Jesucristo, Encarnación salvadora y moral liberadora
La Conferencia Episcopal Española ha realizado y presentando la Instrucción Pastoral “Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo”, sobre la persona de Cristo y su misión. Es un documento relevante, extenso y denso que trata las diversas realidades centrales de nuestra fe o de las materias teológicas. En este artículo, nos vamos a centrar en la aportación que puede hacer este documento a la ética y al carácter social, inspirado por la fe (cf. n. 13). Siguiendo al Vaticano II (cf. LG 9) y a la teología contemporánea, se nos presenta una antropología integral con el constitutivo carácter social de la fe y de la salvación, con su proyección ética (cf. nn. 6, 14).
Efectivamente, en la misma entraña del acontecimiento de Jesucristo, la Encarnación de Dios en el mundo e historia, se nos revela esta inherente dimensión social y moral del cristianismo. (cf. n. 8). El Dios encarnado en Jesucristo ha asumido toda la realidad humana, personal y espiritual, social e histórica para salvarla en el amor y en la justicia, liberándonos de todo mal y pecado, de toda muerte e injusticia (cf. nn. 7, 21, 24).
Toda la vida de Jesús fue revelación del amor de Dios entre el Padre y el Hijo eterno con su Espíritu, que nos hace hijos de Dios y hermanos para vivir este amor fraterno que nos salva y libera integralmente (cf. nn. 20-22.). La vida y misión de Jesús ha sido anunciar y realizar esta buena de noticia de la salvación liberadora en el amor, el Reino de Dios, para toda la humanidad y los pueblos. Para esta misión nace y existe la iglesia, sacramento necesario e imprescindible de esta comunión y salvación en el amor que nos trae el Reino, manifestado en Cristo (cf. nn. 34-35).
La experiencia de amor del Padre que se visibiliza en el Hijo, Jesucristo, se ha dado a conocer primera y primordialmente a aquellos que están privados o excluidos de ese amor, a los pobres, a los marginado y pecadores (cf. n. 23). Este amor y fraternidad con los pobres, donde se revela la sabiduría salvadora de Dios, alcanza su culmen en la entrega y pascua de Jesucristo Crucificado-Resucitado (cf. n. 40).
La cruz de Cristo manifiesta, de forma sublime, esta salvación en su don (gracia) de amor, servicio y entrega por la humanidad. En Jesús Crucificado llega a su culmen la Encarnación salvadora en la realidad humana, social e histórica. Jesús en la cruz asume solidariamente “los sufrimientos de la humanidad victimada…, ha recapitulado en sus heridas el dolor inmenso que el pecado ha acarreado a las generaciones de los hombres” (n. 41). Y de esta forma, en Cristo Crucificado que se entrega por amor y nos da la salvación liberadora, se realiza su pascua y resurrección. Jesús resucitado nos revela que el mal y el pecado, la muerte e injusticia no tienen la última palabra (cf. n. 42). La resurrección de Jesucristo es, pues, la manifestación plena de la gracia de la salvación y esperanza para el mundo, desde las víctimas u oprimidos de la historia (cf. n. 43).
Por lo tanto, como se puede comprobar en todo lo expuesto hasta aquí, lo universal con su salvación que se realiza en el amor, en la ética y la justicia social-global con los pobres de la tierra: encuentra su más trascendente u honda razón y fundamentación en la fe. Con el Dios revelado en la Encarnación de Jesucristo Crucificado-Resucitado, tal como nos transmite la iglesia, que nos llama a la conversión al Reino y al seguimiento de Jesús (cf. n. 44). En el anuncio, celebración y servicio de este proyecto de Reino con su amor, paz y justicia con los pobres de la tierra.
Se nos muestra así toda una auténtica ética y moral social teológica. Un camino y método para el tratado de la teología moral y de la doctrina social de la iglesia que se inspira en la fe, en esta espiritualidad de encarnación. Todo un sentido y motivación para la vida moral, para el compromiso ético y social por la civilización del amor, por la globalización de la solidaridad y de la justicia.
Una ética y moral social razonable, que da razón de nuestra esperanza en dialogo con la cultura, con el pensamiento y con las ciencias. Una caridad en la verdad, con la verdad del amor en la inherente dimensión pública de la fe. Esto es, la constitutiva caridad social y política que promueve el bien común, el orden de la caridad y la justicia con los pobres de la tierra; que transforma las causas de los males, desigualdades e injusticias como son el hambre y la pobreza, todo atentado a la vida y dignidad de las personas.
Una ética y pensamiento social que encuentra su plenitud en el proyecto del Reino, que nos trae Jesús, Reino de amor fraterno y de paz, de vida y justicia con los pobres. La ética y lo social en perspectiva teológica tiene, pues, su entraña u horizonte en el Dios encarnado en Cristo. El Dios Trinidad, Misterio de comunión solidaria que es fuente y paradigma para la misión e iglesia, para la vida moral, social, política y económica con unas relaciones de libertad e igualdad, de paz y justicia.
Efectivamente, en la misma entraña del acontecimiento de Jesucristo, la Encarnación de Dios en el mundo e historia, se nos revela esta inherente dimensión social y moral del cristianismo. (cf. n. 8). El Dios encarnado en Jesucristo ha asumido toda la realidad humana, personal y espiritual, social e histórica para salvarla en el amor y en la justicia, liberándonos de todo mal y pecado, de toda muerte e injusticia (cf. nn. 7, 21, 24).
Toda la vida de Jesús fue revelación del amor de Dios entre el Padre y el Hijo eterno con su Espíritu, que nos hace hijos de Dios y hermanos para vivir este amor fraterno que nos salva y libera integralmente (cf. nn. 20-22.). La vida y misión de Jesús ha sido anunciar y realizar esta buena de noticia de la salvación liberadora en el amor, el Reino de Dios, para toda la humanidad y los pueblos. Para esta misión nace y existe la iglesia, sacramento necesario e imprescindible de esta comunión y salvación en el amor que nos trae el Reino, manifestado en Cristo (cf. nn. 34-35).
La experiencia de amor del Padre que se visibiliza en el Hijo, Jesucristo, se ha dado a conocer primera y primordialmente a aquellos que están privados o excluidos de ese amor, a los pobres, a los marginado y pecadores (cf. n. 23). Este amor y fraternidad con los pobres, donde se revela la sabiduría salvadora de Dios, alcanza su culmen en la entrega y pascua de Jesucristo Crucificado-Resucitado (cf. n. 40).
La cruz de Cristo manifiesta, de forma sublime, esta salvación en su don (gracia) de amor, servicio y entrega por la humanidad. En Jesús Crucificado llega a su culmen la Encarnación salvadora en la realidad humana, social e histórica. Jesús en la cruz asume solidariamente “los sufrimientos de la humanidad victimada…, ha recapitulado en sus heridas el dolor inmenso que el pecado ha acarreado a las generaciones de los hombres” (n. 41). Y de esta forma, en Cristo Crucificado que se entrega por amor y nos da la salvación liberadora, se realiza su pascua y resurrección. Jesús resucitado nos revela que el mal y el pecado, la muerte e injusticia no tienen la última palabra (cf. n. 42). La resurrección de Jesucristo es, pues, la manifestación plena de la gracia de la salvación y esperanza para el mundo, desde las víctimas u oprimidos de la historia (cf. n. 43).
Por lo tanto, como se puede comprobar en todo lo expuesto hasta aquí, lo universal con su salvación que se realiza en el amor, en la ética y la justicia social-global con los pobres de la tierra: encuentra su más trascendente u honda razón y fundamentación en la fe. Con el Dios revelado en la Encarnación de Jesucristo Crucificado-Resucitado, tal como nos transmite la iglesia, que nos llama a la conversión al Reino y al seguimiento de Jesús (cf. n. 44). En el anuncio, celebración y servicio de este proyecto de Reino con su amor, paz y justicia con los pobres de la tierra.
Se nos muestra así toda una auténtica ética y moral social teológica. Un camino y método para el tratado de la teología moral y de la doctrina social de la iglesia que se inspira en la fe, en esta espiritualidad de encarnación. Todo un sentido y motivación para la vida moral, para el compromiso ético y social por la civilización del amor, por la globalización de la solidaridad y de la justicia.
Una ética y moral social razonable, que da razón de nuestra esperanza en dialogo con la cultura, con el pensamiento y con las ciencias. Una caridad en la verdad, con la verdad del amor en la inherente dimensión pública de la fe. Esto es, la constitutiva caridad social y política que promueve el bien común, el orden de la caridad y la justicia con los pobres de la tierra; que transforma las causas de los males, desigualdades e injusticias como son el hambre y la pobreza, todo atentado a la vida y dignidad de las personas.
Una ética y pensamiento social que encuentra su plenitud en el proyecto del Reino, que nos trae Jesús, Reino de amor fraterno y de paz, de vida y justicia con los pobres. La ética y lo social en perspectiva teológica tiene, pues, su entraña u horizonte en el Dios encarnado en Cristo. El Dios Trinidad, Misterio de comunión solidaria que es fuente y paradigma para la misión e iglesia, para la vida moral, social, política y económica con unas relaciones de libertad e igualdad, de paz y justicia.