“Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio” (1Jn 3, 23-24).
Estamos en los días previos a la fiesta del Bautismo del Señor, en un año jubilar, y aniversario 1700 del Concilio de Nicea, en el que se proclama la identidad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Es momento propicio para recitar el Credo, a la vez que nos disponemos a renovar las promesas bautismales.
La primera estipulación del Credo de Nicea confiesa: “Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible”. En las promesas bautismales se nos solicita confesar: “¿Creéis en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?” La respuesta personal es: “Sí creo”.
Creer en Dios no es un concepto, sino una certeza de saberse pensado, amado, creado por Dios, hecho a imagen de su Primogénito. Esta conciencia concede confianza, fundamento de la esperanza cristiana: “Soy un ser creado por Dios porque me ama”.
Recita durante el día que crees en Dios.