Ética biopolítica y justicia que brota de la fe
En estos tiempos que vivimos de confusión e individualismo posesivo. Con falta de cultura y de formación e integrismos o relativismo diversos, cada vez es más importante tener claro los principios, los valores para orientarnos en la vida pública y política. Esto, para un creyente y católico es especialmente importante. Ya que la fe tiene un constitutivo carácter social, público y político, la esencial caridad política. La fe que se realiza en la caridad universal y socio-política, promueve el compromiso por el bien común. En la civilización del amor y la justicia con los pobres de la tierra, en la defensa de la vida y dignidad de la persona.Para llevar a la práctica estos valores y principios constitutivos, la iglesia ofrece a los creyentes, a toda persona de buena voluntad su moral y doctrina social de la iglesia (DSI). Frente a todo sesgo ideológico o sectarismo integrista, la iglesia enseña una moral global que orienta a la vida social y política en todas sus áreas; que promueve la vida de las personas en todas sus fases y dimensiones constitutivas. De esta forma, como nos transmite el Papa Francisco constantemente, la iglesia está en contra de la pena de muerte y de la guerra, tal como nos muestra claramente ya Juan Pablo II (EV 26, 56).
Frente a toda violencia, muerte y guerra, Juan Pablo II nos enseña: “¡Nunca más la guerra!». ¡No, nunca más la guerra!, que destruye la vida de los inocentes, que enseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, que deja tras de sí una secuela de rencores y odios, y hace más difícil la justa solución de los mismos problemas que la han provocado. Así como dentro de cada Estado ha llegado finalmente el tiempo en que el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley, así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional. No hay que olvidar tampoco que en la raíz de la guerra hay, en general, reales y graves razones: injusticias sufridas, frustraciones de legítimas aspiraciones, miseria o explotación de grandes masas humanas desesperadas, las cuales no ven la posibilidad objetiva de mejorar sus condiciones por las vías de la paz. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, existe también la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo. Y así como a nivel interno es posible y obligado construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el bien común, del mismo modo son necesarias también intervenciones adecuadas a nivel internacional. Por esto hace falta un gran esfuerzo de comprensión recíproca, de conocimiento y sensibilización de las conciencias “(CA 52)
Como se ve, en sintonía con lo que nos indican las ciencias como las sociales (la psicología, la sociología…) o hasta la misma neurociencia, el Papa y la DSI va la raíz de la guerra, de la violencia y de la muerte. Esto es, el no realizar la vida social y política desde la ética que promueve el bien común, el desarrollo humano e integral de las personas y pueblos, la vida, dignidad y derechos de los seres humanos. Cuando no se respeta esta política de la vida sagrada e inviolable de toda persona, cuando no se defiende la dignidad y la justicia con los pobres de la tierra, entonces aflora la violencia, la muerte e injusticia.
Por ello, la iglesia con el Papa Francisco, como nos enseña el Papa Juan Pablo II, está en contra de “todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador “ (EV 3).
Tal como observamos, en esta línea, el Papa Francisco y la DSI, como nos mostró ya el Vaticano II (GS) e igualmente Pablo VI (PP) o Benedicto XVI (CV), promueve toda está ética y biopolítica que lucha contra las desigualdades e injusticias que oprimen la vida digna de los trabajadores, de las mujeres y de los pobres o países empobrecidos; que destruyen las culturas y la ecología. Y para ello, para proteger esta vida y dignidad de las personas, para su desarrollo humano e integral, la moral y DSI nos da una serie de valores, principios y valores que orientan la vida social y política. Como son el destino universal de los bienes, la justa distribución de los recursos y bienes, que tiene la prioridad sobre el derecho de propiedad que no es sagrado ni inviolable. La propiedad tiene siempre este carácter social, y solo es moral si cumple está primer principio del destino común, universal de los bienes.
Como nos muestra Juan Pablo II, tal como lo ha recordado el Papa Francisco (LS 93), “hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social» (LE 14). La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (CA 31). Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos» (SRS 33)”.
En esta línea de una bioética política y ecología global e integral, como expone Juan Pablo II, un principio fundamental de la DSI es que el trabajo, la dignidad y derechos de la persona trabajadora, está por encima de capital, del beneficio y de la ganancia (LE 13). Y, por tanto, hay que asegurar otro valor o principio fundamental para la vida sociopolítica: el salario justo para el trabajador y su familia (LE 19). Cuando se niegan estos valores y principios, como acontece en la actualidad, se origina la causa principal del trabajo basura e indecente que niega la vida digna, el factor principal de la pobreza y de la miseria. Como nos transmite igualmente Benedicto XVI (CV 22, 63-64).
Por todo lo anterior, como nos enseña Juan Pablo II, la DSI “asume una actitud crítica tanto ante el capitalismo liberal como ante el colectivismo comunista” (SRS 21). Ya que deslegitima moralmente, por igual, al capitalismo y al colectivismo debido a su raíz materialista-economicista, que es inhumana e injusta (CA 34-35). Como nos enseña Benedicto XVI, estas dos ideologías que han dominado el mundo, tanto el capitalismo como el colectivismo son falsas ya que en el fondo rechazan la auténtica ética (Aparecida 4). Ya primero Pío XI (Q A28) y más tarde Pablo VI (PP 26) denunciaban y se oponían al capitalismo por su “imperialismo materialista-economicista del dinero y la riqueza”, tal como la denominó igualmente Juan Pablo II (SRS). Mostrando el “vicio profundo” y la “radical insuficiencia del sistema capitalista” (Pablo VI, Discurso a los empresarios, 1.964).
De esta forma, la DSI muestra toda esta fecundidad de la civilización amor. La belleza de las personas, matrimonios y familias entre el hombre y la mujer abierto a la vida, a los hijos y a la solidaridad que se comprometen por la libertad, como es la educación de los hijos, y la justicia con los pobres de la tierra. Estos principios y valores de la moral, de la DSI hacen posible esta vida digna y justa, la revolución del amor, de la ternura y de la alegría como nos enseñan los Papas.
Frente a toda violencia, muerte y guerra, Juan Pablo II nos enseña: “¡Nunca más la guerra!». ¡No, nunca más la guerra!, que destruye la vida de los inocentes, que enseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, que deja tras de sí una secuela de rencores y odios, y hace más difícil la justa solución de los mismos problemas que la han provocado. Así como dentro de cada Estado ha llegado finalmente el tiempo en que el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley, así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional. No hay que olvidar tampoco que en la raíz de la guerra hay, en general, reales y graves razones: injusticias sufridas, frustraciones de legítimas aspiraciones, miseria o explotación de grandes masas humanas desesperadas, las cuales no ven la posibilidad objetiva de mejorar sus condiciones por las vías de la paz. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, existe también la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo. Y así como a nivel interno es posible y obligado construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el bien común, del mismo modo son necesarias también intervenciones adecuadas a nivel internacional. Por esto hace falta un gran esfuerzo de comprensión recíproca, de conocimiento y sensibilización de las conciencias “(CA 52)
Como se ve, en sintonía con lo que nos indican las ciencias como las sociales (la psicología, la sociología…) o hasta la misma neurociencia, el Papa y la DSI va la raíz de la guerra, de la violencia y de la muerte. Esto es, el no realizar la vida social y política desde la ética que promueve el bien común, el desarrollo humano e integral de las personas y pueblos, la vida, dignidad y derechos de los seres humanos. Cuando no se respeta esta política de la vida sagrada e inviolable de toda persona, cuando no se defiende la dignidad y la justicia con los pobres de la tierra, entonces aflora la violencia, la muerte e injusticia.
Por ello, la iglesia con el Papa Francisco, como nos enseña el Papa Juan Pablo II, está en contra de “todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador “ (EV 3).
Tal como observamos, en esta línea, el Papa Francisco y la DSI, como nos mostró ya el Vaticano II (GS) e igualmente Pablo VI (PP) o Benedicto XVI (CV), promueve toda está ética y biopolítica que lucha contra las desigualdades e injusticias que oprimen la vida digna de los trabajadores, de las mujeres y de los pobres o países empobrecidos; que destruyen las culturas y la ecología. Y para ello, para proteger esta vida y dignidad de las personas, para su desarrollo humano e integral, la moral y DSI nos da una serie de valores, principios y valores que orientan la vida social y política. Como son el destino universal de los bienes, la justa distribución de los recursos y bienes, que tiene la prioridad sobre el derecho de propiedad que no es sagrado ni inviolable. La propiedad tiene siempre este carácter social, y solo es moral si cumple está primer principio del destino común, universal de los bienes.
Como nos muestra Juan Pablo II, tal como lo ha recordado el Papa Francisco (LS 93), “hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social» (LE 14). La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (CA 31). Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos» (SRS 33)”.
En esta línea de una bioética política y ecología global e integral, como expone Juan Pablo II, un principio fundamental de la DSI es que el trabajo, la dignidad y derechos de la persona trabajadora, está por encima de capital, del beneficio y de la ganancia (LE 13). Y, por tanto, hay que asegurar otro valor o principio fundamental para la vida sociopolítica: el salario justo para el trabajador y su familia (LE 19). Cuando se niegan estos valores y principios, como acontece en la actualidad, se origina la causa principal del trabajo basura e indecente que niega la vida digna, el factor principal de la pobreza y de la miseria. Como nos transmite igualmente Benedicto XVI (CV 22, 63-64).
Por todo lo anterior, como nos enseña Juan Pablo II, la DSI “asume una actitud crítica tanto ante el capitalismo liberal como ante el colectivismo comunista” (SRS 21). Ya que deslegitima moralmente, por igual, al capitalismo y al colectivismo debido a su raíz materialista-economicista, que es inhumana e injusta (CA 34-35). Como nos enseña Benedicto XVI, estas dos ideologías que han dominado el mundo, tanto el capitalismo como el colectivismo son falsas ya que en el fondo rechazan la auténtica ética (Aparecida 4). Ya primero Pío XI (Q A28) y más tarde Pablo VI (PP 26) denunciaban y se oponían al capitalismo por su “imperialismo materialista-economicista del dinero y la riqueza”, tal como la denominó igualmente Juan Pablo II (SRS). Mostrando el “vicio profundo” y la “radical insuficiencia del sistema capitalista” (Pablo VI, Discurso a los empresarios, 1.964).
De esta forma, la DSI muestra toda esta fecundidad de la civilización amor. La belleza de las personas, matrimonios y familias entre el hombre y la mujer abierto a la vida, a los hijos y a la solidaridad que se comprometen por la libertad, como es la educación de los hijos, y la justicia con los pobres de la tierra. Estos principios y valores de la moral, de la DSI hacen posible esta vida digna y justa, la revolución del amor, de la ternura y de la alegría como nos enseñan los Papas.