La revolución ocultada de la Doctrina Social de la Iglesia: Memoria de la Centesimus Annus y Laudato SI
Estamos celebrado los aniversarios, respectivos, de las encíclicas Centesimus Annus (CA-1.991) de San Juan Pablo II, que a su vez conmemoraba los cien años de Doctrina Social de la Iglesia (DSI) con la RN de León XIII, y Laudato SI (LS-2.015) del Papa Francisco. Dos documentos que constituyen esta DSI y que, como nos muestran estos Papas, es una auténtica revolución sociocultural del amor, de la alegría y de la ternura solidaria-liberadora con los pobres de la tierra. Como se ha repetido hasta la saciedad, esta enseñanza social de la iglesia es el tesoro mejor escondido u oculto de la fe. Y se ha ocultado, llegando hasta la manipulación de sus textos, porque a los poderes de todo tipo, con sus integrismos o relativismos, no les interesa que salga a la luz dicha DSI. Ya que si se difundiera y aplicara en la vida social, estos interés, privilegios e injusticias de los poderosos y ricos: terminarían; se iría estableciendo la fraternidad solidaria, la paz y la justicia social-global con los pobres de la tierra. La justicia ecológica y el desarrollo sostenible e integral. Frente a toda opresión y exclusión, desigualdad e injusticia en forma de hambre y miseria, pobreza y marginación social, paro y explotación laboral- incluida la esclavitud infantil-, guerras, destrucción ecológica u otros ataques a la vida como es el aborto y la eutanasia.
Este ocultamiento y tergiversación de la DSI fue paradigmático, por ejemplo, en la CA. Se manipuló un pasaje de la encíclica, el n. 42, sacándolo del contexto y mensaje global de la CA. Se quiso hacer pasar al Papa y a la DSI como que apoyaban, justificaban el capitalismo con sus desigualdades e injusticias. Nada más lejos de la realidad. Se intentan mezclar cosas como que la iglesia y el Papa acepta la economía de libre mercado, que es cierto. Confundiendo esta libertad económica con el capitalismo, que son dos realidades distintas. Y que el mismo Papa, en dicho n. 42 de la CA, se resiste a hacer eso, el confundir e identificar capitalismo con economía libre. En este celebre n. 42, al final del mismo, Juan Pablo II crítica y se opone igualmente al fundamentalismo de la ideología del capitalismo, con su fanatismo del mercado que lo erige en ídolo. Con su individualismo posesivo, con su fundamentalismo e integrismo del mercado y del capital convertidos en falsos dioses, el liberalismo económico y el capitalismo se oponen frontalmente a que la economía, las finanzas y la empresa o el trabajo estén enraizadas en la ética, orientadas por la justicia social, global y ecológica.
Este rechazo al control y regulación ética, social y civil-política de la economía y de los mercados, que constantemente impone el capitalismo, ha causado toda esta desigualdad e injusticia social-global y ecológica. Como nos muestra el Papa, es el integrismo “de tipo capitalista” que “de forma fideísta, confía su solución al libre desarrollo de las fuerzas de mercado” (CA 42). Al igual que nos enseña hoy el Papa Francisco, “la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación” (LS 189). De esta forma, la economía financiera especulativa y usurera es inmoral, con sus créditos e intereses que son abusivos, usureros, nada éticos . Lo cual nos ha metido en esta inmoral crisis. Y debe dejar paso a unos créditos morales y justos, a unas empresas y finanzas-banca ética, a una economía real, que sirva al trabajo, al empleo y al desarrollo integral. Tal como ya manifestaba León XIII (RN 1) y nos enseña Juan Pablo II (CA 43).
Aunque haya fracasado y caído el comunismo colectivista, que según el Papa no es más que un capitalismo de estado (cf. CA 35), en esta encíclica Juan Pablo II no acepta tampoco al capitalismo como vencedor o alternativa. Ya que sigue imponiendo la dominación e injusticia sobre las personas y países empobrecidos. Nos enseña el Papa: “queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deja al capitalismo como único modelo de organización económica. Hay que romper las barreras y los monopolios que colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos —individuos y naciones— las condiciones básicas que permitan participar en dicho desarrollo” (CA 35).
El capitalismo es inhumano, impone las cosas sobre las personas y margina a los pobres. Tal como subraya Juan Pablo II, “las carencias humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, están lejos de haber desaparecido; es más, para los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido la del saber y de conocimientos, que les impide salir del estado de humillante dependencia” (CA 33). Al igual que el materialismo ideológico del comunismo colectivita, es el materialismo economicista y práctico del capitalismo que cosifica y mercantiliza todo. De ahí que lo moral sea luchar, en la paz y la justicia, contra el sistema capitalista. Es “justamente la lucha contra un sistema económico, entendido como método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre” (CA 35). El Papa Juan Pablo II ha ido al fondo del espíritu y antropología liberal-burguesa del capitalismo, que antepone el individualismo y el beneficio a la vida, dignidad y protagonismo del ser humano. Esta libertad burguesa y deformada del individualismo liberal-posesivo, que constituye al capitalismo, choca de frente: con la sociabilidad y libertad espiritual del ser humano; con la ética solidaria e integral que realmente libera la persona. Como se observa, el corazón egolátrico del liberalismo y del capitalismo, con su individualismo posesivo e insolidario, se oponen a la antropología moral, espiritual y cristiana (cf. CA 33, 35 y 42).
De esta forma, en contra de una de las entrañas perversas del liberalismo económico y del capitalismo, el mercado tiene que ser controlado, regulado por el estado y, en especial, por la sociedad civil. En la búsqueda de ese bien común y la justicia social. El mercado debe “ser controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad” (CA 35) “Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los simples mecanismos de mercado. Así como en tiempos del viejo capitalismo el Estado tenía el deber de defender los derechos fundamentales del trabajo, así ahora con el nuevo capitalismo el Estado y la sociedad tienen el deber de defender los bienes colectivos que, entre otras cosas, constituyen el único marco dentro del cual es posible para cada uno conseguir legítimamente sus fines individuales” (CA 40). Tal como expresa otro principio básico de la DSI, la subsidiariedad, valor esencial para una verdadera democracia.
En este sentido, en contra de la esencia inmoral de este liberalismo y del capitalismo, el destino universal de los bienes está por encima de la propiedad privada, que es para todos y tiene un carácter social. Tal como nos enseña ya el Vaticano II (GS 69). En la LS, el Papa Francisco hace memoria y actualiza toda esta enseñanza de Juan Pablo II. “Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social» (LE 14). La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (CA 31). Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos» (SRS 33). Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado». Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos». Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad” (LS 93).
En contra de todo intelectualismo e individualismo paternalista que no van a las causas e injusticias de la pobreza, frente a los ídolos de la riqueza, del ser rico y del poder. Y como nos enseña Juan Pablo II, “hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna… De esta conciencia deriva también su opción preferencial por los pobres….El amor de la Iglesia por los pobres, que es determinante y pertenece a su constante tradición, la impulsa a dirigirse al mundo en el cual, no obstante el progreso técnico-económico, la pobreza amenaza con alcanzar formas gigantescas… El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia. Ésta nunca podrá realizarse plenamente si los hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a alguien inoportuno o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor. Sólo esta conciencia dará la fuerza para afrontar el riesgo y el cambio implícitos en toda iniciativa auténtica para ayudar a otro hombre. En efecto, no se trata solamente de dar lo superfluo, sino de ayudar a pueblos enteros —que están excluidos o marginados— a que entren en el círculo del desarrollo económico y humano. Esto será posible no sólo utilizando lo superfluo que nuestro mundo produce en abundancia, sino cambiando sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad” (CA 57-58).
En este sentido, se realiza “el encuentro entre la Iglesia y el Movimiento obrero, nacido como una reacción de orden ético y concretamente cristiano contra una vasta situación de injusticia… La conciencia obrera, que ponen de manifiesto una exigencia de justicia y de reconocimiento de la dignidad del trabajo, conforme a la doctrina social de la Iglesia. El Movimiento obrero desemboca en un movimiento más general de los trabajadores y de los hombres de buena voluntad, orientado a la liberación de la persona humana y a la consolidación de sus derechos… A quienes hoy día buscan una nueva y auténtica teoría y praxis de liberación, la Iglesia ofrece no sólo la doctrina social y, en general, sus enseñanzas sobre la persona redimida por Cristo, sino también su compromiso concreto para combatir la marginación y el sufrimiento… Lleva a reafirmar la positividad de una auténtica teología de la liberación humana integral” CA 35. Terminamos pues dando las gracias a Dios, a su iglesia y a estos Papas por todo este tesoro de la DSI. Lo que nos debe llevar a todo este compromiso solidario y liberador por la justicia con los pobres de la tierra, frente a todo mal e injusticia, como es el capitalismo que domina actualmente nuestro mundo.
Este ocultamiento y tergiversación de la DSI fue paradigmático, por ejemplo, en la CA. Se manipuló un pasaje de la encíclica, el n. 42, sacándolo del contexto y mensaje global de la CA. Se quiso hacer pasar al Papa y a la DSI como que apoyaban, justificaban el capitalismo con sus desigualdades e injusticias. Nada más lejos de la realidad. Se intentan mezclar cosas como que la iglesia y el Papa acepta la economía de libre mercado, que es cierto. Confundiendo esta libertad económica con el capitalismo, que son dos realidades distintas. Y que el mismo Papa, en dicho n. 42 de la CA, se resiste a hacer eso, el confundir e identificar capitalismo con economía libre. En este celebre n. 42, al final del mismo, Juan Pablo II crítica y se opone igualmente al fundamentalismo de la ideología del capitalismo, con su fanatismo del mercado que lo erige en ídolo. Con su individualismo posesivo, con su fundamentalismo e integrismo del mercado y del capital convertidos en falsos dioses, el liberalismo económico y el capitalismo se oponen frontalmente a que la economía, las finanzas y la empresa o el trabajo estén enraizadas en la ética, orientadas por la justicia social, global y ecológica.
Este rechazo al control y regulación ética, social y civil-política de la economía y de los mercados, que constantemente impone el capitalismo, ha causado toda esta desigualdad e injusticia social-global y ecológica. Como nos muestra el Papa, es el integrismo “de tipo capitalista” que “de forma fideísta, confía su solución al libre desarrollo de las fuerzas de mercado” (CA 42). Al igual que nos enseña hoy el Papa Francisco, “la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación” (LS 189). De esta forma, la economía financiera especulativa y usurera es inmoral, con sus créditos e intereses que son abusivos, usureros, nada éticos . Lo cual nos ha metido en esta inmoral crisis. Y debe dejar paso a unos créditos morales y justos, a unas empresas y finanzas-banca ética, a una economía real, que sirva al trabajo, al empleo y al desarrollo integral. Tal como ya manifestaba León XIII (RN 1) y nos enseña Juan Pablo II (CA 43).
Aunque haya fracasado y caído el comunismo colectivista, que según el Papa no es más que un capitalismo de estado (cf. CA 35), en esta encíclica Juan Pablo II no acepta tampoco al capitalismo como vencedor o alternativa. Ya que sigue imponiendo la dominación e injusticia sobre las personas y países empobrecidos. Nos enseña el Papa: “queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deja al capitalismo como único modelo de organización económica. Hay que romper las barreras y los monopolios que colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos —individuos y naciones— las condiciones básicas que permitan participar en dicho desarrollo” (CA 35).
El capitalismo es inhumano, impone las cosas sobre las personas y margina a los pobres. Tal como subraya Juan Pablo II, “las carencias humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, están lejos de haber desaparecido; es más, para los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido la del saber y de conocimientos, que les impide salir del estado de humillante dependencia” (CA 33). Al igual que el materialismo ideológico del comunismo colectivita, es el materialismo economicista y práctico del capitalismo que cosifica y mercantiliza todo. De ahí que lo moral sea luchar, en la paz y la justicia, contra el sistema capitalista. Es “justamente la lucha contra un sistema económico, entendido como método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre” (CA 35). El Papa Juan Pablo II ha ido al fondo del espíritu y antropología liberal-burguesa del capitalismo, que antepone el individualismo y el beneficio a la vida, dignidad y protagonismo del ser humano. Esta libertad burguesa y deformada del individualismo liberal-posesivo, que constituye al capitalismo, choca de frente: con la sociabilidad y libertad espiritual del ser humano; con la ética solidaria e integral que realmente libera la persona. Como se observa, el corazón egolátrico del liberalismo y del capitalismo, con su individualismo posesivo e insolidario, se oponen a la antropología moral, espiritual y cristiana (cf. CA 33, 35 y 42).
De esta forma, en contra de una de las entrañas perversas del liberalismo económico y del capitalismo, el mercado tiene que ser controlado, regulado por el estado y, en especial, por la sociedad civil. En la búsqueda de ese bien común y la justicia social. El mercado debe “ser controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad” (CA 35) “Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los simples mecanismos de mercado. Así como en tiempos del viejo capitalismo el Estado tenía el deber de defender los derechos fundamentales del trabajo, así ahora con el nuevo capitalismo el Estado y la sociedad tienen el deber de defender los bienes colectivos que, entre otras cosas, constituyen el único marco dentro del cual es posible para cada uno conseguir legítimamente sus fines individuales” (CA 40). Tal como expresa otro principio básico de la DSI, la subsidiariedad, valor esencial para una verdadera democracia.
En este sentido, en contra de la esencia inmoral de este liberalismo y del capitalismo, el destino universal de los bienes está por encima de la propiedad privada, que es para todos y tiene un carácter social. Tal como nos enseña ya el Vaticano II (GS 69). En la LS, el Papa Francisco hace memoria y actualiza toda esta enseñanza de Juan Pablo II. “Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social» (LE 14). La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (CA 31). Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos» (SRS 33). Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado». Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos». Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad” (LS 93).
En contra de todo intelectualismo e individualismo paternalista que no van a las causas e injusticias de la pobreza, frente a los ídolos de la riqueza, del ser rico y del poder. Y como nos enseña Juan Pablo II, “hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna… De esta conciencia deriva también su opción preferencial por los pobres….El amor de la Iglesia por los pobres, que es determinante y pertenece a su constante tradición, la impulsa a dirigirse al mundo en el cual, no obstante el progreso técnico-económico, la pobreza amenaza con alcanzar formas gigantescas… El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia. Ésta nunca podrá realizarse plenamente si los hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a alguien inoportuno o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor. Sólo esta conciencia dará la fuerza para afrontar el riesgo y el cambio implícitos en toda iniciativa auténtica para ayudar a otro hombre. En efecto, no se trata solamente de dar lo superfluo, sino de ayudar a pueblos enteros —que están excluidos o marginados— a que entren en el círculo del desarrollo económico y humano. Esto será posible no sólo utilizando lo superfluo que nuestro mundo produce en abundancia, sino cambiando sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad” (CA 57-58).
En este sentido, se realiza “el encuentro entre la Iglesia y el Movimiento obrero, nacido como una reacción de orden ético y concretamente cristiano contra una vasta situación de injusticia… La conciencia obrera, que ponen de manifiesto una exigencia de justicia y de reconocimiento de la dignidad del trabajo, conforme a la doctrina social de la Iglesia. El Movimiento obrero desemboca en un movimiento más general de los trabajadores y de los hombres de buena voluntad, orientado a la liberación de la persona humana y a la consolidación de sus derechos… A quienes hoy día buscan una nueva y auténtica teoría y praxis de liberación, la Iglesia ofrece no sólo la doctrina social y, en general, sus enseñanzas sobre la persona redimida por Cristo, sino también su compromiso concreto para combatir la marginación y el sufrimiento… Lleva a reafirmar la positividad de una auténtica teología de la liberación humana integral” CA 35. Terminamos pues dando las gracias a Dios, a su iglesia y a estos Papas por todo este tesoro de la DSI. Lo que nos debe llevar a todo este compromiso solidario y liberador por la justicia con los pobres de la tierra, frente a todo mal e injusticia, como es el capitalismo que domina actualmente nuestro mundo.