La santidad nos manifiesta una verdadera teología, vivida, experienciada, mística. Santidad, teología vivida y reforma en tiempos de crisis
Como se muestra muy bien, para una auténtica reforma y cambio global, la respuesta a esta crisis es desarrollar todas las capacidades y talentos humanos, sociales, culturales, morales y espirituales, esto es, la santidad.
Así nos lo visibilizan la vida de innumerables testimonios de la fe e iglesia como son los santos. En este día que celebramos a esa maravillosa mujer que es Santa Catalina de Siena y, recientemente, con la proclamación de la canonización del hermano Carlos de Foucauld, otro magnífico testigo del Evangelio de Jesús.
Como sabemos, más allá de la pandemia y sus efectos, vivimos en una crisis social, ética y espiritual donde se va extendiendo cada vez más: el individualismo con su subjetivismo y relativismo, el error y la confusión, la no verdad y la mentira; la desigualdad e injusticia que padecen los pobres y excluidos, la cultura del descarte que genera tantas víctimas con la falta de respeto a la vida y a la dignidad de la persona, la globalización de la indiferencia y la insolidaridad, etc.
Y como se muestra muy bien, para una auténtica reforma y cambio global, la respuesta a esta crisis es desarrollar todas las capacidades y talentos humanos, sociales, culturales, morales y espirituales, esto es, la santidad. Así nos lo visibilizan la vida de innumerables testimonios de la fe e iglesia como son los santos. En este día que celebramos a esa maravillosa mujer que es Santa Catalina de Siena y, recientemente, con la proclamación de la canonización del hermano Carlos de Foucauld, otro magnífico testigo del Evangelio de Jesús.
“Puesto que toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación…. Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad” (Vaticano II, UR 6). Pues bien, todos estos testimonios y santos son los que han efectuado las verdaderas reformas en la vida e historia de la iglesia, de la fe y la sociedad-mundo con ese perfil e ideal de santidad que nos han comunicado.
Primeramente, el amor apasionado y conversión al Reino de Dios y su Don (Gracia), que se encarna en Jesucristo y nos convoca a su seguimiento, y a nada ni a nadie más. La Gracia y el don de la fe nos llama a (haciendo posible) seguir a Jesús, el Dios encarnado y personal, viviendo espiritual y místicamente unido al Señor de la historia. Entonces, como nos testifica el apóstol San Pablo, “ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí” (Gal 2, 20).
Junto a la tradición y enseñanza de la fe e iglesia, Francisco nos insiste en esa centralidad del Kerygma. Es decir, la encarnación de Dios en Cristo Crucificado-Resucitado, con el Reino y su justicia, que ha asumido solidariamente todo lo humano, toda la realidad y el cosmos; regalándonos así la salvación, con este amor fraterno universal, y la liberación integral de todo mal, pecado, injusticia y muerte. Es el Dios Uno y Trino. La Trinidad con el Padre, fuente creadora en el Hijo que nos salva y su Espíritu que nos vivifica, es la entraña, el principio y modelo del amor, la comunión y solidaridad para la iglesia, la sociedad, el mundo y el completo universo.
En este sentido, hay que cultivar un amor y comunión con el pueblo de Dios, esa comunidad que Jesús conformó y nos dona, la iglesia católica (universal), que es el cuerpo místico de Cristo, el sacramento de la unidad y salvación universal e integral. Es ese “sentir con la iglesia”, tan ignaciano, que el mismo Mons. Romero hizo suyo como lema. Si no hay fidelidad a la tradición y magisterio de la iglesia, esa profunda comunión con la fe eclesial, debemos sospechar de cualquier “supuesto canto reformista”, como nos transmite lo más valioso de la teología y de esta santidad. Los padres, doctores y santos siempre han vivido esa pasión fiel a la iglesia.
Y como es inseparable el amor a Dios y al prójimo, por supuesto, la clave de la caridad universal con su inherentes dimensiones sociales y públicas, la caridad política. El amor fraterno, solidario y civil que promueve el bien común más universal, la civilización del amor y la justicia socio-ambiental con los empobrecidos, las víctimas, los excluidos u oprimidos y la hermana tierra. En esa ecología integral, que nos revela el Dios de la vida.
Es la esencial opción (teologal y cristológica) por los pobres, la iglesia pobre con los pobres siguiendo a Jesús humilde y pobre, que nos lleva a la pobreza espiritual (evangélica) en comunión de vida, de bienes y acción por la justicia con los pobres de la tierra; frente al pecado del egoísmo con la desigualdad, injusticia e idolatría de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia.
En esta línea, el destino universal de los bienes que tiene la prioridad sobre la propiedad, la solidaridad y justicia social en la distribución con equidad de los recursos, es un principio básico de la vida moral y social. La propiedad es personal frente al comunismo colectivista y, al mismo tiempo, social con ese sentido solidario, en contra del neoliberalismo y capitalismo que niega el bien común con esta socialización de los bienes. Tal como nos enseña la doctrina social de la iglesia y, recientemente, nos recuerda Francisco en Fratelli Tutti.
La santidad y espiritualidad acoge el don de este Dios de la vida que hay que respetar. Cuidando y defendiendo la vida en todas sus fases, dimensiones y formas, promoviendo así la sagrada e inviolable dignidad de cada persona, de todos los pueblos, los pobres y las víctimas. De esta forma, ahora que nos aproximamos al primero de mayo. Y como nos transmite el movimiento obrero, “esa gran corriente de solidaridad” (San Juan Pablo II, LE 8, 11), el trabajo humano, la persona del trabajador con sus derechos, como es ese otro valor intrínseco a la justicia social que es el salario digno, está antes que el capital, el beneficio y la ganancia.
Como nos han legado los testimonios y santidad de los movimientos apostólicos obreros, como la JOC con Cardijn o la HOAC con Rovirosa y Malagón o el mismo Merino, la más genuina opción por los pobres: es que los trabajadores, los oprimidos y los empobrecidos sean los sujetos protagonistas de su promoción liberadora e integral (LE 8); frente al paternalismo asistencialista y dominación de las élites. Los elitismos, los selectos (minorías selectas), “liderismos”, etc. que perpetúan el mal e injusticia con el des-orden establecido.
En esta tradición espiritual y eclesial u obrera, un pilar y base esencial de la vida solidaria, con la militancia por la justicia, es el matrimonio y la familia. Ese amor fiel, maduro y fecundo del hombre con la mujer abierto a la vida, a los hijos y al bien común. Es vital esta diversidad y complementariedad de lo masculino con lo femenino, que conforma ese santuario de la vida y del amor que es el matrimonio-familia, con esa inherente dignidad y protagonismo de la mujer en todos los ámbitos de la existencia.
Una autentica reforma no se puede realizar sin cuidar y proteger todos estos vínculos comunitarios como son la iglesia, la familia, los movimientos eclesiales, apostólicos, de laicos, etc. Es lo que manifiesta esa familia de Dios que es la iglesia con su diversidad de ministerios, como es el ordenado o petrino que son constitutivos en su identidad eclesial y esencial, de carismas, realidades laicales…
Se puede observar, pues, en lo que hemos expuesto hasta aquí que, como nos enseña la fe e iglesia, toda esta santidad nos manifiesta una verdadera teología, vivida, experienciada, mística. Y es que como nos transmiten lo más valiosos autores o estudios, la separación entre la espiritualidad (toda estas claves e ideales de la santidad) y el estudio e investigación: ha sido nefasta. Dando lugar, en palabras del Papa Francisco, a esa teología de escritorio, de mundanidad espiritual y anti-eclesial (contestaria e igual o más clerical que el mismo clericalismo). Las colonizaciones ideológicas, idealistas e intelectualismo ("academicismo de salón"), el relativismo y nihilismo, etc.
Más, la comunión de los santos siempre nos acompaña. La iglesia triunfante en solidaridad mística (profunda) con la iglesia peregrina y militante, inhabitada por el Dios Trinidad y su Gracia, que va caminando hacia la tierra nueva y los cielos nuevos. Es la esperanza y belleza teologal de la vida santa, plena y eterna.