Mártires para tiempos de odio Beato Leonardo Olivera Buera, una experiencia viva de amor
"Una forma de soliviantarse ante la oleada execrable de ideologías y sistemas de pensamiento cerrado, y permanecer herméticos ante las influencias socio-culturales que vienen a transgredir la Fe del hombre, es rememorar a los mártires que dieron su vida en pos no de un ideal o una causa, sino de una experiencia viva de amor"
"Este es el caso del Beato Leonardo Olivera Buera, quién hoy recordamos … recordado por su gran celo apostólico y una humildad asombrosa, perdonó de corazón hasta aquellos que le quitaron la vida"
| Santiago Mossi Abarca
Una forma de soliviantarse ante la oleada execrable de ideologías y sistemas de pensamiento cerrado, y permanecer herméticos ante las influencias socio-culturales que vienen a transgredir la Fe del hombre, es rememorar a los mártires que dieron su vida en pos no de un ideal o una causa, sino de una experiencia viva de amor.
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Este es el caso del Beato Leonardo Olivera Buera, quién hoy recordamos. Nacido en Campo (Huesca) en el año 1889 y formado en el seminario de Barbastro. Ordenado sacerdote en 1916, fue párroco de Movera, confesor en los Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle), y capellán más tarde de los mismos religiosos en la Bonanova (Barcelona).
Es bien recordado por su gran celo apostólico, siempre atendiendo y escuchando a todo aquel que lo requería hasta altas horas de la noche, con una humildad asombrosa. Como en todo mártir, se le reconocía como un hombre que amaba a Jesucristo y a su Iglesia, no muriendo en una trinchera o empuñando un arma, sino perdonando de corazón hasta aquellos que le quitaron la vida. Un hombre de carne y hueso habitado por el Espíritu Santo, con una naturaleza humana atravesada por el mismo Dios.
Al comienzo de la guerra civil, se refugió en Valencia en casa de una hermana suya, donde meses después fue arrestado y fusilado el 23 de octubre de 1936 en el Saler (Valencia), como cordero llevado al matadero, sin pronunciar palabra. Mi abuelo Joaquín Abarca Olivera, huérfano desde bien joven, vivió con él diez años de su vida, siendo testigo de la magnificencia de su persona, confirmando que él siempre estuvo dispuesto a dar su vida por Jesucristo, viviendo una relación extática con Él.
Ciertamente la vida de los mártires es una palabra esperanzadora para la Iglesia universal. Su testimonio nos ayuda a proclamar como el mismo Job: “antes te conocía sólo oídas, ahora te han visto mis ojos”. Ser luz, sal y fermento hasta con la propia vida, es todo un reto impulsado por la gracia, e inherente al cristiano contemporáneo.
Beonardo Olivera Buera fue beatificado el 11 de marzo de 2001 por S. Juan Pablo II.
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