Querido Urbano: ¡hasta siempre! Querido Urbano: ¡¿hasta pronto?! Urbano Valero, el hombre que siempre estuvo en su sitio
Necesario reconocimiento a un jesuita cuya aportación ha sido esencial en las últimas décadas
"La Comunidad de Salamanca necesitará tiempo para digerir el vacío que dejas en la casa. Y la Provincia de España. Y muchas Congregaciones Religiosas que tenían en ti su valedor y consejero. Y yo, más que nadie"
"Ningún jesuita español ha desempeñado el papel que te ha tocado desempeñar a ti"
"Ningún jesuita español ha desempeñado el papel que te ha tocado desempeñar a ti"
| Melecio Agúndez
Infosj.- El P. Antoine Kerhuel, secretario de la Compañía de Jesús, ha escrito una carta a toda la Compañía en el mundo, con motivo del fallecimiento de Urbano Valero. Dicha carta es un necesario reconocimiento a un jesuita cuya aportación ha sido esencial en las últimas décadas. Aprovechamos ese reconocimiento para tomar prestadas las palabras de Melecio Agúndez en su funeral, y disfrutar con la memoria, la amistad y la hondura de quienes recorren juntos caminos de toda una vida.
«Querido Urbano:
No sé si en tu más allá tenéis ordenadores y móviles. Los de aquí, ayer echaban humo: «pero ¿qué ha pasado?, ¿cómo ha sido?, ¡si le vimos la semana pasada todo rozagante!...». Pues sí, pero… mire Vd.: ¡¡ha sido!!, ¡¡ha pasado!!
Primero era, pues, una sorpresa general.
Pero viene luego un panegírico no menos generalizado: una especie de plebiscito espontáneo: no puedes imaginarte las cosas que dicen de ti: la gran persona que has sido, el papel que has desempeñado en la Compañía toda, pero sobre todo en la española…
A mí -por qué te lo voy a negar- me saben a gloria esos piropos. Entre otros motivos porque pienso -aunque a más de uno le pueda extrañar- que si exceptuamos al General, P. Arrupe, en el último tercio del siglo XX y en la primera década del XXI, dentro del ámbito de la Compañía española y, en ciertos aspectos, incluso de la universal, ningún jesuita español ha desempeñado el papel que te ha tocado desempeñar a ti. Y por supuesto, ningún jesuita español ha tenido que lidiar los morlacos que a ti te han caído en suerte o en desgracia. Y yo pienso que en todas esas lidias, has superado la faena con trofeo.
Sé que esta afirmación te hará enrojecer no poco. Como te sucedió en la CG XXXIV (1995) con aquella ocurrencia de los holandeses: ¿lo recuerdas? Pues sí: era la última sesión de aprobación de las Normas Complementarias [=la puesta al día de las Constituciones de S. Ignacio]. El Pleno de la Congregación daba el Vº Bº a la totalidad del largo y sesudo documento elaborado durante meses por la Comisión que tú presidías por encargo del P. Kolvenbach.
Urbano Valero nos descubrió una gran familia ignaciana con una misión compartida. Sus libros sobre la historia de los hombres y mujeres «contemplativos en la acción», serán siempre memoria viva.
— Grupo de Comunicación Loyola (@LoyolaGC) 27 de mayo de 2019
Hoy, Urbano, descansa en los brazos del Padre. ¡Gracias por su vida!🙏 pic.twitter.com/B3WR9Bqp9z
También esta última sesión la dirigías tú. Al dar el VºBº, el Pleno rompió en un aplauso cerrado. Y de repente, alguien se acerca al estrado con un ramo de diez rosas: las diez partes de las Constituciones de S. Ignacio; las diez partes de las Normas Complementarias de tu Comisión. Y ese ramo lo ponen en tus manos… Y allí estás tú con un ramo de diez rosas holandesas: sorprendido, confundido, aturdido…. Todo el mundo aplaudiendo y tú mirándote a las manos. Eso sí, tuviste reflejos para depositarlo al pie de la estatua de S. Ignacio que presidía la Congregación mientras el Pleno estallaba en otro aplauso prolongado. Lo depositaste a los pies de S. Ignacio, pero más rojo que un tomate. Y es que el teatro -el teatro con minúscula-, aunque sea espontáneo, seguro, no es lo tuyo.
Sí fue «lo tuyo», en cambio, otra cosa. Hubo gente que no entendía que el jurista Urbano Valero pudiera ser algo distinto al frío, milimétrico, definidor de normas y conceptos. Ahora resulta que -¡y sigue el plebiscito espontáneo!- ayer mismo, una persona que te quiere y a la que tú también apreciabas mucho, colaboradora de tus enrevesados tiempos del primer establecimiento de la Pontificia en Canto Blanco, me decía por teléfono, hecha un mar de lágrimas: «Urbano Valero siempre sabía estar en su sitio». Resulta, pues, que además de definidor exacto, has sido también consejero cálido, cercano, acogedor, empático.
Esto son algunos de los recuerdos que nos deja tu marcha. La Comunidad de Salamanca necesitará tiempo para digerir el vacío que dejas en la casa. Y la Provincia de España. Y muchas Congregaciones Religiosas que tenían en ti su valedor y consejero. Y yo, más que nadie, sabes que te echaré mucho de menos. Han sido casi 76 años de remar en la misma barca, aunque cada uno en distinta bancada. Más cuatro de propina inicial en Carrión: 80 años no se borran así como así en un inesperado mutis por el foro.
Pero, lo que importa ahora -y es lo que quería decirte en esta despedida- es que, según ese panegírico general y ese plebiscito espontáneo, tienes todo el derecho del mundo, a hacer tuyas, aquellas sinceras, aunque atrevidas, palabras de S. Pablo: «En cuanto a mí… he peleado la noble pelea, he terminado la carrera, he mantenido la fe. Solo me espera la corona de la justicia que el Señor, como justo juez, me entregará aquel día».
Para ti, aquel día ha sido -es- ya este día.
«Querido Urbano: ¡hasta siempre!
Querido Urbano: ¡¿hasta pronto?!»
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