Congregación no solo es positivo, sino sorprendente. La agilización de los procedimientos ha permitido aumentar el número de personas propuestas para la veneración de los fieles: provienen de todos los continentes y pertenecen a todas las categorías del pueblo de Dios.
El balance espiritual y pastoral de estos cincuenta años desde la institución de la Congregación para las Causas de los Santos (1969) es singular: hasta 2020 el número total es de 3003 beatificaciones y 1479 canonizaciones. Anualmente, habiendo normalmente dos sesiones ordinarias por mes y en cada una el examen de cuatro causas, el número aproximado de las que se concluyen en un año es de entre 80 y 90. P
ara estos y otros datos, se puede visitar el sitio de la Congregación (www.causesanti.va), que ofrece de forma ágil y completa toda la información sobre la Congregación y el camino a la santidad. Hasta la fecha, además de los principales documentos y publicaciones, el sitio contiene más de mil fichas sobre los beatos y santos de los últimos siete pontificados, enriquecidas con imágenes, citas, biografías, homilías, enlaces externos y material multimedia.
A menudo desde afuera, dada la vitalidad con que se eleva a los altares a estos modelos de vida cristiana, la congregación es tildada de "fábrica de santos". ¿Cómo se puede explicar el rigor que se sigue con respecto a un candidato a la beatificación y canonización?
La expresión puede resultar incluso agradable, si se entiende en el sentido positivo, es decir, como un lugar donde se trabaja mucho para llegar a la presentación seria y honesta de personas dignas de ser propuestas como modelos de santidad. Aunque el número de candidatos es considerable, es importante añadir que el trabajo no va en detrimento de la precisión, la profundidad y la autoridad.
A partir de la "fama de santidad y de signos" en el pueblo de Dios, la investigación tiene una primera fase en la diócesis (apertura del proceso, recolección de testimonios y documentos, constitución de un tribunal con expertos teológicos e históricos).
Una vez llevado a Roma, se asigna un relator que guiará al postulador en la preparación del volumen en el que se sintetizan las pruebas recogidas en la diócesis con el fin de reconstruir con seguridad la vida y demostrar las virtudes o el martirio, así como la relativa fama de santidad y de signos de los que goza el Siervo de Dios.
Se trata de la Positio, que luego es estudiada por un grupo de teólogos y, en el caso de una "Causa antigua" (es decir, relativa a un candidato que vivió hace mucho tiempo y del que no hay testigos oculares), también es analizada por una comisión de historiadores. Si estos votos son favorables, el expediente se somete a un nuevo juicio de los cardenales y obispos de la Congregación.
Si, finalmente, esto también es favorable, el Santo Padre puede autorizar la promulgación del Decreto sobre la heroicidad de las virtudes o sobre el martirio o sobre la ofrenda de la vida del Siervo de Dios, que se convierte así en venerable: es decir, se le reconoce haber ejercido en grado "heroico" las virtudes cristianas (teologales: fe, esperanza y caridad; cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza; otras: pobreza, castidad, obediencia, humildad, etc.), o haber sufrido una muerte "heroica", o haber sufrido un auténtico martirio, o haber ofrecido la vida según los requisitos previstos por el Dicasterio.
La beatificación es la etapa intermedia con vistas a la canonización. Si el candidato es declarado mártir, se convierte inmediatamente en Beato, de lo contrario es necesario que se reconozca un milagro, debido a su intercesión. Por lo general, este acontecimiento milagroso es una curación considerada científicamente inexplicable, juzgada como tal por una comisión médica compuesta por especialistas, tanto creyentes como no creyentes.
También acerca del milagro se pronuncian primero los consultores teólogos y después los Cardenales y Obispos de la Congregación y el Santo Padre autoriza el decreto correspondiente. Para que se produzca la canonización, es decir, para que sea declarado santo, al beato se le debe atribuir la intercesión eficaz de un segundo milagro, ocurrido después de la beatificación.
Más que una "fábrica" que produce santos en un flujo continuo, la Congregación es, pues, el Dicasterio de la Curia Romana que con siglos de experiencia se ha especializado en reconocerlos y que con gran diligencia, habilidad y rigor científico lleva a cabo un proceso que verifica si un fiel ha vivido una alta medida de santidad, para ser propuesto como modelo para la Iglesia universal.
En la exhortación apostólica Gaudete et exsultate el Papa habla de la "clase media de la santidad". ¿De qué manera se puede reconocer a estos "santos de la puerta de al lado" y ofrecerlos como ejemplo a la comunidad de creyentes?
Gaudete et exsultate es un hermoso manifiesto sobre la llamada a la santidad en el mundo de hoy, porque los santos son los testigos de la posibilidad de vivir el Evangelio; no solo los ya beatificados o canonizados, sino también los que el propio Papa llama "los santos de la puerta de al lado", que viven cerca de nosotros y "son un reflejo de la presencia de Dios": "los padres que crían a sus hijos con tanto amor, los hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a casa, los enfermos, las religiosas ancianas que siguen sonriendo" (n.7) en un mundo que ya no sabe esperar y es indiferente ante el sufrimiento de los demás.
La prueba de la santidad de la Iglesia es precisamente la vida cotidiana hecha de pequeños gestos. La santidad de la "puerta de al lado" es la que viven cada día los cristianos que, en todas las partes del mundo, dan testimonio del amor de Jesús arriesgando su propia vida y sin tener nunca en cuenta sus intereses particulares.
En los santos se realiza la forma más lograda y hermosa de la humanidad. En la Exhortación Gaudete et exsultate el Papa escribió que la santidad muestra el "rostro más bello de la Iglesia" (n.9). También podemos decir que, en las últimas décadas, la veneración de los santos ha vuelto al primer plano de la vida de la Iglesia, que reconoce la necesidad de su testimonio para la comunidad creyente.
La "contemporaneidad" de un santo, en efecto, no viene dada tanto por la proximidad cronológica -aunque sean muchas las causas concluidas o en curso de nuestros beatos y santos contemporáneos- como por ser una figura completa, rica en pasión humana y cristiana, en deseo de lo sobrenatural, en hambre de justicia, en amor a Dios y en solidaridad por cada hermano.
Con las nuevas normas introducidas en 2016, Francisco recomendó vigilar la administración de los bienes y contener los gastos de las causas. Existe también un "fondo de solidaridad" para los casos en los que haya dificultades para sostener los gastos. ¿Cómo se han recibido y aplicado las indicaciones del Pontífice en su presupuesto de misión?
La causa de beatificación es un trabajo complejo y articulado en varios aspectos. Como tal, supone un cierto coste debido al trabajo de las comisiones, la impresión de los documentos, las reuniones de los expertos (historiadores y teólogos encargados del estudio de la documentación o de los médicos con respecto a los milagros).
El Dicasterio siempre presta atención a la contención de los costes, para que la cuestión económica no sea un obstáculo para la continuación de las causas. En este sentido van las normas administrativas aprobadas por el Santo Padre en 2016 que garantizan la transparencia y regularidad administrativa. Alimentado de diversas maneras, también se ha creado un "Fondo de Solidaridad" en la Congregación para las causas que tienen menos recursos. Para su apoyo, también se están estudiando otras formas.
En la sociedad "líquida" teorizada por Bauman, la santidad aparece cada vez más como una opción a contracorriente. ¿Cuáles son los nuevos retos que la Congregación está llamada a afrontar para volver a proponer al mundo el encanto de la radicalidad evangélica?
Vivimos en esta "sociedad líquida", conscientes de las oportunidades pero también de los riesgos. La Iglesia no es nueva en estos escollos para la fe y la credibilidad cristianas. Ya en el siglo II se objetaba a los cristianos la fe en Jesús el Mesías; la misma objeción que, como relata san Justino en su Diálogo con Trifón, surgía ya durante su vida pública: "¿Pero cómo es posible que el Mesías haya venido ya si nada ha cambiado, si la paz no ha llegado, si Israel sigue siendo esclavo de los romanos, si el mundo sigue siendo como antes?".
Los cristianos respondieron: "Es cierto, sí, muchas cosas son como antes, no han cambiado, pero, si se quiere mirar bien la realidad, se pueden observar también novedades maravillosas, extraordinarias, como, por ejemplo, la fraternidad entre los cristianos, la comunión de bienes, la fe, el valor en las persecuciones, la alegría en las tribulaciones. Puedes ver cosas maravillosas. El reino de Dios, por supuesto, no ha llegado todavía en su plenitud definitiva, ha llegado como en un germen, en una semilla, pero ha llegado en serio y está creciendo, se está desarrollando en medio de las comunidades cristianas".
Los santos son precisamente las semillas maduras que dan mucho fruto, según la parábola del Evangelio.
La santidad es siempre la misma, en lo fundamental, pero es siempre nueva en sus figuras concretas, como ha recordado el Concilio Vaticano II (Lumen gentium, 41); toma aspectos diferentes en los mártires, en las vírgenes consagradas, en los ermitaños, en los monjes, en los pastores de la Iglesia, en los príncipes de las naciones, en las órdenes mendicantes, en los misioneros, en los contemplativos, en los educadores, en los santos de la caridad social.
Basta con echar un vistazo a la lista y a las figuras de los santos de estos últimos cincuenta años -desde la creación de la Congregación para las Causas de los Santos- para comprobar hasta qué punto han germinado y madurado las semillas del Concilio que señalaban la santidad como una vocación universal, no como el privilegio de unos pocos elegidos. La única santidad, que es reflejo de la de Cristo, imprime en cada uno una huella irrepetible y personal; como el amor: único y personalísimo.
En cuanto a los desafíos, los de la Congregación son los mismos que los de la Iglesia y su presencia en el mundo. La Iglesia es una fuente de credibilidad tanto para la santidad objetiva de la fe, los sacramentos, los carismas, como para la santidad subjetiva de los cristianos. Esto es lo que profesa el artículo del Símbolo Apostólico: "Creo... en la comunión de los santos", que significa la comunión de los bienes santos y de los hombres santos.
Todo santo está por el crecimiento y la unidad de todo el cuerpo de la Iglesia; todo santo es consciente de que su tarea es una misión de la Iglesia. Los santos son figuras completas, viven de la pasión humana y cristiana, del deseo de lo sobrenatural, pero también del hambre y la sed de justicia, del amor a Dios y de la solidaridad con cada hermano. El pueblo cristiano percibe intuitivamente la credibilidad de la fe en Jesucristo, refiriéndose tanto a su historia biográfica como a su presencia continua en la Iglesia, especialmente en los santos.