Cansados, agobiados y agobiadísimos
No nos da ya de sí el mecanismo. Tiempos de incertidumbres, de miedos, de estar hasta los mismísimos. ¿Por donde tirar?
| Toño Casado
Llevo varios años que no me da la agenda. Es lunes y de repente de nuevo es lunes. Estoy montando el nacimiento y ya hay que sacar los cacharritos de Semana Santa y de repente hay que planear las vacaciones de verano y ya llega septiembre y empieza el frio y vuelven las figuritas del Belén; así sigue esta rueda vertiginosa, como si yo fuese un hámster atrapado en esos chismes giratorios y extenuantes que no llevan a ninguna parte más que a emitir un ruido desagradable de rueda oxidada. Estamos cansados y agobiados. Cansados del peso que arrastramos, el precio ese de la “experiencia”, los huesos que se van oxidando, los michelines que se te pegan traicioneros al cuerpo para jamás soltarse. Cansados de rutinas, cansados de intentar no sé que dieta milagrosa, cansados de intentar ser buenos, con lo fácil que es ser malo, convertirse uno en un auténtico hijo de la gran p que solo en piensa en sí mismo mientras chupa percebes con indiferencia ante el cataclismo mundial. Nos cansamos de la familia a la que intentamos cuidar con mimo de jardinero que riega con cariño y cava con sudores y no nos devuelve más espinas de ingratitud, que te dan ganas de convertirte en pirómano. Nos cansamos de los políticos que mienten más que hablan. Nos cansamos del sermón del cura que con ese tonito y esos conceptos te empujan sin remisión al abismo de tus pensamientos haciendo las lista de la compra, o viendo que vas a hacer de comer, o que duros están los bancos, mientras te abanicas mirando al San Antonio de la esquina que también tiene una cara de superaburrido por la eternidad que más que devoción da penita, pena.
Agobiados por ver cómo vamos a salir de esta. El bicho ese que parece que no se va y la gente haciendo melés como los sanfermines; que oímos la palabra “rebrote” y solo de vernos de nuevo en casa viendo series y haciendo bollos rodeados de murallas infranqueables de papel higiénico te entra un sofoco que no veas. Agobiados por que el dinero no nace del suelo como las setas. Paro, impuestos, ertes, sueldos basura, empresas que cierran echando a miles de obreros a la calle… Y la calle que se va llenando de gente que duerme en los bancos y que van a la Iglesia a que les den de comer, que no tienen ni donde ducharse, ni buzón, ni váter, ni recuerdos. Agobiados estamos, agobiadísimos. “ Señor Jesús, ¿Qué puedes hacer por nosotros? ¿No puedes curar? ¿Nos puedes dar trabajo? ¿Nos puedes abrir de nuevo las discotecas?” Pero Jesús parece que no nos va a dar esas cosas. Jesús se niega a convertirse en el genio azul que salía de la lámpara de Aladín. Por mucho que frotemos con besos el pie de la estatua del Cristo de Medinaceli o cualquier otro Cristo. Porque para la enfermedad del agobio y del cansancio Jesús lo que nos da es la medicina de sí mismo. La gente sencilla y pequeña es la que puede descubrir que su esperanza está en el discurso que Jesús hace resonar en lo alto de la montaña: “Felices los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos”, “Felices los que lloran porque ellos serán consolados” “Felices los que estáis hechos una mierdecilla porque de verdad que se van a arreglar las cosas, de verdad”. ¿Cuándo? Pues, no lo sabemos; los tiempos de Dios no son los nuestros. Pero si sabemos que todo va a acabar bien, como decía aquella vieja canción. A veces nos cansa el ayer y no agobia la incertidumbre del mañana. “Aprended de mí que soy manso y humilde corazón”. De primeras la humildad y la mansedumbre no parecen buenas cualidades para enfrentarse a un combate existencial. Pero quizá debemos aprender qiuu no todo depende de nosotros, que somos pequeños, aunque nos creamos grandes. Y que ser bueno al final es tener un superpoder de fuerza increíble, como el agua que rompe las rocas.
Menos lexatines y más puestas de sol.Date media hora de meditación al día, paz y silencio, y ya verás como se te ordena la mente mejor que si viene la Marikondo… Menos superterapeutas y más amigos con los que abrir el corazón y desahogarse con una cerveza y una tapita.
Estás en manos de Dios, siempre, siempre, aunque no lo recuerdes. Y de las manos de Dios nadie se cae. Nadie.
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