"Es el modelo de sacerdote que la Iglesia necesita, con el oído pegado a la tierra" Yarelis Rico Hernández: "El padre Uña, un cubano más"

Leal recorre museo universitario san geronimo con dominicos
Leal recorre museo universitario san geronimo con dominicos

Hoy, 29 de septiembre celebra sesenta y siete años de profesión el padre Manuel Uña

Él ha sido, desde hace más de veinticinco años el amigo cercano de muchos cubanos, católicos o no, de gente sencilla, gente “de a pie”, de intelectuales, de infinidad de jóvenes…

Él camina el camino de Cuba con la certeza de ser un caminante más y con la seguridad que le aporta su fe en Dios y su misión de anunciar la Buena Nueva

Querido padre, usted no imagina cuánto le ha regalado a Cuba. Gracias.

Hoy, 29 de septiembre celebra sesenta y siete años de profesión el padre Manuel Uña. Él ha sido, desde hace más de veinticinco años el amigo cercano de muchos cubanos, católicos o no, de gente sencilla, gente “de a pie”, de intelectuales, de infinidad de jóvenes… Es un sacerdote al que cualquiera puede llegar y tropezarse con el más auténtico gesto de cariño. La armonía de cada palabra dicha lleva a quererlo… porque sí.

Natural de Castilla la Vieja, España, tomó en Granada (1953) sus votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia en la Orden de los Predicadores (Dominicos). Con solo veintitrés años fue ordenado sacerdote el 15 de marzo de 1959. Aunque había visitado Cuba con anterioridad, decidió quedarse permanentemente en la Isla en octubre de 1993, en medio de un apagón. De ahí que valore tanto el primer regalo que le hicieron tras su llegada: “una linternita, que es todo un símbolo, porque sirve para iluminar, no para deslumbrar”, aseguró hace algún tiempo en una entrevista.

El padre Uña es un cubano más. Está en su naturaleza el implicarse con la gente, con la historia del país, con la realidad de la Iglesia, con los acontecimientos cotidianos que generan felicidad, inconformidad, tristeza, esperanza o desesperanza en este pueblo. El futuro de Cuba es también su propio futuro, causa de desvelos y motivo de rezo diario. Él camina el camino de Cuba con la certeza de ser un caminante más y con la seguridad que le aporta su fe en Dios y su misión de anunciar la Buena Nueva.

Ávido por conocer la realidad a la que, más que a misionar, vino a ser parte de ella, sus primeras lecturas fueron el documento final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), algunas Obras de José Martí y la carta pastoral El Amor todo lo espera. Pronto encontraría y se enamoraría para siempre de la narrativa y la poética de Dulce María Loynaz y de Eliseo Diego.

El padre Uña
El padre Uña

Su itinerario por Cuba supera la experiencia de vida de muchos jóvenes de hoy; aventaja también a la de mi hija, quien siente una admiración especial por la persona, que según dice, “es el modelo de sacerdote que la Iglesia necesita, con el oído pegado a la tierra”. A la historia cubana del padre Uña, le acompañan períodos de escasez, apagones, incomprensiones entre la Iglesia y el Estado cubanos, aperturas y cierres de diálogos entre ambos, silencios necesarios… también reclamos amorrados en tiempo de pronunciamientos imperiosos. Pero en él descubrimos la verdad de un corazón dispuesto a la comprensión y al diálogo sincero, creativo y libre.

Hay imágenes suyas que son parte de la historia de la Iglesia en Cuba. Quizás la más recurrente sea aquella donde aparece en el Aula Magna de la Universidad de La Habana en ocasión de la visita a la Isla del Papa San Juan Pablo II. Estuvo allí, en primera fila, con el orgullo y la humildad de quien se sabe parte de la familia fundadora de esa institución: la Orden de Predicadores.

Justo en ese pasado fundacional, que ubica a esta comunidad religiosa como promotora de la educación en Cuba, hallan los dominicos de hoy la savia inspiradora para readaptar su carisma a los nuevos tiempos. De ese deseo celosamente soñado, nacieron el Aula y el Centro Fray Bartolomé de Las Casas, como espacios de formación, encuentro, diálogo y promoción de la persona humana. Quizás sea esa la razón por la que a muchos se nos antoje ver al padre Uña en el púlpito del Aula Fray Bartolomé de las Casas, como si de alguna forma su figura se integrase a la pintura de fondo, la cual muestra la imagen del fraile dominico que defendió la libertad y la dignidad del indio, y denunció el carácter injusto de la guerra y la conquista.

Refiriéndose a esta iniciativa que ya suma años y prestigio, el padre Manuel Uña dijo en una ocasión: “El Centro y el Aula son una plataforma de formación y cultura, pero sobre todo de diálogo con el mundo universitario y con toda persona que ame y busque la verdad. De esta manera, los dominicos en Cuba […] acompañamos las necesidades que tiene nuestro pueblo de un crecimiento intelectual, de poder responder a las preguntas que nos hacen los tiempos nuevos, tratamos de crear espacios de admisión y diálogo con los que piensan diferente tanto política, religiosa, como socialmente. Apostamos por un horizonte nuevo que abra espacios para una sociedad mejor que incluya a todos y en donde todos puedan ser partícipes y creadores de su propio destino”.

Cubano al fin, aunque nacido en otra tierra, nuestro padre Uña ha peregrinado junto a la Virgen de la Caridad del Cobre, ha tenido el privilegio de recibir a tres pontífices, se ha regocijado, a corazón lleno, con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.UU., y ha sufrido, por tanto, los sucesos y posturas que, posteriormente las han obstaculizado.

Los últimos acontecimientos nos lo han presentado, primero, como confesor durante quince años del cardenal Jaime Ortega Alamino y, segundo, como guía espiritual y amigo cercano de Eusebio Leal Spengler, Historiador de La Habana, ambos fallecidos. Con sincera humildad, el padre Manuel Uña agradeció públicamente a Dios el haberle permitido caminar en compañía de estos dos buenos cubanos. La relevancia pública de ambas figuras, sacó a la luz la silenciosa misión de este sacerdote que escucha y asiste a quienes, en medio de dificultades, noches oscuras, enfermedad…, precisen de su cercanía.

Para nuestro querido padre Uña, su vida en Cuba, “en esta patria querida”, ha sido una vida entre dos luces. “Una luz es la comunidad de Letrán, donde he vivido, y la otra luz son las personas con las que me he encontrado. Vivir y encontrar articulan una misma historia, vivimos para encontrar y encontramos viviendo. Venir a Cuba ha sido un regalo de Dios, que se confirmó especialmente cuando pude celebrar mis cincuenta años como sacerdote con la comunidad de San Juan de Letrán y me encontré con el templo lleno de personas creyentes, y de otros que dicen no creer pero que son creíbles. En ese momento pude percibir que este pueblo, al que tanto quiero y que he acompañado, celebraba conmigo la fidelidad a mi ministerio, lo que ha sido una inconmensurable muestra del cariño de los cubanos. Nunca pensé lo que Cuba me iba a regalar a mí”.

Querido padre, usted no imagina cuánto le ha regalado a Cuba. Gracias. Ω

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