Semana de oración por la unidad de los cristianos El verdadero desafío del ecumenismo
| Victorino Pérez
Del 18 al 25 enero celebramos desde hace décadas la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Ésta es la expresión institucional del presunto compromiso de comunidades diocesanas y parroquiales, congregaciones y muchas personas cristianas para unirse en oración con una misma fe en Jesús. El lema de este año es expresivo: “Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia” (Jn 15,5-9). Como dice la propaganda oficial, esta semana quiere reflejar la vocación por la reconciliación y la unidad de la Iglesia. Pero ¿Supone esto un esfuerzo real para esa unión/comunión?
El esfuerzoreal para la unión/comunión de los cristianos a veces no lo parece muy claramente, como expresa el último documento católico oficial a este respecto: “El obispo y la unidad de los cristianos. Vademecum ecuménico”, presentado en el Vaticano el último mes del año que acabamos de concluir. El documento insiste desde el comienzo en la “responsabilidad de promover la unidad de los cristianos”, particularmente como obligación “entre las tareas del oficio pastoral del obispo” (Prefacio). E insiste en la primera parte en la “unidad de los cristianos como vocación de toda la Iglesia”, y en que labúsqueda de la unidad es “un desafío ante todo para los católicos”, por lo que vuelve a hablar de los delegados de ecumenismo, la Comisión ecuménica de las Conferencias Episcopales y los Sínodos de Iglesias orientales católicas, la formación de laicos, seminaristas y clérigos en este ecumenismo, etc.En la segunda parte examina cuatro formas en que la Iglesia católica se compromete con las otras comunidades cristianas:
1) El “ecumenismo espiritual”, es decir, cómo los obispos pueden guiar a su pueblo, en aras de la unidad de los cristianos, mediante la oración, la conversión y la santidad, destacando en particular la importancia de las Sagradas Escrituras, la “purificación de la memoria” y el "ecumenismo de la sangre". Aquí habla particularmente de la importancia de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos
2) El “diálogo de la caridad”, en la que se habla de la "cultura del encuentro" como una forma eficaz para nutrir y profundizar la relación que los cristianos ya comparten a través del bautismo.
3) El “diálogo de la verdad”, que “nos lleve a toda la verdad”; se refiere a la búsqueda de la verdad de Dios, que los católicos emprenden junto con otros cristianos mediante el diálogo teológico
4) El “diálogo de la vida” en la que se presentan las oportunidades de intercambio y colaboración con otros cristianos en la atención pastoral (“el ecumenismo pastoral”), en el testimonio ante el mundo (“el ecumenismo práctico”) y a través de la cultura (“el ecumenismo cultural").
El punto conflictivo, en el que no se ve un avance real frente a lo establecido hasta ahora, es en el punto del “ecumenismo pastoral”; particularmente cuando habla de la intercomunión (communicatio in sacris). El documento deja en las manos de los obispos discernir el acceso a los sacramentos por parte de los cristianos no católicos y una participación de estos en las celebraciones litúrgicas de los cristianos no católicos, con unas limitaciones que, en la práctica dejan las cosas como están: no muy bien. En el punto 36, insiste en que el acceso a los sacramentos “generalmente se limita a quienes están en comunión” con la Iglesia católica; si bien “de modo excepcional y con ciertas condiciones puede autorizarse”. Como escribió alguien cuando se presentó el documento: “Roma no cierra la puerta, pero apenas la deja entornada”.
En cualquier caso, la propuesta está lejos de la intercomunión formulada por la Iglesia alemana; en la que esta es una necesidad sentida desde hace años, por la necesaria relación diaria entre católicos protestantes. Como dijo Félix Neumann, analista jefe en Katholisch.de; éste insistió en que “quien busque declaraciones claras sobre los principales temas del ecumenismo que se están discutiendo en las diócesis de habla alemana buscará en vano”.
Muchos católicos, particularmente muchos presbíteros, llevamos practicando la intercomunión siempre que hay una ocasión para ello, desde hace más de cuarenta años. Yo he tenido ocasión de hacerlo en tierras de España, Francia (particularmente en ese espacio privilegiado de Taizé), Europa y otros lugares del mundo. Ya he escrito varias veces lo que supuso para mi hace años la experiencia muy positiva de la participación, junto con mi esposa, en eucaristías con la Iglesia Luterana de Suecia, a lo largo de una semana de Pascua (“Una semana ecuménica en Suecia”, Alandar n. 309, 2014).
Como he escrito en mi libro La búsqueda de la armonía en la diversidad. El diálogo ecuménico e interreligioso desde el Concilio Vaticano II (Verbo Divino, Estella 2014), el Concilio Vaticano II representó un importante avance en el diálogo ecuménico e interreligioso en la Iglesia; incluso un salto cualitativo. Pero, a cincuenta años vista, vemos que este avance se nos queda ya claramente corto. El mundo, sobre todo en Occidente, ha ido cambiando de paradigma en los últimos cincuenta años y más; se ha ido imponiendo una sociedad pluricultural y plurirreligiosa. En el diálogo ecuménico entre las distintas iglesias o confesiones cristianas, los católicos hemos ido comprendiendo –al menos algunos, seguramente bastantes…- queya no se trata solamente de reconocer que los cristianos de las demás confesiones también son “hermanos cristianos”, pero… “separados” (UR 1,3… passim). Mucho hemos caído en la cuenta de que la unidad que buscamos ya no es bajo la autoridad jurídica del obispo de Roma; sin quitarle valor al Primado, el “servicio petrino” que es reconocido como “servicio”, no con un valor jurídico-autoritario. La unidad jurídica es imposible desde hace siglos; el mismo Juan Pablo II reconoció honestamente en algún momento: “Yo [como Papa] sé que soy el mayor obstáculo para el diálogo ecuménico”.
No se trata ya de buscar una uniformidadbajo una única autoridad canónica: el papa y la curia vaticana; sino de buscar la unidad/comunión en la riqueza de la pluralidad y la diferencia. Buscamos alcanzar la sinfonía eclesial, desde la variedad complementaria de iglesias que forman y enriquecen la gran Iglesia; porque no puede haber armonía sinfónica sin los distintos instrumentos y voces diferentes que la componen.
Se trata de reconocer que todos los cristianos bautizados formamos parte de la única Iglesiade seguidores y seguidoras de Jesucristo; y que nuestras diferencias son expresión de una riqueza histórica, existencial, espiritual y teológica que no se debe perder. Estas diferencias, al contrario de lo que se ha dicho muchas veces en la Iglesia católica, no son fruto de avatares perversos que llevaron a divisiones; aunque estas divisiones nos hayan enfrentado muy violentamente en el pasado, y a veces personas y grupos hayan perdido el rumbo en lo esencial. Así, estoy muy de acuerdo con las tesis del teólogo católico francés Christian Duquoc acerca de que la multiplicidad de las Iglesias cristianas es un valor positivo; y en cambio la obsesión por una “ideología de la unidad” manifiesta una “ideología de conquista a partir de un ‘centro’ que se cree factor de unificación”, que, en realidad, es “el efecto de la voluntad hegemónica y del deseo de acentuar la presión del centro para mantener la unidad empírica superando los límites tolerables” (Iglesias Provisionales. Ensayo de Eclesiología ecuménica, Madrid 1986).
Conviene tener en cuenta algo bastante claro que a veces se olvida, y nos recuerda Raimon Panikkar: “la imagen del ‘único pastor y el único rebaño’ del lenguaje cristiano es una imagen escatológica que no se debe aplicar en la historia” (La nueva inocencia, Estella 1993). El “único pastor” no es el Papa de Roma y el “único rebaño” no es el de la Iglesia Católica. Por la contra -como recordó ya hace años ese magnífico teólogo protestante que fue Oscar Cullmann-, si bien no hay unidad posible sin el Espíritu, donde obra el Espíritu hay diversidad, incluso eclesial; por eso, llega a afirmar que “los intentos de uniformidad eclesial son un pecado contra el Espíritu Santo” (L’unité par la diversité, Paris 1986).
Hoy ya no queremos que los hermanos de otras confesiones cristianas sean como nosotros (“católicos-romanos”); sino que lo que deseamos realmente es que vivan libremente, con su particular estilo, el seguimiento de Jesucristo, y que nos ayuden a nosotros a vivirlo con nuestro estilo y tradición. En definitiva, que sepamos caminar juntos siendo hermanos diferentes. Es la búsqueda de la armonía y la comunión en la diversidad. Viendo las cosas así, desaparece el presunto problema que le crea a nuestros jerarcas la intercomunión. Por la contra, sin esta perspectiva creo que ya no se puede hacer un verdadero ecumenismo.
A lo largo de los últimos quince años, me hubiera gustado compartir estas ideas con la comunidades diocesanas, pero, aunque he continuado realizando mi particular camino ecuménico e interreligioso, no ha habido ningún obispo gallego o español que me lo haya pedido; cosa que si ha ocurrido fuera de este país.