Una Semana Santa compartida con los indígenas chiapanecas La inculturación de la Iglesia en Chiapas
Tengo que traer aquí especialmente a los jesuitas mexicanos que llevan la misión y las distintas comunidades desde hace años: Pepe Avilés, Rodrigo Pinto, Pedro Arriaga y Felipe Jalef. Hace más de cincuenta años que están realizando un valiosísimo esfuerzo de inculturación liberadora de la fe cristiana en las comunidades tseltal
Estas comunidades, tanto en la su centro en Bachajón, como las más alejadas, hacen su oración y celebran su liturgia exclusivamente en tseltal, con una participación masiva en estas
| Victorino Pérez Prieto
En la última semana de marzo estuve en Chiapas (México), compartiendo la Semana Santa con comunidades indígenas chiapanecas. Fui invitado por los jesuitas de la misión de Bachajón, de la diócesis de san Cristóbal de las Casas. Chiapas es un estado del sur de México, muy conocido en el país e internacionalmente por ser territorio zapatista y la diócesis del obispo Samuel Ruiz, “Tatic Samuel”, ferviente defensor de los derechos de los indígenas y de los pobres. Fue una experiencia muy rica en la relación tanto con los indígenas, como con los jesuitas y los voluntarios laicos con los que conviví esos días. Tengo que traer aquí especialmente a los jesuitas mexicanos que llevan la misión y las distintas comunidades desde hace años: Pepe Avilés, Rodrigo Pinto, Pedro Arriaga y Felipe Jalef. Hace más de cincuenta años que están realizando un valiosísimo esfuerzo de inculturación liberadora de la fe cristiana en las comunidades tseltal. Estas comunidades, tanto en la su centro en Bachajón, como las más alejadas, hacen su oración y celebran su liturgia exclusivamente en tseltal, con una participación masiva en estas.
Como es sabido, la Iglesia hizo un gran esfuerzo inculturador en los territorios en los que llevó a cabo su evangelización, intentando adaptarse a las circunstancias de hombres y mujeres con sus lenguas y culturas propias. Lo hizo con más o menos acierto desde los primeros tiempos en Europa, Oriente, América y, finalmente, África. En algunas ocasiones siendo pionera en el estudio de las lenguas de sus pueblos, elaborando gramáticas que potenciaran y promovieran el uso de las lenguas indígenas en territorios en los que la lengua del imperio respectivo (español, portugués, inglés o francés) se impusieron por la fuerza colonizadora.
Fue el caso de Chiapas, donde son mayoritarias las lenguas mayenses tseltal, tsoltil, chol y zoque (el idioma más antiguo de Chiapas); a la par que otras menores como las también mayenses, mochó, cakchiquel, quiché, etc. hoy en estado de desaparición. México es uno de los países de mayor variedad lingüística del mundo: 68 lenguas autóctonas con sus dialectos; la más hablada es la azteca náhuatl, seguida de las mayas yucateco, tseltal, tsoltil y mixteco. Chiapas es el estado mexicano con más hablantes de lenguas indígenas. En las comunidades rurales de Chiapas, la mayoría de la gente es aún hoy monolingüe en tseltal, y bilingüe sólo en el caso de los niños, jóvenes y algunos adultos/as.
Pero el español fue allí, como en los otros lugares de América Latina, la lengua de control del imperio; los evangelizadores dominicos fueron los encargados de hacerlo efectivo entre los siglos XVI y XIX. Esta orden religiosa alcanzó una supremacía incontestable en términos religiosos, socioculturales y político-económicos desde fines del siglo XVI en México. Desde 1545, año en el que llegaron a Chiapas con Bartolomé de Las Casas, a través de su trabajo misionero y colonizador lograron el control religioso de la mayoría indígena y criolla. Al inicio, los dominicos polemizaron con mercedarios, franciscanos y algunos agustinos que quisieron aplicar en Chiapas una cédula real de 1550, que ordenaba la indoctrinación a los indios “en idioma de Castilla”. Pero, los dominicos defendieron el plurilingüismo mesoamericano, y antepusieron quejas de indios contra curas hablantes de “mexicano, que pocos lo entienden”. Su poder en Chiapas fue indiscutible hasta la desamortización llevada a cabo por la Guerra de Reforma en el México independiente (1855-1859).
Así lo reconocía un trabajo científico reciente de la Universidad Autónoma de Chiapas: “El dominio de la orden dominica le sirvió desde 1545 tanto para evangelizar, como a la larga aislar y controlar exclusivamente a la numerosa población tributaria del obispado de Chiapas y Soconusco. Desde el siglo XVIII los frailes empezaron a abandonar el plurilingüismo mesoamericano, a favor de la castellanización más decisiva del regalismo borbónico... Se consolidó el ‘español’ como factor integrador y homogeneizador sociocultural del país” (Luz Rocío Bermúdez, “Orden dominica en Chiapas: del plurilingüismo mesoamericano a la castellanización. Siglos XVI-XIX”).
La profunda inmersión de la Iglesia en el tseltal no ocurrió hasta mediados del siglo XX, cuando se acometió la traducción de la Biblia. Empujados por los vientos del Concilio Vaticano II, se empezó a realizar progresivamente la liturgia y la lectura de la Palabra en la lengua indígena, hasta ser actualmente totalmente en tseltal.
“Dar el nombre de Deus en tseltal fue lo más maravilloso para mi –dijo el jesuita Nacho Morales, uno de los traductores de la Bíblia-. No decir Yhaveh y Dios, sino te Mach’a ay nananix ah, fue para mí lo más tonificante” (“Dios en tseltal”, en el trabajo de P. Eugenio Maurer, P. Ignacio Morales y P. Felipe Jalef Modad, “Un pueblo, su lengua, una Biblia. El fruto de 35 años de labor constante y paciente”, Realidades, abril 2013).
Todo comenzó con la llegada de los jesuitas a la misión de Bachajón a finales de 1958. La zona había quedado sin atención pastoral desde hacía un siglo, con la partida de los dominicos, que habían estado allí casi desde los tiempos del “descubrimiento”. Los jesuitas vieron enseguida que la lengua era casi exclusivamente tseltal y habían tenido que echar mano de los intérpretes, por lo que pronto sintieron la necesidad de aprender su lengua y su cultura. Lo hicieron de inmediato con el impulso de Samuel Ruiz.
“Fueron los mismo tseltales los que tradujeron la Biblia; nosotros solo fuimos sus asesores –dijo tatic Nacho-, pues el tseltal habla mejor su lengua que nosotros”. El proceso era sencillo: se entregaba el texto base en español a un grupo de catequistas instruidos, y meses después estos iban entregando la traducción manuscrita en unos cuadernos, que se pasaba a máquina en la misión de Bachajón. Hasta componer la voluminosa Biblia; pues el tseltal es una lengua narrativa, no abstracta como las lenguas europeas. Tiempo después sería aprobada oficialmente per la Iglesia.
Celebración em Jo Tanchivil (Chiapas)
Además de las celebraciones de la misión de Bachajón, estuve en las comunidades de Jol Tanchivil y Tsajalhá. En la primera participamos en una impresionante celebración con el taticFelipe Jaled y los diáconos que llevaban realmente esta. La “Gira del Nazareno” había empezado horas antes de nuestra llegada al lugar del encuentro, alrededor de las 11 de la maña, con una peregrinación desde las comunidades. La celebración comenzó con la invocación a los cuatro puntos cardinales y una oración personal-colectiva en alto, comenzando con el tradicional Ta sbihil Dios Tatil, Dios Nich’anil, Dios Ch’ul Espiritu (En el nombre de Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo) y a continuación cada uno con su plegaria particular; luego la adoración al Nazareno de mujeres y niños/as, jóvenes y hombres; a la que siguió la eucaristía. Todo durante casi seis horas.
Victorino Pérez con Elias González y la familia de un diácono de la comunidad de Tsajalhá (Chiapas)
En la comunidad de Tsajalhá tuve el privilegio de ser acogido como tatic en las celebraciones de Jueves Santo con mi compañero Elias González, profesor en el ITESO, la Universidad de los Jesuitas en Guadalajara: celebración penitencial, visita a enfermos y moribundos y misa de la cena del Señor. Ciertamente, la Pasión y la Pascua se viven con más autenticidad en las comunidades de los más pobres; allí nada es falso, nada es “para la galería”, todo es auténtico.
Una experiencia inolvidable.
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