(Vatican News).- Los obispos de El Salvador han dirigido un mensaje a todos los ciudadanos del país. En él expresan su cercanía a la población, así como invitan a estar confiados porque “una cosa es segura: Cristo resucitado está a nuestro lado y no nos abandonará”. A este acto de fe, añaden: “El coronavirus no es un castigo de Dios”. Por eso, “Y una profunda convicción nos pacifica: que estamos en las manos de Dios”.
De esta realidad, afirman los obispos, dan testimonio familias que han profundizado en su vivencia de fe; “¡hogares se han convertido en pequeños templos donde se habla con Dios!”; así como el personal sanitario, autoridades y personas que realizan labores esenciales, que no por su sencillez son menos importantes.
"La paz esté con ustedes"
Los prelados convidan al pueblo a ser partícipes de la paz que da Jesús. Ellos conocen que en el presente momento este don no es fácil de vivir, pues lo que ocurre en el país, se ve multiplicado en Europa o los Estados Unidos, donde viven muchos compatriotas. Pero, en medio de esa realidad, muchas cosas están cambiando a raíz de la pandemia. “Hay que repensar el futuro. Por eso el Papa Francisco ha pedido a toda la Iglesia: “Oremos por los gobernantes, los científicos, los políticos, que han comenzado a estudiar el camino de salida, la post-pandemia, este ‘después’ que ya ha comenzado: para que encuentren el camino correcto, siempre en favor de la gente, siempre en favor del pueblo” (Al inicio de la misa del 13 de abril 2020).
Encontrar el camino: la persona en el centro
Los pastores se preguntan: “¿Qué significa encontrar el camino correcto? Así responde el Santo Padre: “Espero que este momento de peligro nos saque del piloto automático, sacuda nuestras conciencias dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro”. Y continúan: “Ese es el dilema: o ponemos en el centro a la persona humana o al dios dinero”.
Exhortaciones: cuidar de los más vulnerables
En el mensaje, los obispos exhortan a algunos sectores de la sociedad a dar lo mejor de sí por el bien de los más pobres y vulnerables: primero se refieren a los poderes del Estado a quienes llaman a proteger a todos los salvadoreños. Segundo, a los empresarios, a quienes llaman a mantener los puestos de trabajo y no dejar que la crisis impacte solo a los trabajadores. En tercer lugar, agradecen a los sacerdotes por “estar pendientes de su rebaño” y a todos los agentes de pastoral, laicos, religiosos y religiosas por “el inestimable servicio que prestan”.
Los obispos se despiden llamando la atención a no ser presa del “virus de la indiferencia ante el dolor de los hermanos y hermanas más débiles”, así como a poner “en el centro el bien de la persona; sería un grave error poner el dinero y la ganancia como lo más importante”.
“En este grave momento histórico de pandemia, invocamos a Cristo Resucitado, por intercesión de la Reina de la Paz y nuestro amado San Oscar Romero, implorando su misericordia, su protección y bendición para nuestro pueblo y para todos los pueblos del mundo”.
Mensaje completo
Mensaje de la Conferencia Episcopal de El Salvador
Muy queridos hermanos y hermanas:
Los obispos de El Salvador les saludamos fraternalmente con las palabras de Jesús resucitado: “La paz esté con ustedes” (Lc 24, 36). En estos días de prueba, causada por el coronavirus, que parecen interminables, queremos manifestarles nuestra cercanía y solidaridad, invitándoles a fortalecer su fe y esperanza en Cristo Resucitado: Él ha vencido el pecado y la muerte, al levantarse victorioso del sepulcro. Cristo vive y nos ofrece su misma vida, vida en abundancia (cf. Jn 10,10).
Hoy, 3 de mayo, es el Domingo del Buen Pastor y el Día de la Cruz; es también el inicio del mes de María, el mes de las flores. A ella, Madre nuestra, que acompañó a su Hijo al pie de la cruz, confiamos el dolor de nuestro pueblo.
1.“Yo soy la Puerta”
En el evangelio de este domingo, nuestro Señor proclama: “Yo soy la Puerta. El que entre por mí se salvará … Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 9-10). Nos dirigimos a ustedes cuando el mundo entero está viviendo la experiencia de la terrible pandemia que, según datos oficiales, ha cobrado ya cerca de doscientas cincuenta mil vidas. En nuestro país, gracias a Dios, hemos tenido pocas muertes, pero no sabemos qué pasará en las próximas semanas.
Sin embargo, una cosa es segura: Cristo resucitado está a nuestro lado y no nos abandonará. Después de su muerte sus discípulos entraron en una especie de “cuarentena” y vivieron paralizados por el miedo, “con las puertas cerradas”, pero después todo cambió: fueron al mundo entero a anunciar el Evangelio.
El coronavirus no es un castigo de Dios sino una dura prueba que debemos aceptar con actitud de fe y confianza firme en Jesucristo. Es una prueba que nos está purificando, como se purifica el oro en el crisol. Jesucristo resucitado atraviesa las puertas cerradas por miedo (Jn 20, 19), también las puertas de nuestras casas en las que estamos cumpliendo la cuarentena. Podemos estar con las puertas cerradas, pero Jesús está con nosotros. Y cuando
Él está en medio, todo cambia: podemos mirar la vida con esperanza, podemos elevar nuestro espíritu, podemos mirar de frente a Jesús, dando la espalda a la tristeza, al pesimismo y a la muerte. Y una profunda convicción nos pacifica: que estamos en las manos de Dios.
Así lo demuestran los numerosos testimonios de familias que, en medio de la pandemia, han aprendido a valorar, lo que realmente es importante en la vida: no son las cosas, no es el dinero, no es lo material, sino las personas, la familia, la fe compartida, el amor a los más pobres y humildes y, sobre todo, nuestro encuentro personal con Jesucristo.
¡Cuántos hogares se han convertido en pequeños templos donde se habla con Dios! Muchas familias han tomado conciencia de ser Iglesia Doméstica; les exhortamos a seguir adelante e incrementar la fe, en esas circunstancias difíciles, como en los primeros tiempos de la Iglesia.
Los discípulos de Jesús, en su cuarentena, mientras esperaban en torno a María la venida del Espíritu Santo, experimentaron el paso del Señor por sus vidas y todo cambió. Cuando pase todo esto, hay que volver a la calle a dar testimonio de Cristo y a servirle en sus miembros más débiles: en los pobres y en los que sufren descubrimos el rostro doliente del Señor.
Esto es lo que han hecho, quizá sin darse siempre cuenta, el personal médico y paramédico, así como todos sus colaboradores y colaboradoras. Les expresamos nuestra admiración y gratitud. Con este mismo sentimiento saludamos al personal de la PNC y de la Fuerza Armada que están sirviendo al pueblo con generosidad en estos días de tanto sufrimiento.
Sigamos por este camino, tratando de vivir intensamente el tiempo pascual, iluminados por el Señor que ha vencido a la muerte. Abramos la puerta de nuestro corazón a Jesús y dejemos que él nos encuentre y nos llene de su vida nueva. De esta manera, podremos seguir adelante, pase lo que pase, y no dejaremos que la pesada losa del sepulcro aplaste nuestra esperanza.
2. “La paz esté con ustedes”
Cuando Jesús se aparece a sus discípulos en el Cenáculo, les saluda diciéndoles: “La paz esté con ustedes”. Con Él en medio, todo cambia. Lo mismo nos repite el Señor a nosotros: “La paz esté con ustedes”. No es la paz que promete el mundo sino la presencia de Cristo entre nosotros porque “Él es nuestra paz” (Ef 2, 14), una paz conquistada al precio de su sangre bendita derramada en la cruz. La cruz nos ha visitado en estas dramáticas semanas. Abracémosla con amor, uniéndola a la cruz redentora de Cristo.
No es fácil sentir esa paz en una situación como la causada por el coronavirus. La brutalidad de esta pandemia nos aplasta. Y el temor a quedar contagiados o de que el virus ataque a nuestros seres queridos, nos trae mucha angustia y sufrimiento. Los datos sobre el impacto de esta pandemia en nuestro país, son, por ahora, bastante consoladores. Sin embargo, nos llegan noticias alarmantes sobre lo sucede con familiares y amigos que viven en los Estados Unidos y otros países. Y no sabemos lo que pasará entre nosotros en las próximas semanas.
Mientras tanto, los políticos, los gobernantes, los líderes de los distintos campos de la actividad humana, se preguntan qué pasará después y cuáles son las decisiones que se deben tomar de inmediato, en el mediano y en el largo plazo. El mundo está cambiando radicalmente debido a este flagelo. Hay que repensar el futuro. Por eso el Papa Francisco ha pedido a toda la Iglesia: “Oremos por los gobernantes, los científicos, los políticos, que han comenzado a estudiar el camino de salida, la post-pandemia, este ‘después’ que ya ha comenzado: para que encuentren el camino correcto, siempre en favor de la gente, siempre en favor del pueblo” (Al inicio de la misa del 13 de abril 2020).
3. Encontrar el camino correcto
¿Qué significa encontrar el camino correcto? Así responde el Santo Padre:
“Espero que este momento de peligro nos saque del piloto automático, sacuda nuestras conciencias dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro. Nuestra civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmedidas para pocos, necesita bajar un cambio, repensarse, regenerarse”.
Ese es el dilema: o ponemos en el centro a la persona humana o al dios dinero. La Iglesia en su doctrina social propone el desarrollo humano integral. Esto implica que los pobres y los marginados se conviertan en protagonistas de su propio futuro. Ante el drama de tantos hermanos y hermanas que no pueden realizarse como personas porque se encuentran sin trabajo o viven sin tener seguro el pan de cada día, el Vicario de Cristo, dirigiéndose a los trabajadores informales, independientes o de la economía popular formula una propuesta audaz:
“Tal vez sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos” (Mensaje, 13 abril 2020). Ningún hermano o hermana sin derecho al techo y al trabajo. No es suficiente ofrecerles un poco de pan; hay que darles la mano para que puedan ganarse el pan con el sudor de su frente.
4. Exhortación finalEn sintonía con el Papa Francisco quisiéramos concretar nuestra palabra de pastores con las siguientes reflexiones y sugerencias:
Exhortamos al Estado, en sus tres órganos, Ejecutivo, Legislativo y Judicial a trabajar unidos, haciendo el mejor esfuerzo para sacar adelante al Pueblo, en este momento crítico de nuestra historia. Protegiendo a todos los salvadoreños, principalmente a los más pobres y vulnerables, salvaguardando todos sus derechos individuales.
A los empresarios, les hacemos un llamado a su conciencia, para que ayuden a sus trabajadores, que no por estar impedidos de trabajar a causa de la cuarentena, les despidan de sus trabajos o les suspendan su contrato laboral durante el tiempo de la pandemia. Obrar así no es humano, y mucho menos cristiano, hoy es el tiempo en el que debemos ayudarnos como hermanos que somos.
Hemos visto con profundo agradecimiento cómo han afrontado los sacerdotes esta dura realidad: pendientes de su rebaño, impotentes al no poder acompañar de cerca, sufriendo por no poder celebrar con ellos la Eucaristía y los demás sacramentos, buscando soluciones, sobre todo en las redes sociales, a este aislamiento obligado.
Ha sido como un gran retiro para todos, sacerdotes y comunidad cristiana. A los sacerdotes, que son nuestros más cercanos colaboradores, les expresamos nuestro profundo afecto y nuestra sincera gratitud por el inestimable servicio que prestan con su testimonio y su ministerio. Este reconocimiento lo hacemos extensivo a los religiosos y religiosas, así como a innumerables laicos que discretamente cumplen el papel del buen samaritano.
Como pastores de un pueblo que sufre, nos sentimos solidarios con la realidad que viven las familias: las que están viviendo esta pandemia en estrecha unidad familiar y en comunión con Dios a través de su Palabra, la oración y el diálogo; y también las que han visto cómo aumenta su angustia y sufrimiento, ya sea por las condiciones precarias de su vivienda, la falta de ingresos, los conflictos que se dan en el hogar, las limitaciones de muchos niños y jóvenes para poder realizar las tareas que les dejan sus maestras y maestros.
Concluimos nuestro mensaje insistiendo que, si es grave la amenaza de esta pandemia, hay quizá un peligro mayor que nos esté acechando: el “virus de la indiferencia” ante el dolor de los hermanos y hermanas más débiles. Al respecto, dice el Papa Francisco: “que nadie se quede atrás”.
Este criterio vale también para el tiempo que viene después de la pandemia. De cómo enfoquemos esos momentos depende que las consecuencias sean más o menos graves. Esto vale sobre todo para el tema económico. Deseamos vivamente que el problema se afronte desde una perspectiva humanista, poniendo en el centro el bien de la persona; sería un grave error poner el dinero y la ganancia como lo más importante.
Como pastores de un pueblo sufrido y heroico, exhortamos tanto a nuestros gobernantes, a todo nivel, como los responsables de la micro, pequeña, mediana y gran empresa, a que busquemos ante todo el bien de las personas. Y, como hemos dicho tantas veces, una condición fundamental es que se procure, en un clima de respeto, de diálogo sereno y de auténtico sentido patriótico, el bien común de la sociedad.
Nos dirigimos a ustedes en los albores del mes de mayo, tradicionalmente dedicado a la Virgen María. El Santo Padre nos ha exhortado en su carta para este mes de mayo a rezar el rosario en familia, enseñándonos que: “Contemplar juntos el rostro de Cristo con el corazón de María, nuestra Madre, nos unirá todavía más como familia espiritual y nos ayudará a superar esta prueba”.
Hemos titulado este Mensaje con un pensamiento de San Oscar Romero: “Un país según el corazón de Dios”. Ese fue su sueño. Y lo recordó en la homilía que pronunció la víspera de su martirio: “Dios aplica su proyecto en la historia, para hacer de la historia de los pueblos su historia de salvación. Y en la medida en que esos pueblos reflejen ese proyecto de Dios, de salvarnos en Cristo por la conversión, en esa medida los pueblos se van salvando y van siendo felices” (Homilía del 23 de marzo 1980). En este grave momento histórico de pandemia, invocamos a Cristo Resucitado, por intercesión de la Reina de la Paz y nuestro amado San Oscar Romero, implorando su misericordia, su protección y bendición para nuestro pueblo y para todos los pueblos del mundo.
Dado en San Salvador, el 3 mayo, fiesta de la Santa Cruz, de 2020.