"Me llama la atención la llamada 'crisis' del Sacramento de la Penitencia" El amor incondicional de Dios (I)
"Nada que ver el Dios de Pío XII con el Dios de Francisco. ¡Qué diferente resulta el mismo amor de Dios en Pío XII y en Francisco!"
"El Dios del papa teólogo, Benedicto XVI, como el de todos los teólogos, es el facedor de piruetas en el aire, como los trapecistas, por muy conservadores que sean"
"Y desde hace unos años, cuando pienso en los sacramentos, pienso en la falta de vocaciones sacerdotales, que, para una Iglesia tan sacramental como es la católica y con un “papel” tan determinante de los sacerdotes en los siete sacramentos, puede resultar más que preocupante"
"Me llama igualmente la atención la llamada “crisis” del Sacramento de la Penitencia, que lleva a que la gente ya no se confiese, y más aún, que en muchas iglesias hayan desaparecido los confesionarios"
"Y desde hace unos años, cuando pienso en los sacramentos, pienso en la falta de vocaciones sacerdotales, que, para una Iglesia tan sacramental como es la católica y con un “papel” tan determinante de los sacerdotes en los siete sacramentos, puede resultar más que preocupante"
"Me llama igualmente la atención la llamada “crisis” del Sacramento de la Penitencia, que lleva a que la gente ya no se confiese, y más aún, que en muchas iglesias hayan desaparecido los confesionarios"
No soy teólogo, que bastante entretenimiento ya tengo y tuve con lo de ser jurista. Cansado estoy de tener la cabeza ocupada con tanta Ley Hipotecaria y tantos códigos memorizados, el Civil y Penal, y resulta que ahora, de entre los derechos, me interesa el más divino, que los ruidos de los humanos (derechos) ya me aburren. Eso explica mi afición por ese Derecho tan divino que es el Canónico, el cual, a veces, es inevitablemente ruidoso, aunque mucho menos, pues estudiarlo es como meditar caminando en un claustro de monjas de clausura, pías ellas, muy pías, como pajaritos del pio, pio. Esto último no lo compartirá el obispo Satué, el canonista de Teruel.
Hay temas que permiten que lo literario se adorne con tropos de arte, con la ironía, jugando risueño entre escándalos. Así, denunciar las majaderías de un obispo puede ser de risa, tal como mi artículo Un obispo vestido de azul); también denunciar la gerontocracia vaticana puede hacerse sonriendo, con ironía, caso de mi artículo La Misa del cardenal Juan Bautista Re. Todo eso, teniendo en cuenta el “mal café” del papa Francisco, que no precisa mucho café para ponerse mal o malo. Y a mí que me registren, que no soy clérigo.
El título del presente artículo no admite florituras, si bien dijo Ratzinger la última vez que estuvo en España, que a Dios también le gustan las sonrisas. Y aprovecho para indicar que es muy interesante lo de Dios y los papas, asunto que siempre me preocupó. Cada Papa tiene su versión sobre Dios; es “como Dios a su modo”; cree en Dios a su manera o a la carta. Nada que ver el Dios de Pío XII con el Dios de Francisco. ¡Qué diferente resulta el mismo amor de Dios en Pío XII y en Francisco!
El Dios de los juristas papas (Pío XII, acaso también San Pablo VI), muy predecibles y siempre con los pies en el suelo, aunque jueguen en el aire con pelotas o platillos, es diferente al Dios de los papas pastores (San Juan XXIII y Francisco), impredecibles y con afán de convocar Concilio, uno, o Sínodo, el otro, para lo mismo: la revolución y el cabreo de los tradicionalistas.
Es muy de Francisco el título de este artículo. También es muy de Francisco predicar lo siguiente, con o sin penitencia, con o sin confesión: “Todos nosotros somos un pueblo de pecadores perdonados, las dos cosas, pecadores y perdonados, siempre necesitados de volver a la fuente que es Jesús y emprender de nuevo los caminos de Jesús” (Homilía en la Misa de apertura de la Asamblea Sinodal el 4 de octubre de 2023).
El Dios del papa teólogo, Benedicto XVI, como el de todos los teólogos, es el facedor de piruetas en el aire, como los trapecistas, por muy conservadores que sean. Y es normal que un papa teólogo, caso de Benedicto XVI, hiciera esa gran pirueta en las alturas, que fue renunciar a seguir ejerciendo el Ministerio de San Pedro. Dicen que otra pirueta en el trapecio fue nombrar a Georg Gänswein prefecto de la Casa Pontificia, que es cargo de la Curia romana. ¡Lo nunca visto, ni con San Juan Pablo II!
La primera pirueta, la de la renuncia, la vio venir, el cardenal Sodano en una mañana de la primavera del año 2005, siendo conocedor de las fragilidades del Pontífice de Baviera; el mismo cardenal que, acaso por inspiración de San Ambrosio, quedó helado al saber, una tarde en la casi primavera del año 2013, que el revolucionario Bergoglio era Papa. Y de nada sirvieron las advertencias, antes del Cónclave, de Angelo Sodano a Juan Bautista Re, que, vicedecano del Colegio cardenalicio, presidió el último Cónclave, no pudiendo él primero, siendo Decano, asistir por razón de sus muchos años, más de ochenta.
“El amor incondicional de Dios” se escribe en la carta que el cardenal Víctor Manuel Fernández contestó a un obispo de Brasil, en respuesta a la pregunta sobre la participación, en los sacramentos del bautismo y matrimonio, de personas transexuales y homoafectivas. El Papa firmó esa carta, para dar más autoridad (de augeo), el pasado 31 de octubre y a manera de precedente de lo que vendrá cuando termine el Sínodo en el año 2024, en octubre (¡Dios guarde al Papa!).
De esa carta me interesa el siguiente párrafo:
"Así pues, aunque subsistan dudas sobre la situación moral objetiva de una persona o sobre su persona o sobre sus disposiciones subjetivas hacia la gracia, no hay que olvidar nunca este aspecto de la fidelidad del amor incondicional de Dios, capaz de generar incluso con el pecador una alianza irrevocable, siempre abierta a un desarrollo también imprevisible. Esto es verdad incluso cuando el propósito de enmienda no aparece de modo plenamente manifiesto en el penitente, porque a menudo la previsibilidad de una nueva caída no socava la autenticidad del propósito".
Comentar ese texto, asunto muy importante, requiere aclaraciones previas; que el autor, de alguna manera se explique, teniendo en cuenta aspectos vitales y experiencias importantes, pues no parecen valer exclusivamente los planteamientos teóricos, sino también los prácticos, lo que pudiéramos llamar “trabajo de campo” y con la gente.
Recuerdo, teniendo diecisiete años, las interesantes explicaciones del profesor de Derecho Penal, don Fabio Suárez Montes, sobre la Teoría General del Delito, explicando en último lugar la punibilidad o penalidad, las teorías y finalidades de las penas, como elemento del delito cometido. También recuerdo las reflexiones sobre el aspecto retributivo de la pena (punitur quia peccatum est) y el aspecto preventivo (punitur ut ne peccatur). Mas tarde estudiaría lo de la reeducación y la reinserción social de la pena en la Constitución de 1978 (artículo 25) y lo declarado en la Exposición de Motivos del Código Penal, el llamado de la Democracia, en 1995.
Vi imponer penas con las que manifesté mi total y radical desacuerdo, y más tarde aún, ya magistrado, contribuí a su imposición por razones de derecho y de justicia. Creo, pues, que mi bagaje en teoría y práctica de “penología” es grande. Y mi condición de bachiller, en un colegio religioso y en el llamado “nacionalcatolicismo”, mucho antes de los diecisiete años, me instruyó en las angustias y terrores del Sacramento de la Penitencia, con confesiones semanales y contriciones incompletas ante el terrible mandamiento del “No cometerás actos impuros”, mandamiento imposible en la adolescencia. Por lo escrito en este párrafo y por lo escrito en el anterior, exclamo: ¡cómo no ser comprensivo ante el perdón, teniendo en cuenta que Dios, además, es amor, “amor incondicional”, el de Dios, según Francisco!
Y desde hace unos años, cuando pienso en los sacramentos, pienso en la falta de vocaciones sacerdotales, que, para una Iglesia tan sacramental como es la católica y con un “papel” tan determinante de los sacerdotes en los siete sacramentos, puede resultar más que preocupante. Es llamativo que sea el sacramento del matrimonio el único en el que el sacerdote no es el ministro, y que lo sean los contrayentes, siendo sólo testigo, aunque cualificado. Y aquí, para examinar la “clericalización” de los sacramentos, animo a los lectores y lectoras a que lean los cánones del Código de Derecho canónico, del 840 al 1165, inclusive.
De lectura interesante lo que se escribe en el Codex sobre la importancia sacramental del sacerdocio ministerial o presbítero consagrado. A él se dedican muchos artículos: “del ministro del Bautismo”, “del ministro de la Confirmación”, “del ministro de la santísima Eucaristía”, “del ministro del sacramento de la Penitencia”, “del ministro de la Unción de los Enfermos”, “de la celebración y ministro de la Ordenación”, y “de la forma de celebrar el matrimonio.” Es aconsejable también leer los números 1210 al 1666 del Catecismo de la Iglesia católica.
Y la cada vez más grave falta de sacerdotes en Europa, tan vitales por la sacramentalidad de la Iglesia y tan importantes ellos en ella y ella en ellos, me lleva al recuerdo de Lutero, monje agustino alemán, que únicamente reconoció dos sacramentos: el bautismo y la eucaristía, y que con tanta radicalidad negó la condición de intermediario entre Dios y los hombres a los clérigos tan importantes en la Iglesia católica. Estando muy interesado por la reforma luterana en el ámbito del Derecho Público, hace años estudié el libro Consecuencias político-jurídicas del protestantismo. A los 500 años de Lutero, editado por Marcial Pons, en 2016.
En la página 53, Juan Fernando Segovia, de la Universidad de Mendoza, escribe en referencia al protestantismo: ”La salvación viene sólo de la fe revelada por el Evangelio; que el reino de la fe no lo es de la razón, que todas las personas están directamente y por sí mismas delante de Dios, no dependiendo de clérigos ni de instituciones que aleguen mediación divina”. El Concilio de Trento, entre 1545 y 1563, hace ya muchísimos años, respondió con contundencia, acaso excesiva. Se verá pronto, dentro de un año definitivamente.
Me llama igualmente la atención la llamada “crisis” del Sacramento de la Penitencia, que lleva a que la gente ya no se confiese, y más aún, que en muchas iglesias hayan desaparecido los confesionarios, y como restos o trastes de pasados tiempos, se conservan en catedrales confesionarios con formas barrocas, como de la Contra-Reforma, útiles únicamente para la admiración artística. Y cuando a mi párroco le pido que me confiese, me califica de extravagante, por querer ser yo lo que el Papa dice: Pecador y perdonado.
Y aprovecho para decir que me puedo permitir el lujo de confesarme, pues estoy en regla con todos los sacramentos laicales, incluso con el del matrimonio, al haberme casado una vez y seguir casado. No preciso, pues, prevaricar o hacer prevaricar a los jueces eclesiásticos en petición de nulidad matrimonial para volverme a casar, como de nuevas, en la catedral diocesana tratando de aparentar. Y esa situación me da libertad para opinar, no estando motivado por otros intereses.
Continuará.
Etiquetas