El amor rompe las distancias: "Porque le/a amáis, no muere del todo" ¿Cómo despedirse digna y religiosamente de los fallecidos por coronavirus?
Para aliviar la soledad y distancia que sufrimos nosotros y los que se nos van en la muerte, ofrezco estos apoyos que puedan salvar estas situaciones tan duras
Unidos en el camino de pasión hacia la esperanza en el Resucitado
| Jesús García Herrero
Introducción
La muerte es uno de los tabúes más importantes de nuestro tiempo. Se oculta a los muertos como se oculta a los enfermos, a los viejos. Se reducen los rituales funerarios borrando las huellas de la muerte para presentar un tránsito maquillado y ligero.
La pandemia que se ha instalado entre nosotros nos está dando de bruces con la muerte masiva, inesperada; no podemos mirar hacia otro lado. Nos hace conscientes de nuestra fragilidad, nos aisla y produce miedo el estar juntos. A su vez, nos hace experimentar que no tenemos vida si no vivimos con los otros, desenmascara nuestro individualismo y atestigua la belleza del bien común.
Sufrimos como propio el sufrimiento y la angustia de los otros. Por eso sentimos una ansiedad especial ante el confinamiento y la distancia física que nos enclaustra. Nos resulta especialmente dramático el no poder estar cerca del que se muere y no acompañar los rituales del entierro y del duelo.
Esta situación nos hace levantar la mirada al Dios que ha querido responder a nuestro sufrimiento, no con una teoría, sino con una presencia: se ha hecho carne con nosotros contagiándose de nuestro dolor para sanarlo, como celebramos especialmente en estas fechas de la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
Para aliviar la soledad y distancia que sufrimos nosotros y los que se nos van en la muerte, ofrezco estos apoyos que puedan salvar estas situaciones tan duras.
Despedida del que se acerca a la muerte.
Estás en el hospital aislado, confiado a los sanitarios que te cuidan con atención y esmero en medio de sus limitaciones. Dolorido y confuso te preguntas: ¿qué me espera?, ¿saldré de esta?
Desde tu debilidad, prepárate para el paso del otro lado de la muerte.
a)Visualiza la presencia de tus seres queridos
Aún en la distancia física visualiza la presencia de tus seres queridos que sintonizan su corazón junto al tuyo y te rodean con una presencia cálida. El amor rompe las distancias. Recuerda sus rostros amados, exprésales tu gratitud por todo lo que habéis compartido, pídeles disculpas por tus fallos, dales tus últimos consejos y encárgales que se mantengan en el amor que os habéis profesado, dales tu bendición. Y con un beso en el aire, envíales este mensaje:
"Queridos míos, no hay nada que temer, la muerte es solo un umbral como el nacimiento. El único recuerdo que me llevo es el de los amores que dejo. No os atormentéis pensando en lo que pudo ser y no fue, en lo que debisteis hacer de otro modo. A pesar de mi muerte, seguiremos en contacto, me llevareis dentro como una constante presencia. Seré vuestro ángel protector".
b)Confíate a Dios, ponte en sus manos
Él ha conducido tu vida, es tu hacedor, tu Padre que te ama incondicionalmente. Represéntate el crucifijo y siéntete abrazado por el que ha pasado ese Calvario pero se fió de Dios que le levantó de la muerte.
Reza el Padre Nuestro, el Ave María, la Salve a la Virgen que extiende sobre ti su manto protector. Deja que resuenen en tu interior estas jaculatorias:
Mi suerte está en tu mano (Sal 15,5.)
Nada temo, porque tú vas conmigo. (Sal 22,4).
El Señor sostiene mi vida. (Sal 53, 6).
Tú, Señor, me ayudas y consuelas. (Sal 85,17).
"Hoy estarás conmigo en el Paraíso".
Abandónate en sus brazos:
Como el niño que no sabe dormirse sin cogerse a la mano de su madre, así mi corazón viene a ponerse sobre tus manos, Señor, al caer la tarde.
Como el niño que sabe que alguien vela su sueño de inocencia y esperanza, así descansará mi alma segura, sabiendo que eres Tú quien nos aguarda. Tú endulzarás mi última amargura, tú aliviarás el último cansancio, tú cuidarás los sueños de la noche, tú borrarás las huellas de mi llanto.
Tú me darás mañana nuevamente la antorcha de la luz y la alegría, y por las horas que traigo muertas tú me darás una mañana viva. Amén.
c) Si te es posible, pide la presencia de un sacerdote que te encomiende a Dios con el perdón y te otorgue la santa unción, abrazo de la ternura de Dios para tu cuerpo quebrantado y aliento de vida para tu espíritu.
Nos despedimos del difunto.
Ante la noticia de la muerte de vuestro familiar y la impotencia de poder acercaros para manifestarle vuestro adiós, será beneficioso que los familiares os convoquéis para una despedida virtual que os ponga en conexión mutua un día y hora concretos
Encontrad cada uno un ámbito adecuado, poned en un pequeño altar una foto, un objeto significativo, una vela, un palo de incienso, una Biblia, una imagen de devoción.
Vinculados entre vosotros, recread la imagen del que se os va, y sintonizad desde el corazón utilizando algunos de estos textos de referencia:
Te vas como un silencio de amigo/a
que se toca con manos muy suaves.
Te vas como una lágrima de agua clara
que se desliza lentamente por un pétalo de flor.
Te vas como una mariposa dorada
que traspasa las estrellas buscando la luz del sol.
Tus seres queridos no podemos cruzar el umbral de la muerte, pero no te irás solo hacia el más allá:
Te dice Dios:
No temas, porque yo estoy contigo. No te inquietes, pues yo soy tu Dios.
No te asustes, te he llamado por tu nombre y tú eres mío/a. Te llevo tatuado/a en las palmas de mis manos, así sabrás que yo soy tu Señor y no defraudo a los que esperan en mí. (Is 41,1 y ss)
Recordamos las palabras que decía Jesús a sus amigos ante la inminencia de su muerte:
A donde yo voy, no podéis seguirme ahora. En la casa de mi Padre hay lugar para todos. Os dejo un encargo: que os améis como yo os he amado. No tengáis miedo. No os dejaré huérfanos. Me voy, pero volveré a estar con vosotros para siempre. (Jn 14,18)
Jesucristo resucitado, nuestro hermano mayor, sale a tu encuentro y te acompaña hasta la casa del Padre. Allí te acogen los seres queridos que te precedieron en la vida y te dicen: “bienvenido/a, estas en casa”. Ese Padre se hace cargo de tu debilidad en la muerte, te va a despertar de este sueño profundo y te va a revestir de su vida inmortal, para que puedas vivir en su casa con los tuyos para siempre.
A ese Dios Padre, a cuyo regazo te confiamos, le pedimos que su Reino sea un regalo ya para ti:
“Padre Nuestro que estás en el cielo.......”
Te confiamos, también a la Virgen María, para que te acompañe en este tránsito de la muerte:
“Dios te salve María............”.
Oremos:
Acoge, Señor, a tu hijo/a cuyo nombre Tú tienes escrito en el “libro de la vida”. Muéstrate con él/ella compasivo y misericordioso. Ofrécele la seguridad de tu casa, “donde ya no hay muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor”. Haz que repose en tu regazo y que sea, por siempre, feliz en tu Reino. Amén.
Expresadle también vuestros sentimientos:
Cada uno de vosotros, desde el fondo de vuestro corazón, decidle un cariñoso adiós. Repasad vuestros mejores momentos junto a él/ella. Reconoced cuánto le debéis, os ha legado sus mejores tesoros. Cuánto de ella/él se ha sembrado en vosotros, dejad que en vuestra vida, vean la luz los frutos de esa sementera. Se os va, pero se os queda muy dentro. Porque le/a amáis, no muere del todo; porque os ama, pertenecéis a su mundo inmortal.
Seguirás con nosotros. Quienes te conocieron, quienes te amaron, han abierto sucursales en los cielos para tener derecho a una porción de tu recuerdo. Queda en paz y que la gloria de Dios te sonría.
Has sido un regalo de Dios para todos nosotros. permanecemos unidos como si pervivieses a nuestro lado.
Recepción y enterramiento de las cenizas
El día que se recibe el paquete con las cenizas es otro momento fuerte en el ámbito familiar y es otra oportunidad de expresar vuestra vinculación a la persona que permanece asilado en nuestro corazón. Ofrece una nueva ocasión para romper la separación y unirnos en la memoria común. Pueden servir estas referencias.
Venimos a depositar tus cenizas en la tumba familiar, junto a los tuyos. Aquí nos queda esta humilde señal de tu presencia. Tú has dado el salto hacia el otro lado de la muerte, donde te has encontrado en la casa del Padre, acogido por los seres queridos que te precedieron.
Después de la incineración, nos queda una pequeña vasija de cenizas, de leve polvo; poca cosa, con todo lo importante que era para nosotros, todo el espacio que llenaba apenas hace unos días. Desde esta pequeñez, flaqueza, nos abrimos al Dios que alienta la vida, que reanima...
Te prestamos esta confesión de confianza.:
Yo sé que está vivo mi salvador y que, al final, me alzará del polvo.
Después de que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios. Yo mismo lo veré, con mis manos invisibles lo tocaré. (Job 19,23-27).
Revivimos esta sorpresa de los discípulos de Jesús que le creían muerto:
"Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo" la paz esté con vosotros". Aterrados y llenos de miedo. creían ver un espíritu. Él les dijo ¿por qué os asustáis y dudáis. Ved mis manos y mis pies, soy yo en persona".
(Lc 24.36-37)
Ocasión de preguntarnos por el sentido de la vida humana, cuando ya apenas hacemos preguntas, señal de vejez, de cinismo; nos quedamos en los elementos superficiales de la máquina que funciona. El niño que empieza a vivir es una permanente pregunta. El hombre es trascendente, anda en vía, en tránsito. Vida y muerte son momentos de un eterno proceso de resurrección.
En Jesús se ha verificado ya ese proceso: el enterrado, se levantó resucitado; el humillado, es el Señor; no es un fantasma, “soy yo”.
Recitamos: Padre nuestro. Ave María.
Eco de tu plegaria a Dios:
Aquí estoy, mi Señor, con los brazos abiertos y el corazón desnudo para tus creadores besos.
Que me queme tu amor a la hora de las lágrimas.
Tu semilla de luz se siembra en mi vida y florecerán milagros.
Al atardecer, despido el día y espero, de nuevo, con el alba, el eco de mi nombre
en tus labios despiertos.
El secreto del creador consiste en reponer la llama de la vida sobre la ceniza de tu carne muerta.
El duelo
El objeto del duelo es establecer una nueva forma de relación con la persona que se ha desplazado a otro nivel; nueva relación que no pretende retener sino permitir que nos acompañe desde el cielo.
Es percibir un hermoso y triste vacío habitado: ”somos materia en busca de un abrazo”.
Transcurre el tiempo y, en un momento determinado, ciertos lugares parecen reavivar en nosotros aquella presencia tan amada. Resuenan en nuestro corazón sus palabras, revivimos instantes y destellos de experiencias compartidas.
Es necesario buscar la ayuda de un profesional si el duelo se torna patológico y nos hace daño. Y durante él es preciso no cerrarse, no huir, buscar a las personas con las que se pueden compartir los recuerdos, los dolores, las esperanzas. Confiar en el Dios consolador que enjugará las lágrimas de nuestros ojos.
El duelo es la vida, el duelo nunca acaba del todo. Un viudo me comentaba: "llevo contabilizados los años, días y horas que estuvimos juntos; ahora vivo desde ella y para cuidar a mi hija enferma".
El duelo está superado cuando la persona es capaz de involucrarse nuevamente en la vida, a través de los compromisos familiares, sociales y religiosos, en los que canalizar su potencial donativo y afectivo hacia otras personas.
La muerte no nos roba a las personas amadas, nos las guarda; las pasa al otro lado de las cosas y nos las inmortaliza.
La resurrección trastoca el aspecto tenebroso de la muerte, seremos carne de resurrección. Las palabras deben callar ante "lo que Dios tiene preparado para los que le aman".